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POUBELLICATION Numero 4,

 

Buenos aires, octubre de 1993. Seccion: Traduccion. Texto en aleman y traduccion castellana (traductor Adrian Ortiz) del articulo de Freud "Die Verneinung" "La denegacion".

 

El modo en que nuestros pacientes suministran sus asociaciones durante el trabajo analitico es ocasion de efectuar algunas interesantes observaciones. "Ahora Ud. va a pensar que quiero decirle algo ofensivo, pero realmente no tengo esa intencion". Comprendemos. se trata de la repulsa mediante proyeccion, de una asociacion lisa y llana en tren de surgir. O bien: "Ud. pregunta quien puede ser esta persona del sueño. No es mi madre". Nosotros rectificamos: "Entonces, es la madre". En la interpretacion nos tomamos la libertad de prescindir de la significacion de la denegacion y tomamos en consideracion exclusivamente el contenido de la asociacion. Es decir, es como si el paciente hubiese dicho: "Ciertamente he asociado con esta persona del sueño a mi madre, pero no me produce el menor placer admitir dicha asociacion". En ocasiones puede conseguirse de un modo muy comodo un rebuscado esclarecimiento de lo reprimido inconsciente. Se pregunta: "Que es lo que Ud. considera como lo mas inverosimil en tal situacion? Que es lo que Ud. opina es lo mas alejado de ella?". Si el paciente cae en la celada y nombra eso -aquello que de acuerdo a lo que puede pensar, es lo mas alejado de lo que se trata- habra admitido asi aquello de lo que verdaderamente se trata, casi siempre. Una bonita analogia de esta prueba se produce frecuentemente en el neurotico obsesivo que ya ha sido introducido a una cierta comprension de sus sintomas. "He tenido una nueva representacion obsesiva. Inmediatamente he asociado al respecto que podria significar lo siguiente. Pero no, eso no puede ser verdad porque si no, no se me podria haber ocurrido". Aquello con lo que pretende desbaratar la cura. es, naturalmente, el verdadero sentido de la nueva representacion compulsiva. Un contenido de pensamientos o representaciones reprimido, puede abrirse paso entonces. hacia la conciencia, bajo la condicion de que sea pasible de denegacion. La denegacion es un modo de tomar conocimiento de lo reprimido, esto es, se trata verdaderamente de una cancelacion de la represion pero, por cierto, sin admision de lo reprimido. Se ve aqui como se diferencian la funcion intelectual del proceso afectivo. Con ayuda de la denegacion se deshace solo una de las consecuencias de los procesos de la represion, aquella que impedia llegar a la consciencia a ciertos contenidos de representaciones. De ello resulta un modo de admision intelectual de lo reprimido con mantenimiento de lo esencial de la represion. En el transcurso del trabajo analitico se produce frecuentemente otra modificacion muy importante y sorprendente de esta misma situacion. Logramos incluso vencer la denegacion e imponer una completa admision intelectual de lo reprimido y sin embargo con ello no ha sido cancelado el proceso de represion propiamente dicho. Las anteriores observaciones acerca del origen psicologico de la funcion del juicio intelectual nos han conducido a la concepcion de que su tarea consiste en la afirmacion o denegacion de un contenido de pensamiento. En el fondo, denegar algo en el juicio implica: "Esto es algo que desearia poder reprimir". La condena es el sustituto intelectual de la represion , su "No" una marca de la misma, un certificado de origen, algo asi como el "Made in Germany". Por medio del simbolo de la denegacion el pensar se libra de las restricciones de la represion y se enriquece con contenidos de los que no puede prescindir en su tarea. La funcion del juicio tiene que efectuar esencialmente dos decisiones. Debe adjudicar o negar a una Cosa (Ding) una propiedad, y debe conceder o impugnar a una representacion la existencia en la realidad. La propiedad sobre la cual tiene que decidir puede haber sido, originalmente, buena o mala, provechosa o perjudicial. En el lenguaje de las mas antiguas mociones pulsionales orales: "Esto lo quiero tragar o lo quiero expulsar" y en una posterior transposicion: "Esto lo quiero incorporar a mi o a esto lo quiero excluir de mi". El primitivo Yo-Placer desea introyectarse todo lo bueno -como lo he expuesto en otra parte- y arrojar fuera de si todo lo malo. Lo malo, lo ajeno al yo, lo situado fuera, son al principio identicos para el. La otra de las decisiones de la funcion del juicio, aquella que gira alrededor de la real existencia de una Cosa (Ding) representada, es un interes del Yo-Real definitivo, desarrollado a partir del Yo-Placer inicial (Prueba de realidad). No se trata entonces de si algo percibido de una Cosa (Ding) debe ser incorporado o no al Yo, sino de si algo existente en el Yo como representacion puede ser tambien reencontrado en la percepcion (realidad). Esta es, como se ve, nuevamente una cuestion de afuera y dentro. Lo No real (Nichtreale), meramente representado, subjetivo esta solo dentro, lo otro, real, tambien se encuentra en el afuera. En este desarrollo ha sido dejada de lado la consideracion del principio del placer. La experiencia ha enseñado que no solo es importante el hecho de que una Cosa (Ding) (objeto de satisfaccion) posea una propiedad "buena", obteniendo asi la admision en el Yo, sino que tambien es importante si esta en el mundo exterior, de modo que pueda apoderarse de ella de acuerdo con la necesidad. Para comprender este desarrollo debe recordarse al respecto que todas las representaciones proceden de las percepciones, que son repeticiones de las mismas. Entonces, en el origen, la mera existencia de la representacion ya es una garantia de la realidad de lo representado. La oposicion entre lo subjetivo y lo objetivo no existe desde el comienzo. Se establece por primera vez cuando el pensar posee la posibilidad de hacer presente nuevamente algo que alguna vez fue percibido, mediante la reproduccion en la representacion. sin que fuese preciso que el objeto subsista en el afuera. El fin primero y mas proximo de la prueba de realidad no es entonces encontrar en la percepcion real el objeto correspondiente a lo representado, sino volverlo a encontrar, convencerse de aun existe. Una contribucion posterior a la distincion entre lo subjetivo y lo objetivo procede de otra de las posibilidades de la facultad de pensar. La reproduccion de la percepcion en la representacion no es siempre su fiel repeticion, puede estar modificada por deslizamientos o por mezclas de diferentes elementos. La prueba de realidad tiene entonces que controlar cuan lejos llegan estas transposiciones. Pero se reconoce como condicion del establecimiento de la prueba de realidad el hecho de que se hayan perdido los objetos que hubieron de suministrar primeramente una satisfaccion real. El juzgar es la accion intelectual que decide la eleccion de la accion motora, poniendo termino al aplazamiento del pensar, y va del pensar al actuar. Tambien acerca del aplazamiento del pensar he tratado en otro lugar. Es posible considerarla como una accion de prueba, un testeo motor con minimos gastos de descarga. Nos preguntamos: Donde ha ejercitado el yo tal prueba? En que lugar ha aprendido esta tecnica que ahora emplea en los procesos del pensar? Esto sucedio en la terminal sensorial del aparato psiquico, en el nivel de las percepciones sensoriales. De acuerdo con nuestras hipotesis la percepcion no es en absoluto un proceso pasivo. sino que el yo envia periodicamente pequeñas cantidades de carga al sistema perceptivo mediante las cuales evalua los estimulos exteriores, retirandose luego de cada uno de estos tanteos de prueba. El estudio del juicio nos abre quizas por primera vez el panorama del origen de una funcion intelectual a partir del juego de las mociones pulsionales primarias. El juzgar es el eficaz desarrollo posterior del primitivo resultado de la incorporacion o expulsion del yo de acuerdo al principio del placer. Su polaridad parece expresar la oposicion de los dos grupos pulsionales supuestos por nosotros. La afirmacion -como sustituto de la unificacion- pertenece al Eros. la denegacion -sucesora de la expulsion- pertenece a la pulsion de destruccion. El tan comun placer de denegar, el negativismo de algunos psicoticos, se puede comprender probablemente como un signo de la desintegracion pulsional mediante retraccion de los componentes libidinales. Pero el establecimiento de la funcion del juicio es posible en tanto la construccion del simbolo de la denegacion ha posibilitado al pensar un primer grado de independencia respecto de las consecuencias de la represion y con ello tambien de la compulsion del principio de placer. Con esta concepcion de la denegacion concuerda muy bien el hecho de que en el analisis no se encuentre ningun "no" proveniente del inconsciente, y que el reconocimiento del inconsciente por parte del Yo se exprese en una formula negativa. Ninguna prueba es mas fuerte respecto a una exitosa apertura del inconsciente que cuando el analizante reacciona con la siguiente expresion: "Eso no lo he pensado nunca" o: "Sobre ello no he pensado en absoluto". Traduccion: Adrian Ortiz, Buenos Aires, agosto de 1993.- ######################################################################## DIE VERNEINUNG (1925) S. Freud Die Art, wie unsere Patienten ihre Einf�lle w�hrend der analytischen Arbeit vorbringen, gibt uns Anla� zu einigen interessanten Beobachtungen. �Sie werden jetzt denken, ich will etwas Beleidigendes sagen, aber ich habe wirklich nicht diese Absicht.� Wir verstehen, das ist die Abweisung eines eben auftauchenden Einfalles durch Projektion. Oder: �Sie fragen, wer diese Person im Traum sein kann. Die Mutter ist es nicht." Wir berichtigen: �Also ist es die Mutter.� Wir nehmen uns die Freiheit, bei der Deutung von der Verneinung abzusehen und den reinen Inhalt des Einfalls herauszugreifen. Es ist so, als ob der Patient besagt h�tte: Mir ist zwar die Mutter zu dieser Person eingefallen, aber ich habe keine Lust, diesen Einfall gelten zu lassen.�. Gelegentlich kann man sinn eine gesuchte Aufkl�rung �ber das unbewu�te Verdr�ngte auf eine sehr bequeme Weise verschaffen. Man fragt: �Was halten Sie wohl f�r das Allerunwahrscheinlichste in jener Situation? Was, meinen Sie, ist Ihnen damals am fernsten gelegen?" Geht der Patient in die Falle und nennt das, woran er am wenigsten gauben kann, so hat er damit fast immer das Richtige zugestanden. Ein h�bsches Gegenst�ck zu diesem Versuch stellt sich oft beim Zwangsneurotiker her, der bereits in das Verst�ndnis seiner Symptome eingef�hrt worden ist. "Ich habe eine neue Zwangsvorstellung bekommen. Mir ist sofort dazu eingefallen, sie k�nnte dies Bestimmte bedeuten. Aber nein, das kann ja nicht wahr sein, sonst h�tte es mir nicht einfallen k�nnen." Was er mit dieser der Kur abgelauschten Begr�ndung verwirft, ist nat�rlich der richtige Sinn der neuen Zwangsvorstellung. Ein verdr�ngter Vorstellungs- oder Gedankeninhalt kann also zum Bewu�tsein durchdringen, unter der Bedingung, da� er sich verneinen l��t. Die Verneinung ist eine Art, das Verdr�ngte zur Erknntnis zu nehmen, eigentlich schon eine Aufhebung der Verdr�ngung, aber freilich keine Annahme des Verdr�ngten. Man sicht, wie sich hier die intellektuelle Funktion vom affektiven Vorgang scheidet. Mit Hilfe der Verneinung wird nur die eine Folge des Verdr�ngungsvorganges r�ckg�ngig gemacht, da� dessen Vorstellungsinhalt nicht zum Bewu�tsein gelangt. Es resultiert daraus eine Art von intellektueller Annahme des Verdr�ngten bei Fortbestand des Wesentlichen an der Verdr�ngung . Im Verlauf der analytischen Arbeit schaffen wir oft eine andere, sehr wichtige und ziemlich befremdende Ab�nderung derselben Situation. Es gelingt uns, auch die Verneinung zu besiegen und die volle intellektuelle Annahme des Verdr�ngten durchzusetzen - der Verdr�ngungsvorgang selbst ist damit noch nicht aufgehoben. Da es die Aufgabe der intellektuellen Urteilsfunktion ist, Gedankeninhalte zu bejahen oder zu verneinen, haben uns die vorstehenden Bemerkungen zum psychologischen Ursprung dieser Funktion gef�hrt. Etwas im Urteil verneinen, hei�t im Grunde: "Das ist etwas, was ich am liebsten verdr�ngen m�chte." Die Verurteilung ist der intellektuelle Ersatz der Verdr�ngung , ihr "Nein" ein Merkzeichen derselben, ein Ursprungszertifikat etwa wie das "made in Germany". Vermittels des Verneinungssymbols macht sich das Denken von den Einschr�nkungen der Verdr�ngung frei und bereichert sich um Inhalte, deren es f�r seine Leistung nicht entbehren kann. Die Urteilsfunkrion hat im wesentlimen zwei Entscheidungen zu treffen. Sie soll einem Ding eine Eigenschaft zu- oder absprechen, und sie soll einer Vorstellung die Existenz in der Realit�t zugestehen oder bestreiten. Die Eigenschaft, �ber die entschieden werden soll, k�nnte urspr�nglich gut oder sclecht, n�tzlich oder sch�dlich gewesen sein. In der Sprache der �ltesten, oralen Triebregungen ausgedr�ckt: "Das will ich essen oder will es ausspucken", und in weitergehender �bertragung: "Das will ich in mich einf�hren und das aus mir ausschlie�en." Also: "Es soll in mir oder au�er mir sein." Das urspr�ngliche Lust-Ich will, wie ich an anderer Stelle ausgef�hrt habe, alles Gute sich introjizieren, alles Schlechte von sich werfen. Das Schlechte, das dem Ich Fremde, das Au�enbefindliche, ist ihm zun�chst identisch." Die andere der Entscheidungen der Urteilsfunkfion, die �ber die reale Existenz eines vorgestellten Dinges, ist ein Interesse des endg�ltigen Real-Ich, das sich aus dem anf�nglichen Lust-Ich entwickelt. (Realit�tspr�fung.) Nun handelt es sich nicht mehr darum, ob etwas Wahrgenommenes (ein Ding) ins Ich aufgenommen werden soll oder nicht, sondern ob etwas im Ich als Vorstellung Vorhandenes auch in der Wahrnehmung (Realit�t) wiedergefunden werden kann. Es ist, wie man sieht, wieder eine Frage des Au�en und Innen. Das Nichtreale, blo� Vorgestellte, Subjektive, ist nur innen; das andere, Reale, auch im Drau�en vorhanden. In dieser Entwicklung ist die R�csicht auf das Lustprinzip beiseite gesetzt worden. Die Erfahrung hat gelehrt, es ist nicht nur wichtig, ob ein Ding (Befriedigungsobjekt) die "gute" Eigenschaft besitzt, also die Aufnahme ins Ich verdient, sondern auch, ob es in der Au�enwelt da ist, so da� man sich seiner nach Bed�rfnis bem�chtigen kann. Um diesen Fortschrirt zu verstehen, mu� man sich daran erinnern, da� alle Vorstellungen von Wahrnehmungen stammen, Wiederholungen derselben sind. Urspr�nglich ist also schon die Existenz der Vorstellung eine B�rgschaft f�r die Realit�t des Vorgestellten. Der Gegensatz zwischen Subjektivem und Objektivem besteht nicht von Anfang an. Er stellt sich erst dadurch her, da� das Denken die F�higkeit besitzt, etwas einmal Wahrgenommenes durch Reproduktion in der Vorstellung wieder gegenw�rtig zu machen, w�hrend das Objekt drau�en nicht mehr vorhanden zu sein braucht. Der erste und n�chste Zweck der Realit�tspr�fung ist also nicht, ein dem Vorgestellten entsprechendes Objekt in der realen Wahrnehmung zu finden, sondern es wiederzufinden, sich zu �berzeugen, da� es noch vorhanden ist. Ein weiterer Beitrag zur Entfremdung zwischen dem Subjektiven und dem Objektiven r�hrt von einer anderen F�higkeit des Denkverm�gens her. Die Reproduktion der Wahrnehmung in der Vorstellung ist nicht immer deren getreue Wiederholung; sie kann durch Weglassungen modifiziert, durch Verschmelzungen verschiedener Elemente ver�ndert sein. Die Realit�tspr�fung hat dann zu kontrollieren, wie weit diese Entstellungen reichen. Man erkennt aber als Bedingung f�r die Einsetzung der Realit�tspr�fung, da� Objekte verlorengegangen sind, die einst reale Befriedigung gebracht hatten. Das Urteilen ist die intellektuelle Aktion, die �ber die Wahl der motorischen Aktion entscheidet, dem Denkaufschub ein Ende setzt und vom Denken zum Handeln �berleitet. Auch �ber den Denkaufschub habe ich bereits an anderer Stelle gehandelt. Er ist als eine Probeaktion zu betrachten, ein motorisches Tasten mit geringen Abfuhraufw�nden. Besinnen wir uns: Wo hatte das Ich ein solches Tasten vorher ge�bt, an welcher Stelle die Techik erlernt, die es jetzt bei den Denkvorg�ngen anwendet? Dies geschah am sensorischen Ende des seelishen Apparats, bei den Sinneswahrnehmungen. Nah unserer Annahme ist ja die Wahrnehmung kein rein passiver Vorgang, sondern das Ich schickt periodisch kleine Besetzungsmengen in das Wahrnehmungssystem, mittels deren es die �u�eren Reize verkostet, um sich nach jedem solchen tastenden Vorsto� wieder zur�ckzuziehen. Das Studium des Urteils er�ffnet uns vielleicht zum erstenmal die Einsicht in die Entstehung einer intellektuellen Funktion aus dem Spiel der prim�ren Triebregungen. Das Urteilen ist die zweckm��ige Fortentwicklung der urspr�nglich nach dem Lustprinzip erfolgten Einbeziehung ins Ich der Aussto�ung aus dem Ich. Seine Polarit�t scheint der Gegens�tzlichkeit der beiden von uns angenommenen Triebgruppen zu entsprechen. Die Bejahung - als Ersatz der Vereininung - geh�rt dem Eros an, die Verneinung - Nachfolge der Aussto�ung - dem Destruktionstrieb. Die allgemeine Verneinungslust, der Negativismus mancher Psychotiker ist wahrscheinlich als Anzeichen der Triebentmischung durch Abzug der libidin�sen Komponenten zu verstehen. Die Leistung der Urteilsfunktion wird aber erst dadurch erm�gliht, da� die Sch�pfung des Verneinungssymbols dem Denken einen ersten Grad von Unabh�ngigkeit von den Erfolgen der Verdr�ngung und somit auch vom Zwang des Lustprinzips gestartet hat. Zu dieser Auffassung der Verneinung stimmt es sehr gut, da� man in der Analyse kein "Nein" aus dem Unbewu�ten auffindet und da� die Anerkennung des Unbewu�ten von seiten des Ichs sich in einer negativen Formel ausdr�drt. Kein st�rkerer Beweis f�r die gelungene Aufdeckung des Unbewu�ten, als wenn der Analysierte mit dem Satze: "Das habe ich nicht gedacht", oder: "Daran habe ich nicht (nie) gedacht", darauf reagiert VERSION EN ALEM�N STUDIENAUSGABE BAND VI, FISCHER VERLAG DIE PSYCHOGENESE SEHST�RUNG IN PSYCHOANALYTISCHER AUFFASSUNG (1910) EDITORISCHE VORBEMERKUNG Deutsche Ausgaben: 1910 �rztliche Fortbildung, Beiheft zu �rztliche Standeszeitung, Bd 9 (9) 42-4 (1. Mai). 1913 S.K.N, Bd, 3, 314-21. ( 1921, 2, Aufl.) 1924 G. S., Bd 5, 301-309 1943 G. W, Bd 8, 94-102. Es handelt sich um einen Beitrag zur Festschrift f�r einen bekannten Winner Ophthalmologen Leopold K�nigstein, einen der �ltesten Freunde Freuds. In einem Brief an Ferenczi vom 12. April 1910 bezeichnet Freud den Artikel als eine blo�e Gelegenheitsarbeit, die nichts tauge (Jones, 1962, S. 291). Immer- hin enth�lt er zumindest einen Absatz von besonderem Interesse. Hier spricht Freud n�mlich zum erstenmal von "Ichtrieben", setzt sie ausdr�cklich den Selbsterhaltungstrieben gleich und schreibt ihnen bei der Funktion der Ver- dr�ngung eine Hauptrolle zu. Ferner ist bemerkenswert, da� Freud in den letzten Abs�tzen der Arbeit (S. 212f.) mit ganz besonderer Bestimmtheit seine Auffassung ausspricht, da� seelische Eerscheinungen letzlich auf organischen Substraten beruhen. Meine Herren Kollegen! Ich m�chte Ihnen an dem Beispiel der psycho- genen Sehst�rung zeigen, welche Ver�nderungen unsere Auffassung von der Genese solcher Leiden unter dem Einflusse der psychoanalyti- schen Untersuchungsmethode erfahren hat. Sie wissen, man nimmt die hysterische Blindheit als den Typus einer psychogenen Sehst�rung an. Die Genese einner solchen glaubt man nach den Untersuchungen der franz�sischen Schule eines Charcot, Janet, Binet zu kennen. Man ist ja imstande, eine solche Blindheit experimentell zu erzeugen, wenn man eine des Somnambulismus f�hige Person zur Verf�gung hat. Ver- setzt man diese in tiefe Hypnose und suggeriert ihr die Vorstellung, sie sehe mit dem einen Auge nichts, so benimmt sie sich tats�chlich wie eine auf diesem Auge Erblindete, wie eine Hysterika mit spontanen entwickel- ter Sehst�rung. Man darf also den Mechanismus der spontanen hysteri- schen Sehst�rung nach dem Vorbild der suggerierten hypnotischen kon- struieren. Bei der Hysterika entsteht die Vorstellung, blind zu sein, nicht aus der Eingebung des Hypnotiseurs, sondern spontan, wie man sagt durch Autosuggestion, und diese Vorrstellung ist in beiden F�llen so stark, da� sie sich in Wirklichkeit umsetzt, ganz �hnlich wie eine suggerierte Halluzination, L�hmung und dergleichen. Das klingt ja vollkommen verl��lich und mu� jeden befriedigen, der sich �ber die vielen, hinter den Begriffen Hypnose, Suggestion und Autosuggestion verstecken R�tselhaftigkaten hinwegsetzen kann. Ins- besondere die Autosuggestion gibt Anla� zu weiteren Fragen. Wann, unter welchen Bedingungen wird eine Vorstellung so stark, da� sie sich wie eine Suggestion benehmen und ohne weiteres in Wirklichkeit um- setzen kann? Eingehendere Untersumungen haben da gelehrt, da� man diese Frage nicht beantworten kann, ohne den Begriff des "Unbewu�- ten" zu Hilfe zu nehmen. Viele Philosophen str�uben sich gegen die Annahme eines solchen seelischen Unbewu�ten, weil sie sich um die Ph�nomene nicht gek�mmert haben, die zu seiner Aufstellung n�tigen. Den Psychopathologen ist es unvermeidlich geworden, mit unbewu�ten seelischen Vorg�ngen, unbewu�ten Vorstellungen und dergleichen zu arbeiten. Sinnreiche Versuche haben gezeigt, da� die hysterisch Blinden doch in gewissem Sinne sehen, wenn auch nicht im vollen Sinne. Die Erregungen des blinden Auges k�nnen doch gewisse psychische Folgen haben, z.B. Affekte hervorrufen, obgleich sie nicht bewu�t werden. Die hysterisch Blinden sind also nur f�rs Bewu�tsein blind, im Unbewu�ten sind sie sehend. Es sind gerade Erfahrungen dieser Art, die uns zur Sonderung von bewu�ten und unbewu�ten seelischen Vorg�ngen n�tigen. Wie kommt es, da� sie die unbewu�te "Autosuggestion", blind zu sein, ent- wickeln, w�hrend sie doch im Unbewu�ten sehen? Auf diese weitere Frage antwortet die Forschung der Franzosen mit der Erkl�rung, da� bei den zur Hysterie disponierten Kranken von vornherein eine Neigung zur Dissoziation - zur Aufl�sung des Zu- sammenhanges im seelischen Geschehen - bestehe, in deren Folge man- che unbewu�te Vorg�nge sich nicht zum Bewu�ten forsetzen. Lassen wir nun den Wert dieses Erkl�rungsversuches f�r das Verst�ndnis der behandelten Erscheinungen ganz au�er Betracht und wenden wir uns einem anderen Gesichtspunkte zu. Sie sehen doch ein, meine Herren, da� die anf�nglich betonte Identit�t der hysterischen Blindheit mit der durch Suggestion hervorgerufenen wieder aufgegeben ist. Die Hysteri- schen sind nicht infolge der autosuggestiven Vorstellung, da� sie nicht sehen, blind, sondern infolge der Dissoziation zwischen unbewu�ten und bewu�ten Prozessen im Sehakt; ihre Vorstellung, nicht zu sehen, ist der berechtigte Ausdruck des psychischen Sachverhalts und nicht die Ursache desselben. Meine Herren! Wenn Sie der vorstehenden Darstellung Unklarheit zum Vorwurf machen, so wird es mir nicht leicht werden, sie zu ver- teidigen. Ich habe versucht, Ihnen eine Synthese aus den Ansichten ver- schiedener Forscher zu geben, und dabei wahrscheinlich die Zusammen- h�nge zu straff angezogen. Ich wollte die Begriffe, denen man das Ver- st�ndnis der psychogenen St�rungen unterworfen hat: die Entstehung aus �berm�chtigen Ideen, die Unterscheidung bewu�ter von unbewu�- ten seelischen Vorg�ngen und die Annahme der seelischen Dissoziation, zu einer einheitlichen Komposition verdichten, und dies konnte mir ebensowenig gelingen, wie es den franz�nschen Autoren, an ihrer Spitze P. Janet, gelungen ist. Verzeihen Sie mir also nebst der Unklar- heit auch die Untreue meiner Darstellung und lassen Sie sich erz�hlen, wie uns die Psychoanalyse zu einer in sich besser gefestigten und wahr- scheinlich lebenswahren Auffassung der psychogenen Sehst�rungen gef�hrt hat. Die Psychoanalyse akzeptiert ebenfalls die Annahmen der Dissozia- tion und des Unbewu�ten, setzt sie aber in eine andere Beziehung zueinander. Sie ist eine dynamische Auffassung, die das seelische Leben auf ein Spiel von einander f�rdernden und hemmenden Kr�ften zu- r�ckf�hrt. Wenn in einem Falle eine Gruppe von Vorstellungen im Unbewu�ten verbleibt, so schlie�t sie nicht auf eine konnstitutionelle Unf�higkeit zur Synthese, die sich gerade in dieser Dissoziation kund- gibt, sondern behauptet, da� ein aktives Str�uben anderer Vorstellungs- gruppen die Isolierung und Unbewu�theit der einen Gruppe verursacht hat. Den Proze�, der ein solches Schicksal f�r die eine Gruppe herbei- f�hrt, hei�t sie "Verdr�ngung" und erkennt in ihm etwas Analoges, wie es auf logischem Gebiete die Urteilsverwerfung ist. Sie weist nach, da� solche Verdr�ngungen eine au�erordentlich wichtige Rolle in unse- rem Seelenleben spielen, da� sie dem Individuum auch h�ufig mi�lin- gen k�nnen und da� das Mi�lingen der Verdr�ngung die Vorbedin- gung der Symptombildung ist. Wenn also die psychogene Sehnst�rung, wie wir gelernt haben, darauf beruht, da� gewisse, an das Sehen gekn�pfte Vorstellungen vom Be- wu�tsein abgetrennt bleiben, so mu� die psychoanalytische Denkweise annehmen, diese Vorstellungen seien in einem Gegensatz zu anderen, st�rkeren getreten, f�r die wir den jeweilig anders zusammengesetzten Sammelbegriff des "Ichs" verwenden, und seien darum in die Verdr�n- gung geraten. Woher soll aber ein solcher, zur Verdr�ngung auffor- dernder Gegensatz zwischen dem Ich und einzelnen Vorstellungsgrup- pen r�hren? Sie merken wohl, da� diese Fragestellung vor der Psycho- analyse nicht m�glich war, denn vorher wu�te man nichts vom psychischen Konflikt und von der Verdr�ngun. Unsere Untersuchun- gen haben uns nun in den Stand gesetzt, die verlangte Antwort zu geben. Wir sind auf die Bedeutung der Triebe f�r das Vorstellungs- leben aufmerksam geworden; wir haben erfahren, da� sich jeder Trieb durch die Belebung der zu seinen Zielen passenden Vorstellungen zur Geltung zu bringen sucht. Diese Triebe vertragen sich nicht immer miteinander; sie geraten h�ufig in einen Konflikt der Interessen; die Gegens�tze der Vorstellungen sind nur der Ausdruck der K�mpfe zwischen den einzelnen Trieben. Von ganz besonderer Bedeutung f�r unseren Erkl�rungsversucht ist der unleugbare Gegensatz zwischen den Trieben, welche der Sexulit�t, der Gewinnung sexueller Lust, dienen, und den anderen, welche die Selbsterhaltung des Individuums zum Ziele haben, den Ichtrieben Als "Hunger" oder als "Liebe" k�nnen wir nach den Worten des Dichters alle in unserer Seele wirkenden orga- nischen Triebe klassifizieren . Wir haben den "Sexualtriebe" von sei- nen ersten �u�erungen beim Kinde bis zur Erreichung der als "normal" bezeichneten Endgestaltung verfolgt und gefunden, da� er aus zahl- reichen "Partieltrieben" zusammengesetzt ist, die an den Erregungen von K�rperregionen haften; wir haben angesehen, da� diese Einzel- triebe eine komplizierte Entwicklung durchmachen m�ssen, ehe sie sich in zweckm��iger Weise den Zielen der Fortpflanzung einordnen k�n- nen . Die psychologische Bedeutung unserer Kulturentwicklung hat uns gelehrt, da� die Kultur wesentlich auf Kosten der sexuellen Partial- triebe entsteht, da� diese unterdr�ckt, eingeschr�nkt, umgebildet, auf h�here Ziele gelenkt werden m�ssen, um die kulturellen seelischen Konstruktionen herzustellen. Als wertvolles Ergebnis dieser Unter- suchungen konnten wir erkennen, was uns du Kollegen noch nicht glauben wollen, da� die als "Neurosen" bezeichneten Leiden der Men- schen auf die mannigfachen Weisen des Mi�gl�ckens dieser Umbildung- vorg�nge an den Sexuellen Partieltrieben zur�ckzuf�hren sind. Das "Ich" f�hlt sich durch die Anspr�che der sexuellen Triebe bedroht und erwehrt sich ihrer durch Verdr�ngungen, die aber nicht immer den erw�nschten Erfolg haben, sondern bedrohliche Ersatzbildungen des Verdr�ngten und l�stige Reaktionsbildungen des Ichs zur Folge haben. Aus diesen beiden Klassen von Ph�nomenen setzt sich zusammen, was wir die Symptome der Neurosen hei�en. Wir sind von unserer Aufgabe anscheinend weit abgeschweift, haben aber dabei die Verkn�pfung der neurotischen Krankheitszust�nde mit unserem gesamten Geistesleben gestreift. Gehen wir jetzt zu unserem engeren Problem zur�ck. Den sexuellen wie den Ichtrieben stehen im allgemeinen die n�mlichen Organe und Organsysteme zur Verf�gung Die sexuelle Lust ist nicht blo� an die Funktion der Genitalien ge- kn�ft; der Mund dient dem K�ssen ebensowohl wie dem Essen und der sprachlichen Mitteilung, die Augen nehmen nicht nur die f�r die Lebenserhaltung wichtigen Ver�nderungen der Au�enwelt wahr, son- dern auch die Eigenschaften der Objekte, durch welche diese zu Ob- jekten der Liebeswahl erhoben werden, ihre "Reize". Es bewahrheitet sich nun, da� es f�r niemand leicht wird, zweien Herren zugleich zu dinen. In je innigere Beziehung ein Organ mit solch doppelseitiger Funktion zu dem einen der gro�en Triebe tritt, desto mehr verweigert es sich dem anderen. Dies Prinzip mu� zu pathologischen Konsequenzen f�hren, wenn sich die beiden Grundtriebe entzweit haben, wenn von sei- ten des Ichs eine Verdr�ngung gegen den betreffenden sexuellen Partial- trieb unterhalten wird. Die Anwendung auf das Auge und das Sehen er- gibt sich leicht. Wenn der sexuelle Partialtrieb, der sich des Schauens be- dient, die sexuelle Schaulust, wegen seiner �bergro�en Anspr�che die Gegenwehr der Ichtriebe auf sich gezogen hat, so da� die Vorstellungen, in denen sich sein Streben ausdr�ckt, der Verdr�ngung verfallen und vom Bewu�twerden abgehalten werden, so ist damit dieBeziehung des Auges und des Sehens zum Ich und zum Bewu�tsein �berhaupt gest�rt. Das Ich hat sene Herrschaft �ber das Organ verloren, welches sich nun ganz dem verdr�ngten sexuellen Trieb zur Verf�gung stellt. Es macht den Eindruck, als ginge die Verdr�ngung von seiten des Ichs zu weit, als sch�ttete sie das Kind mit dem Bade aus, indem das Ich jetzt �berhaupt nicht mehr sehen will, seitdem sich die sexuellen Interessen im Sehen so sehr vorgedr�ngt haben. Zutreffender ist aber wohl die andere Dar- stellung, welche die Aktivit�t nach der Seite der verdr�ngten Schau- lus verlegt. Es ist die Rache, die Entsch�digung des verdr�ngten Trie- bes, da� er, von weiterer psychischer Entfaltung abgehalten, seine Herr- schaft �ber das ihm dienende Organ nun zu steigern vermag. Der Ver- lust der bewu�ten Herrschaft �ber das Orgln ist die sch�dliche Ersatz- bildung f�r du mi�gl�ckte Verdr�ngung, die nur um diesen Preis er- m�glicht war. Deutlicher noch als am Auge ist diese Beziehung des zweifach in An- spruch genommenen Organs zum bewu�ten Ich und zur verdr�ngten Sexualit�t an den motorischen Organen ersichtlich, wenn z.B. die Hand hysterisch gel�hmt wird, die eine sexuelle Aggresion ausf�hren wollte und nach deren Hemmung nicht anders mehr tun kann, gleichsam als best�nde sie eigensinnig auf der Aufsf�hrung der einen verdr�ngten Innervation, oder wenn die Finger von Personen, welche der Mastur- bation entsagt haben, sich weigern, das feine Bewegungspiel, welches am Klavier oder an der Violine erforden wird, zu erlernen. F�r das Auge pflegen wir die dunkeln psychischen Vorg�nge bei der Verdr�n- gung der sexuellen Schaulust und bei der Entstehung der psychogenen Sehnst�rung so zu �bersetzen, als erh�be sich in dem Individuum eine strafende Stimme, welche sagte: "Weil du dein Sehorgan zu b�ser Sin- neslust mi�brauchen wolltest, geschieht es dir ganz recht, wenn du �berhaupt nicht mehr siehst", und die so den Ausgang des Prozesses billigte. Es liegt dann die Idee der Talion darin, und unsere Erkl�rung der psychogenen Sehst�rung ist eigentlich mit jener zusammengefallen, die von der Sage, dem Mythus, der Legende dargeboten wird. In der sch�nen Sage von der Lady Godiva verbergen sich alle Einwohner des St�dtchens hinter ihren verschlosenen Fenstern, um der Dame die Auf- gabe, bei hellem Tageslichte nackt durch die Stra�en zu reiten, zu er- leichtern. Der einzige, der durch die Fensterl�den nach der entbl��ten Sch�nheit sp�ht, wird gestraft, indem er erblindet. Es ist dies �brigens nicht das einzige Beispiel, welches uns ahnen l��t, da� die Neurotik auch den Schl�ssel zur Mythologie in sich bringt. Meine Herren, man macht der Psychoanalyse mit Unrecht den Vor- wurf, da� sie zu rein psychologischen Theorien der krankhaften Vor- g�nge f�hre. Schon die Betonung der pathogenen Rolle der Sexualit�t, die doch gewi� kein ausschlie�lich psychischer Faktor ist, sollte sie gegen diesen Vorwurf sch�tzen. Die Psychoanalyse vergi�t niemals, da� das Seelische auf dem Organischen ruht, wenngleich ihre Arbeit es nur bis zu dieser Grundlage und nicht dar�ber hinaus verfolgen kann. So ist die Psychoanalyse auch bereit zuzugeben, ja zu postulieren, da� nicht alle funktionellen Sehst�rungen psychogen sein k�nnen wie die durch Verdr�ngung der erotischen Schaulust hervorgerufenen. Wenn ein Organ, welches beiderlei Trieben dient, seine erogene Rolle steigert, so ist ganz allgemein zu erwarten, da� dies nicht ohne Ver�nderungen der Erregbarkeit und der Innervation abgehen wird, die sich bei der Funktion des Organs im Dienste des Ichs als St�rungen kundgeben werden. Ja wenn wir sehen, da� ein Organ, welches sonst der Sinnes- wahrnehmung dient, sich bei Erh�hung seiner erogenen Rolle geradezu vie an Genitale geb�rdet, werden wir auch toxische Ver�nderungen in demselben nicht f�r unwahrscheinlich halten. F�r beide Arten von Funktionsst�rungen infolge der gesteigerten erogenen Bedeutung, die physiologischen wie die toxischen Ursprunges, wird man, in Ermange- lung eines besseren, den alten, unpassenden Namen �neurotische� St�- rungen beibehalten m�ssen. Die neurotischen St�rungen des Sehens ver- halten sich zu den psychogenen wie ganz allgemein die Aktualneurosen zu den Psychoneurosen; psychogene Sehst�rungen werden wohl kaum jemals ohne neurotische vorkommen k�nnen, wohl aber letztere ohne jene. Leider sind diese "neurotischen" Symptome heute noch sehr wenig gew�rdigt und verstanden, denn der Psychoanalyse sind sie nicht un- mittelbar zug�nglich, und die anderen Untersuchungsweisen haben den Gesichtspunkt der Sexualit�t au�er acht gelassen. Von der Psychoanalyse zweigt noch ein anderer, in der organische For- schung reichender Gedankengang ab. Man kann sich die Frage vorlegen, ob die durch die Lebenseinfl�sse erzeugte Unterdr�ckung sexueller Par- tialtriebe f�r sich allein hinreicht, die Funktionsst�rungen der Organe hervorzurufen, oder ob nicht besondere konnstitutionelle Verh�ltnisse vorliegen m�ssen, welche erst die Organe zur �bertreibung ihrer eroge- nen Rolle veranlassen und dadurch die Verdr�ngung der Triebe provo- zieren. In diesen Verh�ltnissen m��te man den konnstitutionellen Anteil der Disposition zur Erkrankung an psychogenen und neurotischen St�rungen erblicken. Es ist dies jenes Moment, welches ich bei der Hysterie vorl�ufig als "somatischen Entgegenkommen" der Organe be- zeichnet habe . VERSION CASTELLANA La perturbaci�n psic�gena de la visi�n seg�n el psicoan�lisis (1910). Estimados colegas: Desear�a mostrarles, tomando como ejemplo la perturbaci�n psic�gena de la visi�n, los cambios que bajo el influjo del m�todo psicoanal�tico de indagaci�n ha experimentado nuestro modo de concebir la g�nesis de tales afecciones. Ustedes saben que la ceguera hist�rica es presentada como el caso t�pico de perturbaci�n psic�gena de la visi�n, Y tras las indagaciones de la escuela francesa -Charcot, Janet, Binet- se cree conocer su g�nesis. En efecto, es posible producir experimentalmente una ceguera de esa �ndole siempre que se disponga de una persona proclive al sonambulismo. Si se la pone en estado de hipnosis profunda y se le sugiere la representaci�n Vorstellung de que no ve nada con un ojo, se comporta de hecho como alguien que estuviera ciego de ese ojo, como una hist�rica que hubiera desarrollado espont�neamente esa perturbaci�n. Entonces es l�cito construir el mecanismo de la perturbaci�n hist�rica y espont�nea de la visi�n de acuerdo con el modelo del fen�meno hipn�tico sugerido. En la hist�rica, la representaci�n de estar ciega no nace instilada por el hipnotizador, sino de manera espont�nea, por �autosugesti�n� como suele decirse; pero en ambos casos esa representaci�n es tan intensa que se traspone en efectiva realidad Wirklichkeit, tal y como sucede con una alucinaci�n sugerida, una par�lisis y otros fen�menos sugeridos. Esto suena por entero confiable y no podr� menos que dejar satisfechos a quienes puedan omitir los m�ltiples enigmas que se esconden tras los conceptos de hipnosis, sugesti�n y autosugesti�n. Esta �ltima, en particular, da motivo a ulteriores preguntas. �Cu�ndo y en qu� condiciones puede una representaci�n volverse tan intensa que pueda comportarse como una sugesti�n y trasponerse sin m�s en efectiva realidad Wirklichkeit? Es que indagaciones m�s exhaustivas han ense�ado que no es posible responder esta pregunta sin recurrir al concepto de lo �inconciente�. Muchos fil�sofos se niegan a aceptar esta hip�tesis de tal inconsciente an�mico porque no se han ocupado de los fen�menos que obligaron a postularlo. Pero a los psicopat�logos se les ha vuelto inevitable trabajar con procesos an�micos, representaciones, etc., inconcientes. Experimentos adecuados han demostrado que los ciegos hist�ricos ven, empero, en cierto sentido, aunque no en el sentido pleno. En efecto, las excitaciones del ojo ciego pueden tener ciertas consecuencias ps�quicas, por ejemplo provocar afectos, si bien nunca devienen concientes. Entonces, los ciegos hist�ricos lo son s�lo para la conciencia; en lo inconciente son videntes. Experiencias de esta �ndole, justamente, fueron las que nos forzaron a separar entre procesos an�micos concientes e inconcientes. �C�mo llegan a desarrollar la �autosugesti�n� inconciente de estar ciegos, mientras que en lo inconciente siguen viendo? A esta �ltima pregunta, la investigaci�n de los franceses responde explicando que en los enfermos predispuestos a la histeria est� presente desde el comienzo una inclinaci�n a disociar -a disolver los nexos en el acontecer an�mico-, a consecuencia de la cual muchos procesos inconcientes no se contin�an hasta lo conciente. No entremos a considerar para nada el valor eventual de ese intento de explicaci�n para entender los fen�menos considerados, y situ�monos en otro punto de vista - . Ya advierten ustedes, se�ores, que se ha vuelto a abandonar la identidad destacada inicialmente entre la ceguera hist�rica y la provocada por sugesti�n. Los hist�ricos no est�n ciegos a consecuencia de la representaci�n autosugestiva de que no ven, sino por la disociaci�n entre procesos inconcientes y concientes en el acto de ver; su representaci�n de no ver es la expresi�n justificada del estado ps�quico de cosas psychischen Sachverhalts y no su causa. Se�ores: Si ustedes reprocharan oscuridad a mi anterior exposici�n, no me resultar�a f�cil defenderla. He intentado ofrecerles una s�ntesis de las opiniones de diversos investigadores y es probable que por eso haya presentado los nexos demasiado esquem�ticamente. Quise condensar el concepto bajo el cual los cuales se ha subsumido unterworfen hat la comprensi�n de las perturbaciones psic�genas, y no pod�a tener m�s �xito en ello que los propios autores franceses, con Pierre Janet a la cabeza. Esos conceptos son: la g�nesis a partir de ideas hiperpotentes, la diferenciaci�n entre procesos an�micos concientes e inconcientes y la hip�tesis de la disociaci�n an�mica. Disc�lpenme entonces, adem�s de la oscuridad, la infidelidad de mi exposici�n, y perm�tanme les refiera c�mo el psicoan�lisis nos ha llevado a una concepci�n m�s s�lida, y probablemente m�s realista, de las perturbaciones psic�genas de la visi�n. Tambi�n el psicoan�lisis acepta las hip�tesis de la disociaci�n y lo inconciente, pero los sit�a en una diversa relaci�n rec�proca. El psicoan�lisis tiene una concepci�n din�mica que reconduce la vida an�mica a un juego de fuerzas que se promueven y se inhiben unas a otras. Cuando en un caso cierto grupo de representaciones permanece en lo inconciente, no infiere de ah� una incapacidad constitucional para la s�ntesis, que se anunciar�a justamente en esa disociaci�n, sino asevera que una revuelta activa de otros grupos de representaciones ha causado el aislamiento y la condici�n de inconciente de aquel grupo. Llama �represi�n� Verdr�ngung al proceso que depara ese destino a uno de los grupos, y discierne en �l algo an�logo a lo que en el �mbito l�gico es la die Urteilsverwerfung forclusi�n del juicio. Demuestra que tales represiones Verdr�ngungen desempe�an un papel de extraordinaria importancia dentro de nuestra vida an�mica, que a menudo el individuo fracasa en ellas y que el fracaso de la represi�n Verdr�ngung es la condici�n previa de la formaci�n de s�ntoma. Por tanto, si, como hemos dicho, la perturbaci�n psic�gena de la visi�n consiste en que ciertas representaciones anudadas a esta �ltima permanecen divorciadas de la conciencia, el abordaje psicoanal�tico supondr� que esas representaciones han entrado en una oposici�n con otras, m�s intensas -para las cuales empleamos el concepto colectivo de �yo�, compuesto de manera diversa en cada caso-, y por eso cayeron en la represi�n. Ahora bien, �a qu� se deber�a esa oposici�n, promotora de la represi�n Verdr�ngung, entre el yo y grupos singulares de representaciones? Como bien notan ustedes, esta pregunta no era posible antes del psicoan�lisis, pues nada se sab�a acerca del conflicto ps�quico y de la represi�n Verdr�ngung. Nuestras indagaciones nos han habilitado para proporcionar la respuesta pedida. Nos vimos llevados a advertir la significaci�n de las pulsiones para la vida de representaciones; averiguamos que cada pulsi�n jeder Trieb busca imponerse animando las representaciones adecuadas a sus fines Zielen. Estas pulsiones no siempre son conciliables entre si; a menudo entran en un conflicto de intereses; y las oposiciones entre las representaciones no son sino la expresi�n de las luchas entre las pulsiones singulares. De particular�simo valor para nuestro ensayo explicativo es la inequ�voca oposici�n entre las pulsiones que sirven a la sexualidad, la ganancia de placer sexual der Gewinnung sexueller Lust, y aquellas otras que tienen por fin la autoconservaci�n del individuo, las pulsiones yoicas. (ver nota) [Parecer�a ser esta la primera ocasi�n en que Freud emple� la frase) Siguiendo las palabras del poeta, podemos clasificar como �hambre� o como �amor� a todas las pulsiones org�nicas de acci�n eficaz dentro de nuestra alma. Hemos perseguido la �pulsi�n sexual� desde sus primeras exteriorizaciones en el ni�o hasta que alcanza la conformaci�n final que se designa �normal�, y la hallamos compuesta por numerosas �pulsiones parciales� que adhieren a las excitaciones de regiones del cuerpo; inteligimos que estas pulsiones singulares tienen que atravesar un complicado proceso de desarrollo antes de poder subordinarse, de manera acorde al fin, a las metas de la reproducci�n.' Cf. Tres ensayos de teor�a sexual (1905d).] La iluminaci�n psicol�gica de nuestro desarrollo cultural nos ha ense�ado que la cultura nace esencialmente a expensas de las pulsiones sexuales parciales, y estas tienen que ser pasadas abajo unterdr�ckten, limitadas, replasmadas, guiadas hacia fines Ziele superiores, a fin de producir las construcciones an�micas culturales. Como resultado valioso de estas indagaciones pudimos discernir algo que nuestros colegas todav�a no quieren creernos, a saber, que las afecciones de los seres humanos designadas �neurosis� han de reconducirse a los m�ltiples modos de fracaso de estos procesos de replasmaci�n emprendidos en las pulsiones sexuales parciales. El �yo� se siente amenazado por las exigencias de las pulsiones sexuales y se defiende de ellas mediante unas represiones que, empero, no siempre alcanzan el �xito deseado, sino que tienen por consecuencia amenazadoras formaciones sustitutivas de lo reprimido y penosas formaciones reactivas del yo. Lo que llamamos �s�ntomas de las neurosis� se componen de estas dos clases de fen�menos. Al parecer, nos hemos alejado mucho de nuestra tarea, pero en verdad hemos tocado el enlace de los estados patol�gicos neur�ticos con el conjunto de nuestra vida an�mica. Regresemos ahora a nuestro problema m�s circunscrito. En general, son los mismos �rganos y sistemas de �rganos los que est�n al servicio tanto de las pulsiones sexuales como de las yoicas. El placer sexual Die sexuelle Lust no se anuda meramente a la funci�n de los genitales; la boca sirve para besar tanto como para la acci�n de comer y de la comunicaci�n ling��stica, y los ojos no s�lo perciben las alteraciones del mundo exterior importantes para la conservaci�n de la vida, sino tambi�n las propiedades de los objetos por medio de las cuales estos son elevados a la condici�n de objetos de la elecci�n amorosa: sus �encantos� [�Reize� significa tanto �encantos� como �est�mulos�]. Pues bien; en este punto se confirma que a nadie le resulta f�cil servir a dos amos al mismo tiempo. Mientras m�s �ntimo sea el v�nculo en que un �rgano dotado de esa doble funci�n entre con una de las grandes pulsiones, tanto m�s se rehusar� a la otra. Este principio tiene que producir consecuencias patol�gicas cuando las dos funciones b�sicas est�n en discordia, cuando desde el yo se mantenga una represi�n Verdr�ngung contra la pulsi�n sexual parcial respectiva. [Esto ya hab�a sido sostenido por Freud] La aplicaci�n de esto al ojo y al mirar se obtiene f�cilmente. Si la puls��n sexual parcial que se sirve del �ver� -el placer sexual del mirar die sexuelle Schaulust - se ha atra�do, a causa de sus hipertr�ficas exigencias, la contradefensa de las pulsiones yoicas, de suerte que las representaciones en que se expresa su querer alcanzar cayeron bajo la represi�n y son apartadas del devenir conciente, queda perturbado el v�nculo del ojo y del mirar con el yo y con la conciencia en general. El yo ha perdido su imperio sobre el �rgano, que ahora se pone por entero a disposici�n de la pulsi�n sexual reprimida. Uno tiene la impresi�n de que la represi�n emprendida por el yo ha llegado muy lejos, como si hubiera arrojado al ni�o junto con el agua de la ba�era, pues ahora el yo no quiere ver absolutamente nada m�s, luego de que los intereses sexuales en el ver han esforzado hasta tan adelante. Empero, sin duda es m�s acertada la otra exposici�n, que sit�a la actividad en el lado del placer de ver reprimido. Constituye la venganza, el resarcimiento de la pulsi�n reprimida, el hecho de que ella, coartada de un ulterior despliegue ps�quico, pueda acrecentar su imperio sobre el �rgano que la sirve. La p�rdida del imperio conciente sobre el �rgano es la perniciosa formaci�n sustitutiva de la represi�n fracasada que s�lo se posibilit� a ese precio. Este v�nculo del �rgano de doble requerimiento con el yo conciente y con la sexualidad reprimida se advierte en los �rganos motores con mayor evidencia que en el caso del ojo. As�, cuando sufre par�lisis hist�rica la mano que quiso ejecutar una agresi�n sexual, tras cuya inhibici�n ya no puede hacer ninguna otra cosa, por as� decir como si se obstinara en ejecutar esa inervaci�n reprimida, o cuando los dedos de personas a quienes se les ha prohibido la masturbaci�n se rehusan a aprender el delicado juego de movimientos que requieren el piano o el viol�n. En cuanto al ojo, solemos traducir del siguiente modo los oscuros procesos ps�quicos sobrevenidos a ra�z de la represi�n del placer sexual de ver y de la g�nesis de la perturbaci�n psic�gena de la visi�n: Es como si en el individuo se elevara una voz de castigo que dijese: �Puesto que quieres abusar de tu �rgano de la vista para un maligno placer sensual, te est� bien empleado que no veas nada m�s�, aprobando as� el desenlace del proceso. Ah� est� impl�cita la idea del tali�n, y en verdad explicamos la perturbaci�n psic�gena de la visi�n de un modo coincidente con la saga, el mito, la leyenda. En la hermosa saga de Lady Godiva, todos los moradores del pueblo desaparecen tras sus ventanas cerradas para facilitar a la dama su tarea de cabalgar por las calles a pleno d�a. El �nico que a trav�s de los visillos esp�a sus gracias reveladas es castigado con la ceguera. Y no es este el �nico ejemplo en que vislumbramos que la neurosis esconde en su interior tambi�n la clave de la mitolog�a. Se�ores: Injustamente se hace el reproche al psicoan�lisis que conduce a teor�as puramente psicol�gicas de los procesos patol�gicos. Ya su insistencia en el papel pat�geno de la sexualidad, que por cierto no es un factor exclusivamente ps�quico, deber�a ponerlo a salvo de ese reproche. El psicoan�lisis nunca oculta que lo an�mico procede de lo org�nico, aunque su trabajo s�lo puede perseguirlo hasta esa base suya y no m�s all�. Por eso el psicoan�lisis est� dispuesto tambi�n a admitir, y aun a postular, que no todas las perturbaciones funcionales de la visi�n pueden ser psic�genas como las provocadas por la represi�n del placer de ver er�tico. Si un �rgano que sirve a las dos clases de pulsiones incrementa su papel er�geno, sin duda cabe esperar, en t�rminos generales, que ello no ocurra sin alteraciones de la excitabilidad y de la inervaci�n, que se anunciar�n como unas perturbaciones de la funci�n cuando el �rgano pasa al servicio del yo. Y por cierto, si vemos a un �rgano que de ordinario sirve a la percepci�n sensorial comportarse directamente como un genital a ra�z de la elevaci�n de su papel er�geno, no consideraremos improbables aun alteraciones t�xicas en �l. Para esas dos clases de perturbaciones funcionales a consecuencia del aumento del valor er�geno -la de origen fisiol�gico y la de origen t�xico-, nos veremos obligados a seguir usando, a falta de un nombre mejor, el antiguo e inapropiado de perturbaciones �neur�ticas�. Las perturbaciones neur�ticas del mirar son a sus perturbaciones psic�genas como en general las neurosis actuales son a las psiconeurosis; es que perturbaciones psic�genas de la visi�n dif�cilmente dejen de ir acompa�adas por perturbaciones neur�ticas, en tanto que estas �ltimas pueden presentarse sin aquellas. Por desdicha, estos s�ntomas �neur�ticos� son hoy muy poco apreciados y comprendidos, pues el psicoan�lisis no tiene acceso directo a ellos y las otras modalidades de indagaci�n han dejado de lado el punto de vista de la sexualidad. [V�anse las puntualizaciones acerca de las neurosis actuales en �Sobre el psicoan�lisis "silvestre"� (1910k)] Desde el psicoan�lisis se bifurca todav�a otra l�nea de argumentaci�n que llega hasta la investigaci�n org�nica. Es posible plantearse esta pregunta: si el pasaje abajo Unterdr�ckung de pulsiones sexuales parciales, producida por obra de los influjos de la vida, basta por s� sola para provocar las perturbaciones funcionales de los �rganos, o bien deben preexistir constelaciones constitucionales, las �nicas que mover�an a los �rganos a exagerar su papel er�geno y de ese modo provocar�an la represi�n de las pulsiones. Y en esas constelaciones ver�amos la parte constitucional de la predisposici�n a contraer perturbaciones psic�genas y neur�ticas. Se trata de aquel factor que con relaci�n a la histeria he designado provisionalmente como �solicitaci�n som�tica� somatisches Entgegenkommen de los �rganos. [V�ase el historial cl�nico de �Dora� (1905e), AE, 7, p�gs. 37-8 y 47-8. - En la edici�n de 1910, el art�culo conclu�a con esta oraci�n: �Los conocidos escritos de Alfred Adler procuran definir ese factor en t�rminos biol�gicos�.]

 

 

A continuaci�n va la traducci�n castellana de dos peque�as intervenciones de Michel Foucault El Occidente y la verdad del sexo por Michel Foucault. Le Monde, n� 9885, 5 de noviembre de 1976, p.24. Un ingl�s, que no ha dejado su nombre, escribi� a finales del siglo XIX una inmensa obra que fue impresa en una docena de ejemplares; jamas fue puesta a la venta y termin� cayendo en manos de algunos coleccionistas o en algunas raras bibliotecas. Es uno de los libros m�s desconocidos, se llama My secret life. El autor hace all� el meticuloso relato de una vida a la que �l hab�a consagrado al placer sexual. Noche tras noche, d�as tras d�a, cuenta hasta sus menores experiencias, sin fausto, sin ret�rica, con la �nica preocupaci�n de decir que pas�, c�mo, seg�n qu� intensidad y con qu� cualidad de sensaci�n. �Con esa �nica preocupaci�n? Quiz�s. Porque de esta tarea de escribir lo cotidiano de su placer habla frecuentemente como de una sorda obligaci�n, un poco enigm�tica, a la cual �l no sabr�a rehusar someterse: es necesario decirlo todo. Y sin embargo hay otra cosa; para este Ingl�s testarudo en este �juego-trabajo� se trata de combinar en su justo t�rmino el uno con el otro, el discurso verdadero sobre el placer y el placer propio del enunciado de esta verdad; se trata de utilizar este diario �ya sea que �l lo releyera en voz alta, o que lo escribiese a medida- de los desarrollos de nuevas experiencias sexuales, seg�n las reglas de ciertos placeres extra�os donde �leer y escribir� tendr�an un rol espec�fico. Steven Marcus consagr� a este obscuro contempor�neo de la reina Victoria algunas p�ginas remarcables. Por mi parte no estoy tentado en ver en �l un personaje de las sombras, ubicado del �otro lado� en una �poca de mogigater�a. �Es una revancha discreta y risue�a sobre la mogigater�a de la �poca? Sobre todo me parece situado en el punto de convergencia de tres l�neas de evoluci�n muy poco secretas en nuestra sociedad. La m�s reciente es la que dirig�a la medicina y la psiquiatr�a de la �poca hacia un inter�s quasi entomol�gico por las pr�cticas sexuales, sus variantes y su disparate: Kraft-Ebing no est� lejos. La segunda, m�s antigua es la que desde R�tif y Sade, ha inclinado a la literatura er�tica a buscar sus efectos no solamente en la vivacidad o rareza de las escenas que imaginaba sino en la b�squeda encarnizada de una cierta verdad del placer: una er�tica de la verdad, una relaci�n de la verdad a la intensidad son caracter�sticos de este nuevo �libertinaje� inaugurado al fin del siglo XVIII. La tercera l�nea es la m�s antigua; ella ha atravesado desde la Edad Media todo el Occidente cristiano: es la obligaci�n estricta para cada uno de ir a buscar en el fondo de su coraz�n, por la penitencia o el examen de consciencia, las huellas incluso imperceptibles de la concuspicencia. La quasi clandestinidad de My secret life no debe hacer ilusi�n, la relaci�n del discurso verdadero con el placer del sexo ha sido una de las preocupaciones m�s constantes de las sociedades occidentales. Y esto desde hace siglos. �Qu� no se ha dicho sobre esta sociedad burguesa, hip�crita, mogigata, avara con sus placeres, testaruda en no querer ni reconocerlos ni nombrarlos? �Qu� es lo que no se ha dicho sobre la m�s pesada herencia que ella habr�a recibido del cristianismo � el sexo-el pecado? �Y sobre la manera en la que el siglo XIX ha utilizado esta herencia con fines econ�micos: el trabajo antes que el placer, la reproducci�n de las fuerzas antes que el puro dispensar las energ�as? �Y no estaba aqu� lo esencial? �Y si hubiese, en el centro de la �pol�tica del sexo�, engranajes muy diferentes? �No de rechazo u ocultaci�n sino de incitaci�n? �Y si el poder no tuviese por funci�n esencial decir no, prohibir y censurar sino ligar seg�n una espiral indefinida, la coerci�n, el placer y la verdad?. Imaginemos solamente el celo con el que nuestras sociedades han multiplicado desde hace siglos hasta ahora, las instituciones destinadas a extraer la verdad del sexo y que por esto mismo producen un placer espec�fico. Pensemos en la enorme obligaci�n de confesi�n y en todos los placeres ambiguos que, a la vez, la perturban y la vuelven deseable: confesi�n, educaci�n, relaciones entre padres e hijos, m�dicos y enfermos, psiquiatras e hist�ricas, psicoanalistas y pacientes. Algunas veces se dice que Occidente no ha sido jam�s capaz de inventar ni un s�lo tipo de placer nuevo. �No cuenta para nada la voluptuosidad de escrutar, extraer, interpetar, brevemente el �placer de an�lisis� en el sentido m�s amplio del t�rmino? Antes que una sociedad dedicada a la represi�n del sexo, yo verr�a a la nuestra como dedicada a su �expresi�n�. Permitaseme esta palabra desvalorizada. Yo m�s bien verr�a a Occidente encarnizado en arrancar la verdad del sexo. Los silencios, los impedimentos, los hurtamientos no deben ser subestimados pero no han podido formarse y producirse en sus dudosos efectos m�s que sobre el fondo de una voluntad de saber que atraviesa toda nuestra relaci�n al sexo. Voluntad de saber en este punto imperiosa y en la cual estamos tan involucrados que hemos llegado no s�lo a buscar la verdad del sexo sino a demandarle nuestra propia verdad. A ella le tocar�a decir lo que somos. De Gerson a Freud se ha edificado toda una l�gica del sexo que ha organizado la ciencia del sujeto. Nos imaginamos gustosamente pertenecer a un r�gimen �victoriano�. Me parece que nuestro reino es m�s bien el que imagin� Diderot en Les bijoux indiscrets: un cierto mecanismo dif�cilmente visible que hace hablar al sexo en un parloteo casi interminable. Estamos en una sociedad del sexo que habla. As� quizas es preciso interrogar a una sociedad sobre la manera en la cual se organizan en ella las relaciones del poder, la verdad y el placer. Me parece que se pueden distinguir dos r�gimenes principales. Uno es el de el arte er�tico. All� la verdad es extra�da del placer mismo, recogido como experiencia, analizado seg�n su cualidad, seguido a lo largo de sus reverberaciones en el cuerpo y en el alma, y ese saber quintaesenciado es, bajo el sello del secreto, transmitido por iniciaci�n magistral a aquellos que se han mostrado dignos y que sabr�n hacer uso al nivel del placer mismo, para intensificarlo y volverlo m�s agudo y m�s acabado. La civilizaci�n occidental, en todo caso desde hace siglos, casi no ha conocido arte er�tica, ella ha anudado las relaciones del poder, del placer y de la verdad totalmente sobre otro modo: el de una �ciencia del sexo�. Tipo de saber donde lo que es analizado es menos el placer que el deseo; donde el maestro amo ma�tre no tiene por funci�n iniciar sino interrogar, escuchar, descifrar, donde ese largo proceso no tiene como fin un mejoramiento del placer sino una modificaci�n del sujeto (que por esta v�a se encuentra o perdonado o reconciliado, curado o liberado). De este arte a esta ciencia, las relaciones son demasiado numerosas como para que se pueda hacer de eso una l�nea de partici�n de aguas entre dos tipos de sociedad. Ya se trate de la direcci�n de consciencia o de la cura psicoanal�tica, el saber del sexo lleva consigo imperativos de secreto, una cierta relaci�n al maestro y todo un juego de promesas que lo emparentan entonces con el arte er�tico.�Creer�amos que sin esas obscuras relaciones algunos pagar�an tan caro el derecho de formular laboriosamente dos veces semanales la verdad de su deseo y esperar con toda paciencia el beneficio de la interpretaci�n? Mi proyecto ser�a hacer la genealog�a de esta �ciencia del sexo�. Empresa que no es una novedad, lo s�, muchos la emprenden hoy mostrando cuantos rehusamientos, ocultaciones, temores, desconocimientos sistem�ticos han tenido largo tiempo bajo tutela todo un saber eventual del sexo. Pero no quisiera intentar esta genealog�a en t�rminos positivos, a partir de las incitaciones de mecanismos, t�cnicas y procedimientos que han permitido la formaci�n de ese saber, quisiera seguir desde el problema cristiano de la carne, todos los mecanismos que han inducido sobre el sexo, un discurso de verdad y organizado alrededor de �l un r�gimen que mixtura placer y poder. En la imposibilidad de seguir globalmente esta g�nesis, intentar�, en estudios distintos, destacar algunas de sus estrategias m�s importantes, a prop�sito de los ni�os, las mujeres, las perversiones y la regulaci�n de los nacimientos. La cuesti�n que uno tradicionalmente se plantea es: entonces �por qu� Occidente ha culpabilizado tanto tiempo al sexo, y c�mo sobre el fondo de ese rehusamiento o de cierto temor se ha llegado a plantear, a trav�s de muchas reticencias, la cuesti�n de la verdad? �Por qu� y c�mo desde el fin del siglo XIX se ha intentado levantar una parte del gran secreto, y esto con una dificultad de la que incluso el coraje de Freud es testimonio? Quisiera plantear totalmente otra interrogaci�n: �por qu� el Occidente se ha interrogado continuamente sobre la verdad del sexo y exigido que cada uno la formule sobre s�? �Por qu� se ha querido con tanta obstinaci�n que nuestra relaci�n a nosotros mismos pase por esta verdad? Es preciso entonces asombrarse que hacia el comienzo del siglo XX hayamos estado tomados por una gran y nueva culpabilidad, que hemos comenzado a experimentar una especie de remordimiento hist�rico que nos ha hecho creer que desde hac�a siglos est�bamos en falta respecto al sexo. Me parece que en esta nueva culpabilizaci�n, de la que parecemos tan gustosos, lo que es sistem�ticamente desconocido es justamente esta gran configuraci�n de saber que Occidente no ha cesado de organizar alrededor del sexo, a trav�s de t�cnicas religiosas, m�dicas o sociales. Supongo que me conceden este punto. Pero asimismo me dir�n: ��Ese gran trabajo de pulido alrededor del sexo, esa preocupaci�n constante, no ha tenido al menos hasta el siglo XIX m�s que un objetivo: interdictar el libre uso del sexo.�? Ciertamente el rol de las interdicciones ha sido importante. Pero el sexo �est� de entrada y ante todo interdicto? �O bien las interdicciones no son m�s que trampas en el interior de una estrategia compleja y positiva? Uno toca aqu� un problema m�s general al que ser�a necesario tratar muy en contrapunto con esta historia de la sexualidad, el problema del poder. De una manera espont�nea, cuando se habla del poder se lo concibe como ley, como interdicci�n, como prohibici�n y represi�n; y nos encontramos muy desarmados cuando se trata de seguirlo en sus mecanismos y sus efectos positivos. Un cierto modelo jur�dico pesa sobre los an�lisis del poder, dando un privilegio absoluto a la forma de la ley. Ser�a preciso escribir una historia de la sexualidad que no est� ordenada por la idea de un poder-represi�n, de un poder-censura, sino por la idea de un poder-incitaci�n, un poder-saber, ser�a preciso intentar desprender el r�gimen de la cohersi�n, el placer y el discurso que es no inhibidor sino constitutivo, de ese dominio complejo que es la sexualidad. Desear�a que esta historia fragmentaria de la �ciencia del sexo� pudiese valer igualmente como el esbozo de una anal�tica del poder. Traducci�n: Adrian Ortiz, Buenos Aires, 14/10/1999. En Michel Foucault, Dits et �crits, 1981, figura en el Tomo IV, pag. 163-167 De l'amiti� comme mode de vie "De l'amiti� comme mode de vie" (Entretien avec R. de Ceccaty, J. Danet et Jean Le Bitoux), Gai Pied, n� 25, avril 1981, pp. 38-39 -Vous �tes quinquag�naire. Vous �tes lecteur du journal, il existe depuis deux ans. Est-ce que pour vous l'ensemble de ses discours est une chose positive? - Que le journal existe, c'est quelque chose de positif et d'important. � votre journal, ce que je pouvais demander, c'est que je n'aie pas en le lisant � me poser la question de mon �ge. Or la lecture me force � me la poser; et je n'ai pas �t� tr�s content de la mani�re dont j'ai �t� amen� � le faire. Tout simplement je n'y avais pas de place. - Peut-�tre est-ce le probl�me de la classe d'�ge de ceux qui collaborent et de ceux qui le lisent: une majorit� entre vingt-cinq et trente-cinq ans. - Bien s�r. Plus il est �crit par des gens jeunes, plus il concerne des gens jeunes. Mais le probl�me n'est pas de faire place � une clase d'�ge � c�t� d'une autre, mais de savoir ce qu'on peut faire par rapport � la quasi-identification de l'homosexualit� et de l'amour entre jeunes. Autre chose dont il faut se d�fier, c'est la tendance � ramener la question de l'homosexualit� au probl�me du "Qui suis-je? Quel est le secret de mon d�sir?" Peut-�tre vaudrait-il se demander: "Quelles relations peuvent �tre, � travers l'homosexualit�, �tablies, invent�es, multipli�es, modul�es?" Le probl�me n'est pas de d�couvrir en soi la verit� de son sexe, mais c'est plut�t d'user d�sormais de sa sexualit� pour arriver � des multiplicit�s de relations. Et c'est sans doute l� la vraie raison pour laquelle l'homosexualit� n'est pas une forme de d�sir mais quelque chose de d�sirable. Nous avons donc � nous acharner � devenir homosexuels et non pas � nous obstiner � reconna�tre que nous le sommes. Ce vers quoi vont les d�veloppements du probl�me de l'homosexualit�, c'est le probl�me de l'amiti�. - Le pensiez-vous � veint ans, ou l'avez vous d�couvert au fil des ann�es? - Aussi loin que je me souvienne, avoir envie de garcons, c'�tait avoir envie de relations avec des gar�ons. �a a �t� pour moi toujours quelque chose d'important. Non pas forc�ment sous la forme du couple, mais comme une question d'existence: comment est-il possible pour des hommes d'�tre ensemble? de vivre ensemble de partager leur temps, leurs repas, leur chambre, leurs loisirs, leurs chagrins, leur savoir, leurs confidences? Qu'est que c'est que �a, �tre entre hommes, "� nu" hors de relations institutionnelles, de famille, de profession, de camaraderie oblig�e? C'est un d�sir, une inqui�tude qui existe chez beaucoup de gens. - Est-ce qu'on peut dire que le rapport au d�sir et au plaisir, et � la relation qu'on peut avoir, soit d�pendant de son �ge? - Oui, tr�s profond�ment. Entre un homme et une femme plus jeune, l'institution facilite les differences d'�ge; elle l'accepte et la fait fonctionner. Deux hommes d'�ge notablement different, quel code auront-ils pour communiquer? Ils sont l'un en face de l'autre sans arme, sans mots convenus, sans rien qui les rassure sur le sens du mouvement qui les porte l'un vers l'autre. Ils sont � inventer A � Z une relation encore sans forme, et qui est l'amiti�: c'est-�-dire la somme de toutes les choses � travers lesquelles,l'un � l'autre, on peut se faire plaisir. C'est l'une des concessions que l'on fait aux autres que de ne pr�senter l'homosexualit� que sous la forme d'un plaisir imm�diat, de deux jeunes gar�ons se rencontrant dans la rue, se s�duisant d'un regard, se mettant la main aux fesses et s'envoyant en l'air dans le quart d'heure. On a l� une esp�ce d'image proprette de l'homosexualit�, qui perd toute virtualit� d'inqui�tude pour deux raisons: elle r�pond � un canon rassurant de la beaut�, et elle annule tout ce qu'il peut y avoir d'inqui�tant dans l'affection, la tendresse, l'amiti�, la fid�lit�, la camaraderie, le compagnonnage, auquels une soci�t� un peu ratiss�e ne peut pas donner de place sans craindre que ne se forment des alliances, que ne se nouent des lignes de force impr�vues. Je pense que c'est cela qui rend "troublante" l'homosexualit�: le mode de vie homosexuel beaucoup plus que l'acte sexuel lui-m�me. Imaginer un acte sexuel qui n'est pas conforme � la loi ou � la nature, ce n'est pas �a qu'inqui�te les gens. Mais que des individus commencent � s'aimer, voil� le probl�me. L'institution est prise � contre-pied; des intensit�s affectives la traversent, � la fois elles la font tenir et la perturbent: regardez l'arm�e, l'amour entre hommes y est sans cesse appel� et honni. Les codes institutionnels ne peuvent valider ces relations aux intensit�s multiples, aux couleurs variables, aux mouvement imperceptibles, aux formes qui changent. Ces relations qui font court-circuit et qui introduisent l'amour l� o� il devrait y avoir la loi, la r�gle ou l'habitude. - Vous disiez tout a l'heure: "Plut�t que de pleurer sur des plaisirs fan�s m'int�resse ce que nous pouvons faire de nous-m�mes." Pourriez-vous pr�ciser? - L'ascetisme comme renonciation au plaisir a mauvaise r�putation. Mais l'asc�se est autre chose: c'est le travail que l'on fait soi-m�me sur soi-m�me pour se transformer ou pour faire appara�tre ce soi qu'heureusement on n'atteint jamais. Est-ce que ce ne serait pas �a notre probl�me aujourd'hui? Cong� a �te donn� � l'asc�tisme. � nous d'avancer dans une asc�se homosexuelle qui nous ferait travailler sur nous-m�mes et inventer, je ne dis pas d�couvrir une mani�re d'�tre encore improbable. - Cela veut-il dire qu'un gar�on homosexual devrait �tre tr�s prudent par rapport � imagerie homosexuelle et travailler � autre chose? - Ce � quoi nous devons travailler, me semble-t-il, ce n'est pas tellement � liberer nos d�sirs, mais � nous rendre nous-m�mes infiniment plus susceptibles de plaisirs. Il faut et il faut faire �chapper aux deux formules toutes faites de la pure rencontre sexuelle et de la fusion amoureuse des identit�s. - Est-ce qu'on peut voir des pr�mices de constructions relationnelles fortes aux �tats-Unis, en tout cas dans les villes o� le probl�me de la mis�re sexuelle semble r�gl�? - Ce qui me para�t certain, c'est qu'aux �tats-Unis, m�me si le fond de mis�re sexuelle existe encore,l'int�r�t pour l'amiti� est devenu tr�s important: on n'entre pas simplement en relation pour pouvoir arriver jusqu'� la consommation sexuelle, qui se fait tr�s facilement, mais ce vers quoi les gens sont polaris�s, c'est l'amiti�. Commet arriver, � travers les pratiques sexuelles, � un syst�me relationnel? Est-ce qu'il est possible de cr�er un mode de vie homosexuelle? Cette notion de mode de vie me para�t importante. Est-ce qu'il n'y aurait pas � introduire une diversification autre que celle qui est due aux classes sociales, aux differences de proffesion, aux niveaux culturels, une diversification qui serait aussi une forme de relation, et qui serait le "mode de vie"? Un mode de vie peut se partager entre des individus d'�ge, de statut, d'activit� sociale diff�rents. Il peut donner lieu � des relations intenses qui ne ressemblent � aucune de celles qui sont institutionnalis�es et il me semble qu'un mode de vie peut donner lieu � une culture, et � une �thique. �tre gay c'est, je crois, non pas s'identifier aux traits psychologiques et aux masques visibles de l'homosexuel, mais chercher � d�finir et � d�velopper un mode de vie. - N'est pas une mythologie que de dire: "Nous voil� peut-�tre dans les pr�mices d'une socialisation entre des �tres qui est inter-classes, inter-�ges, inter-nations"? - Oui, grand mythe que celui de dire: il n'y aura plus de diff�rence entre l'homosexualit� et l'heterosexualit�. Je pense d'ailleurs que c'est l'une des raisons pour les quelles l'homosexualit� fait probl�me actuellement. Or la affirmation qu'�tre homosexuel, c'est �tre un homme et qu'on s'aime, cette recherche d'un mode de vie va � l'encontre de cette id�ologie des mouvements de liberation sexuelle des ann�es soixante. C'est en ce sens-l� que les < clones > moustachus ont une signification. C'est une fa�on de repondre : < Ne craignez rien, plus on sera liber�s, moins on aimera les femmes, moins on se fondra dans cette polysexualit� o� il n'y a plus de diff�rence entre les uns et les autres. > Et ce n'est pas du tout l'id�e d'une grande fusion communautaire. L'homosexualit� est une occasion historique de rouvrir des virtualit�s relationnelles et affectives, non pas tellement par les qualit�s intrins�ques de l'homosexuel, mais parce que la position de celui-ci " en biais ", en quelque sorte, les lignes diagonales qu'il peut tracer dans le tissu social permettent de faire appara�tre ces virtualit�s. - Les femmes pourrons objecter: "Qu'est-ce que les hommes entre eux y gagnent par rapport aux relations possibles entre un homme et une femme, ou un rapport entre deux femmes - Il y a un livre qui vient de para�tre aux �tats-Unis sur les amiti�s entre femmes( Faderman (L.), Surpassing the Love of Men, New York,, William Morrow, 1980.). Il est tr�s bien document� � partir de t�moinages de relations d'affection et de passion entre femmes. Dans la pr�face, l'auteur dit quelle �tait partie de l'id�e de d�tecter des r�lations homosexuelles et elle s'est aper�ue non seulement que ces relations n'�taient pas toujours presentes mais que c'�tait inint�ressant de savoir si on pouvait appeler cela homosexualit� ou non. Et que, en laissant la relation se d�ployer telle quelle appara�t dans les mots et les gestes, apparaissent d'autres choses tr�s essentielles: des amours, des affections denses, merveilleuses, ensoleill�es ou bien tr�s tristes, tr�s noires. Ce livre montre aussi � quel point le corps de la femme a jou� un grand r�le, et les contacts entre les corps f�minins: une femme coiffe une autre femme, elle l'aide � se farder, � s'habiller. Les femmes avaient droit au corps des autres femmes: se tenir par la taille, s'embrasser. Le corps de l'homme �tait interdit � l'homme, de fa�on plus drastique. S'il est vrai que la vie entre femmes �tait toler�e, c'est seulement dans certaines p�riodes et depuis le xix si�cle que la vie entre hommes non seulement fut tol�r�e, mais rigoureusement obligatoire : tout simplement pendant les guerres. Egalement dans les camps de prisionniers. Vous aviez des soldats, des jeunes officiers qui ont pass� l� des mois, des ann�es ensemble. Pendant la guerre de 14, les hommes vivaient compl�tement ensemble, les uns sur les autres, et, pour eux, ce n'�tait pas rien du tout dans la mesure o� la mort �tait l� et o� finalement le devouement de l'un � l'autre, le service rendu �taient sanctionn�s par un jeu de la vie et de la mort. En dehors de quelques propos sur la camaraderie, la fraternit� d'�me, de quelques t�moignages tr�s parcellaires, que sait-on de ces tornades affectives, des temp�tes de coeur qu'il y a pu y avoir dans ces moments-l�? Et on peut se demander ce qui a fait que dans ces guerres absurdes, grotesques, ces masacres infernaux, les gens ont malgr� tout tenu. Par un tissu affectif sans doute. Je ne veux pas dire que c'�tait parce qu'ils �taient amoureux les uns des autres qu'ils continuaient � se battre. Mais l'honneur, le courage, ne pas perdre la face, le sacrifice, sortir de la tranch�e avec le copain, devant le copain, cela impliquait une trame affective tr�s intense. Ce n'est pas pour dire: "Ah, voil� l'homosexualit�!" Je deteste ce genre de raisonnement. Mais on a sans doute l� une des conditons, pas la seule, qui a permis cette vie infernale o� des types, pendant des semaines, pataugeaient dans la boue, les cadavres, la merde, crevaient de faim, �taient so�l�s le matin � l'assaut. Je voudrais dire enfin que quelque chose de r�fl�chi et de volontaire comme une publication devrait rendre possible une culture homosexuelle, c'est-�-dire des instruments pour des relations polymorphes, vari�es, individuellement modul�es. Mais l'id�e d'un programme et de propositions est dangereuse. D�s qu'un programme se pr�sente, il fait loi, c'est une interdiction d'inventer. Il devrait y avoir une inventivit� propre � une situation comme la n�tre et � cette envie que les Am�ricains appelent coming out, c'est-�-dire se manifester. Le programme doit �tre vide. Il faut creuser pour montrer comment les choses ont �t� historiquement contingentes, pour telle ou telle raison intelligible mais non n�cessaire. Il faut faire appara�tre l'intelligible sur le fond de vacuit� et nier une n�cessit�, et penser que ce qui existe est loin de remplir tous les espaces possibles. Faire un vrai d�fi incontournable de la question: � quoi peut-on jouer et comment inventer un jeu? - Merci, Michel Foucault. Traducci�n castellana "De la amistad como modo de vida" (Entrevista con R. de Ceccaty, J. Danet y Jean Le Bitoux), Rev. Gai Pied, n�25, abril de 1981, pags. 38-39 -Usted tiene 50 a�os. Es un lector del per�odico, �ste existe desde hace dos a�os. Para usted �es algo positivo el conjunto de estos discursos? -Que el per�odico exista, es algo positivo e importante. Lo que podr�a demandarle a vuestro per�odico es que ley�ndolo yo no tenga que plantearme la cuesti�n de mi edad. Ahora bien, la lectura me fuerza a plantearmela, y no me sent� contento de la manera en que fui llevado a ello. Muy simplemente no ten�a lugar all�. -Quizas es el problema del tipo de edad de los que colaboran y de los que lo leen, una mayor�a de entre veinticinco y treinta y cinco a�os. - Seguro. M�s est� escrito por j�venes, m�s concierne a los j�venes. Pero el problema no consiste en hacer lugar a una clase de edad en lugar de otra, sino saber lo que se puede hacer por relaci�n a la cuasi-identificaci�n de la homosexualidad con el amor entre j�venes. Otra cosa de la cual desconfiar, es de la tendencia a llevar la cuesti�n de la homosexualidad hacia el problema: "�Qui�n soy yo? �Cu�l es el secreto de mi deseo?" Quiz�s valdr�a m�s preguntarse: "�Qu� relaciones pueden ser establecidas, inventadas, multiplicadas, moduladas a trav�s de la homosexualidad?" El problema no es descubrir en s� la verdad de su sexo, sino m�s bien usar de all� en m�s su sexualidad para arribar a una multiplicidad de relaciones. Y es esto sin duda la verdadera raz�n por la cual la homosexualidad no es una forma de deseo sino algo deseable. Nosotros tenemos que esforzarnos en devenir homosexuales y no obstinarnos en reconocer que lo somos. Los desarrollos de la homosexualidad van hacia el problema de la amistad. -�Lo pens� usted a los veinte a�os o lo descubri� en el curso de los a�os? -Tan lejos como me acuerdo, tener ganas de hombres era tener ganas de relaciones con hombres. Eso ha sido para m� siempre algo importante. No forzosamente bajo la forma de la pareja sino como una cuesti�n de existencia: �c�mo es posible para los hombres estar juntos? �Vivir juntos, compartir sus tiempos, sus comidas, sus habitaciones, sus libertades, sus penas, su saber, sus confidencias? �Qu� es eso de estar entre hombres 'al desnudo', fuera de las relaciones institucionales, de familia, de profesi�n, de camarader�a obligada? Es un deseo, una inquietud que existe en mucha gente. - �Se puede decir que la relaci�n al deseo, al placer y a la relaci�n que uno puede tener sea dependiente de su edad? - S�, muy profundamente. Entre un hombre y una mujer m�s joven, la instituci�n facilita las diferencias de edad, las acepta y la hace funcionar. Dos hombres de edad notablemente diferente, �qu� c�digo tendr�an para comunicarse? Est�n uno frente a otro sin armas, sin palabras convenidas, sin nada que los asegure sobre el sentido del movimiento que los lleva a uno hacia el otro. Tienen que inventar desde la A a la Z una relaci�n a�n sin forma que es la amistad: es decir la suma de todas las cosas a trav�s de las cu�les uno y otro pueden darse placer. Es una de las concesiones que se les hace a los otros el no presentar la homosexualitdad sino bajo la forma de un placer inmediato, el de dos j�venes que se encuentran en la calle, se seducen con una mirada, se ponen una mano en la grupa sintiendo un placer intenso un cuarto de hora. Se tiene aqu� una especie de imagen l�mpida de la homosexualidad que pierde toda virtualidad inquietante por dos razones: ella responde a un canon asegurador de la belleza y anula la camarader�a, el compa�erismo, a los cu�les una sociedad un poco ruinosa no puede dar lugar sin temer que se formen alianzas, que se anuden l�neas de fuerza imprevistas. Pienso que es esto lo que vuelve 'perturbante' a la homosexualidad, el modo de vida homosexual mucho m�s que el acto sexual mismo. Imaginar un acto sexual que no es conforme a la ley o a la naturaleza, no es eso lo que inquieta a la gente. Sino que los individuos comiencen a amarse, he ah� el problema. La instituci�n es tomada a contrapie, las intensidades afectivas la atraviesan, a la vez ellas la sostienen y la perturban. Miren al ej�rcito, all� el amor entre hombres es apelado y honrado sin cesar. Los c�digos institucionales no pueden validar estas relaciones en las intensidades m�ltiples, los colores variables, los movimientos imperceptibles, las formas que cambian. Estas relaciones hacen cortocircuito e introducen el amor all� donde deber�a haber ley, regla o h�bito. -Usted dice siempre: "M�s que llorar por placeres desflecados me interesa lo que podemos hacer de nosotros mismos." �Podr�a precisar? -El ascetismo como renuncia al placer tiene mala reputaci�n. Pero la askesis es otra cosa. Es el trabajo que uno hace sobre s� para transformarse o para hacer aparecer ese de s� que felizmente no se alcanza jam�s. �No ser�a �ste nuestro problema hoy? Al ascetismo se le ha dado vacaciones. Es cuesti�n nuestra avanzar sobre una askesis homosexual que nos har�a trabajar sobre nosotros mismos e inventar, no digo descubrir, una manera de ser a�n improbable. -�Esto quiere decir que un joven homosexual deber�a ser muy prudente por relaci�n a la imaginer�a homosexual y trabajar sobre otra cosa? -Sobre lo que debemos trabajar, me parece, no es tanto en liberar nuestros deseos, como en volvernos a nosotros mismos m�s susceptibles de placeres. Es preciso y es preciso hacer escapar a las dos f�rmulas completamente hechas sobre el puro encuentro sexual y la fusi�n amorosa de las identidades. -�Es que uno puede ver las premisas de construcciones relacionales fuertes en los Estados Unidos, en todo caso en las ciudades donde el problema de la miseria sexual parece reglada? -Lo que me parece cierto es que en los Estados Unidos, incluso existiendo a�n el fondo de miseria sexual, el inter�s por la amistad se ha vuelto muy importante. No se entra simplemente en relaci�n para poder llegar a la consumaci�n sexual, lo que se hace muy f�cilmente, sino que aquello hacia lo que la gente es polarizada es hacia la amistad. �C�mo arribar, a trav�s de las pr�cticas sexuales, a un sistema relacional? �Es que es posible crear un modo de vida homosexual? Esta noci�n de modo de vida me parece importante. �No habr�a que introducir otra diversificaci�n que la debida a las clases sociales, a las diferencias de profesi�n, a los niveles culturales, una diversificaci�n que ser�a tambi�n una forma de relaci�n, y que ser�a el 'modo de vida'? Un modo de vida puede compartirse entre individuos de edad, status, actividad social diferentes. Puede dar lugar a relaciones intensas que no se asemejen a ninguna de las que est�n institucionalizadas y me parece que un modo de vida puede dar lugar a una cultura y a una �tica. Ser gay es, creo, no identificarse a los rasgos psicol�gicos y a las m�scaras visibles del homosexual, sino buscar definir y desarrollar un modo de vida. -�No es una mitologia decir: 'Henos aqu� quizas, en los proleg�menos de una socializaci�n entre los seres que es inter-clases, inter-edades, inter-naciones'? - S�, un gran mito como decir: no habr� m�s diferencia entre la homosexualidad y la heterosexuallidad. Por otra parte pienso que es una de las razones por las cuales la homosexualidad actualmente hace problema. Ahora bien respecto a la afirmaci�n de que ser homosexual es ser un hombre y que uno ama, esta b�squeda de un modo de vida va al encuentro de esta ideolog�a de los movimientos de liberaci�n sexual de los a�os sesenta. Es en ese sentido que los mostachos tienen una significaci�n. Es un modo de responder: 'No teman, m�s uno se liberar�, menos se amar� a las mujeres, menos uno se hundir� en esta polisexualidad donde no hay m�s diferencia entre unos y otros.' Y no se trata del todo de la idea de una gran fusi�n comunitaria. La homosexualidad es una ocasi�n hist�rica de reabrir virtualidades relacionales y afectivas, no tanto por las cualidades intr�nsecas del homosexual como por la posici�n de �ste: 'en offside', de alguna manera son las l�neas diagonales que �l puede trazar en el tejido social las que permiten hacer aparecer estas virtualidades. -Las mujeres podr�n objetar: '�Qu� es lo que los hombres ganan entre ellos por relaci�n a las relaciones posibles entre un hombre y una mujer, o entre dos mujeres?' -Hay un libro que viene de aparecer en los Estados Unidos sobre las amistades entre mujeres (Faderman, L., 'Surpassing the Love of Men', New York, William Morrow, 1980). Est� muy bien documentado a partir de testimonios de relaciones de afecci�n y pasi�n entre mujeres. En el Prefacio, el autor dice que ella hab�a partido de la idea de detectar las relaciones homosexuales y se dio cuenta que esas relaciones no solamente no estaban siempre presentes sino que no era interesante saber si se pod�a llamar a esto homosexualidad o no. Y que, dejando a la relaci�n desplegarse tal como ella aparece en las palabras y en los gestos, aparec�an otras cosas muy esenciales: amores, afecciones densas, maravillosas, soleadas o bien muy tristes, muy negras. Este libro muestra asimismo hasta qu� punto el cuerpo de la mujer ha jugado un gran rol y los contactos entre los cuerpos femeninos: una mujer peina a otra mujer, ella se deja maquillar, vestirse. Las mujeres ten�an derecho al cuerpo de otras mujeres, tenerse del talle, abrazarse. El cuerpo del hombre estaba interdicto al hombre de manera mucho m�s dr�stica. Si es verdad que la vida entre mujeres estaba tolerada, ello solo lo era en ciertos per�odos y desde el siglo XIX que la vida entre hombres no solamente fue tolerada, sino rigurosamente obligatoria, simplemente que ello tuvo lugar durante las guerras. Igualmente en los campos de prisioneros. Hab�a soldados, j�venes oficiales que pasaron all� meses, a�os juntos. Durante la guerra del 14, los hombres viv�an completamente juntos unos con los otros, y ello no era en absoluto en la medida en que la muerte estaba all�; y donde finalmente la devoci�n de uno por el otro, el servicio brindado era sancionado por un juego de vida y muerte. Fuera de algunas frases sobre la camarader�a, la fraternidad del alma, de algunos testimonios muy parciales, �qu� se sabe de estos tornados afectivos, tempestades del coraz�n que pudo haber all� en esos momentos? Y uno se puede preguntar qu� ha hecho que en esas guerras absurdas, grotescas, esas masacres infernales, las gentes a pesar de todo se hayan sostenido. Sin duda por un tejido afectivo. No quiero decir que fuese porque ellos estaban enamorados unos de otros que continuaban combatiendo. Pero el honor, el coraje, el no perder la dignidad, el sacrificio, salir de la trinchera con el compa�ero, delante del compa�ero, esto implicaba una trama afectiva muy intensa. Esto no quiere decir: 'Ah, he ah� la homosexualidad!' Detesto ese tipo de razonamiento. Pero sin duda se tienen ah� las condiciones, no la �nica, que ha permitido esta vida infernal en que los tipos, durante semanas, chapoteasen en el barro, entre los cad�veres,la mierda, reventasen de hambre, y estuviesen borrachos la ma�ana del asalto. En fin, yo quisiera decir que algo reflexionado y voluntario como una publicaci�n deber�a volver posible una cultura homosexual, es decir, posibilitar los instrumentos para relaciones polimorfas, variadas, individualmente moduladas. Pero la idea de un programa y proposiciones es peligrosa. Desde que se presenta un programa, se convierte en ley, se constituye en una interdicci�n para inventar. Deber�a haber una inventiva propia de una situaci�n como la nuestra y que estas ganas, los americanos hablan de coming out, puedan manifestarse. El lugar del programa debe estar vac�o. Es preciso cavar para mostrar c�mo las cosas han sido hist�ricamente contingentes, por tal o cual raz�n inteligible pero no necesaria. Es preciso hacer aparecer lo inteligible sobre el fondo de vacuidad y negar una necesidad, y pensar que lo que existe est� lejos de llenar todos los espacios posibles. Hacer un verdadero desafio no evitable de la cuesti�n: �a qu� se puede jugar y c�mo inventar un juego? -Gracias, Michel Foucault.

 

 

Lacan efect�a un homenaje a Marguerite Duras, acentuando especialmente su "Le ravissement du Lol V. Stein, traducido al castellano por El arrebato de Lol V. Stein, en el mismo hace una doble referencia a Lucien Febvre y su Amour sacr� amour profane. De ese libro hemos traducido un cap�tulo "Amour et mariage" que nos parece fundamental. Especialmente en relaci�n a proseguir o llevar m�s all� la afirmaci�n de que respecto a la frecuente interrogaci�n de los analizantes sobre la conveniencia o no del matrimonio el analista debe saber de qu� se trata, de qu� se est� hablando y no s�lo responder, como en su mayor�a hace, desde sus ideas e ideolog�a de peque�o burgu�s acomodado y progre. Adrian Ortiz, Buenos Aires, 31 de enero del 2001. Amor y matrimonio en el Heptameron (Por una historia de la educaci�n sentimental) Hay algo que nos sorprende, el brusco cambio de Ama- dour : el suspirante discreto, fiel y pac�fico que, de golpe, se transforma en un animal que reclama su presa. Pero hay algo que nos sorprende a�n m�s, las singulares relaciones del amor y el matrimonio, tal como nos las hace conocer la Novela X. Entiendo que para explicarlo todo, los esp�ritus dichosos, que no alimentan jam�s inquietudes superfluas tienen en reserva dos excelentes m�quinas muchas veces puestas a prueba. Por un lado 'el c�digo de la cortes�a', ese c�digo que, se nos dice, separa cuidadosa- mente el matrimonio, instituido para perpetuar la raza, del amor ideal y contemplativo m�s o menos calcado del amor del cristiano por su dios. Esquema demasiado grueso, y simplificaci�n sin inter�s que deja caer junto a toda la realidad psicol�gica, nada menos que toda la realidad social. Por otra parte hay el amor plat�nico, y el renacimiento del platonismo en Francia especialmente por medio de los cuidados de Marguerite. Otra gran m�quina y que, aplicada a nuestro asunto, cae bajo los golpes de las mismas cr�ticas; por otra parte en el caso presente, esto no sabr�a explicar gran cosa. Porque en fin, vamos a verlo, lo dif�cil es interpretar los sentimientos de Amadour por Avanturade, su leg�tima esposa, y por Floride, la dama de sus pensamientos. Pronunciar la palabra amor plat�nico, y luego seguir, no es hacer luz. Es agregar algunas obscuridades suplementarias a las que conlleva por s� mismo un relato un poco difuso. I En efecto, es preciso decir qu� ocurre en el coraz�n o bien en el esp�ritu del joven Amadour cuando, encontrando a Floride por primera vez en la corte del vice-rey de Catalu�a, se dice "que era esta la m�s honesta persona que �l hab�a visto jam�s, y que si �l pudiera tener su buena gracia, estar�a m�s satisfecho que de todos los bienes y placeres que pudiese obtener de otra." Estar�amos m�s c�modos si nos lo dijesen un poco m�s en detalle. Tanto m�s cuanto que siempre lo m�s sorprendente en los comienzos de un amor, es el primer paso. Y sobre esto, Marguerite es sobria en precisiones. Se limita a agregar: "Despu�s de haberla contemplado lar- gamente, �l se decide luego de deliberar, se d�lib�ra a a- marla". Ahora bien, nosotros, lectores de Stendhal , dudamos en reconocer aqu� los tres primeros tiempos de un amor que nace: 1� la admiraci�n, 2� uno se dice: qu� placer darle besos, recibirlos, etc, etc; 3� la esperanza, se estudian las perfecciones". Estamos reducidos a sopesar las palabras de las que se sirve Marguerite. "Tener su buena gracia", he aqu� lo que parece oponerse a la posesi�n "de bienes y placeres" que un hombre puede esperar de una mujer cuando arroja su mirada sobre ella. Y sin em- bargo, Amadour, este hombre joven que entra en el mundo y cuyo primer amor, como �l sied, es un amor ambicioso : este adolescente inquieto como todos los adolescentes y que tiene necesidad de amar a un ser cuyas cualidades lo eleven a sus propios ojos; este ambicioso que tiene miedo que no se tenga en cuenta, dedicandose a Floride, de la manera en que los otros hombres aprecian a �sta, del modo en que �l la ve con sus ojos - Amadour se promete a s� mismo en silencio, desde ese momento, que "el tiempo y la paciencia aportar�n feliz t�rmino a sus labores". Hay a- qu� al comienzo, algo muy perturbador y ambiguo. Un sobreentendido. No es por un impulso irresistible que Amadour se lanza a los pies de Floride. Por lo dem�s �l no se lanza a sus pies de ning�n modo. Primero razona fr�a y calmamente. Contempla lo siguiente (solo despu�s9 y detalla. Y no es sino despu�s de ese lento, doble, minucioso examen, comenzado por lo 'social', como diriamos nosotros en nuestro basto lenguaje, y que culmina en lo 'f�sico', que Amadour se decide (in- cluso tampoco, Marguerite no usa aqu� en absoluto el lenguaje de la voluntad, ella dice : "se decide" se d�lib�re) a amar a la muy noble, muy inaccesible y, accesoriamente, muy bella - en todo caso, la muy 'honesta' Floride. Amar, �pero en verdad, de qu� amor - y vuelvo sobre esto- acaso basta para comprender tal amor con denominarlo como cort�s y plat�nico? Porque en fin ... �Es Amadour un resignado que se inclina para siempre delante de una imposibilidad social, esta que impide a un peque�o gentilhombre como �l, desposar a una princesa del rango de Floride? Pero entonces, y puesto que no ha habido amor s�bito - �por que 'se ha decidido' a amar a alguien, a encadenarse al amor de alguien que no sabr� nunca procurarle la satisfacci�n de su amor? �O bien se hace, quiere hacerse, la ilusi�n de una pureza que �l teje delante de �l a dos manos, en el cielo claro, una pureza que se impone como un ideal y como una regla de vida: pero �l se lo impone a la fuerza, y aquel que descendiese en su com- pa��a a los abismos inexplorados de su imaginaci�n, de su sensibilidad, de su sensualidad, �encontrar�a all� sin duda otra cosa que esta pureza fr�a, ideal y deseada? �O incluso difiere Amadour? �Es un gran refinado ignorado que, dejando para m�s tarde, siempre para m�s tarde, una toma de posesi�n definida, se asegura en el d�a a d�a los favores so�ados, pero m�s sutiles, m�s penetrantes que los favores reales? Porque uno puede poner todo esto, y muchas otras co- sas m�s detr�s de esta palabra de platonismo, de amor pla- t�nico que Marguerite se cuida de emplear: pero su an�lisis es demasiado sumario como para que entre tantas hip�- tesis nosotros podamos escoger. Por lo dem�s, el verda- dero platonismo es otra cosa: es un amor despersonalizado, o impersonalizado, que ya no se dirige m�s a una criatura de carne y hueso sino a una cualidad, o a un conjunto de cualidades, a una abstracci�n de la que la mujer viviente ya no es m�s que el s�mbolo. En verdad no se trata de amor. No es m�s amor. Incluso es un remedio contra el a- mor: el remedio soberano, si es preciso creer a Pietro Bem- bo construyendo al final del Cortegiano, el proceso del a- mor real, al que �l nombra como el amor sensual. Recor- demos a trav�s de una cita ese gran texto que todos los contempor�neos de Marguerite, y Marguerite misma han leido y releido hasta saber de memoria : "Ahora bien, para exceptuarse del tormento de esta ausencia, y gozar de la belleza sin pasi�n, es preciso que el cortesano, con la ayuda de la Raz�n, reduzca todo el deseo del cuerpo solo a la belleza, y que �l la contemple lo m�s que pueda en s� misma, simple y pura..., y as� la haga amiga y cara a su alma, y goce de eso, y la tenga con �l d�a y noche, en todo tiempo y lugar, sin temor a perderla jam�s. Primer tiempo de una operaci�n a�n mucho m�s amplia y mucho m�s dif�cil, la que consiste, partiendo de esta primera abstracci�n, en elevarse hacia otra: el amor a la belleza Suprema - que se identifica con Dios. Amadour ciertamente no est� en absoluto aqu�. Gusto- samente dejar�a, si se aposentara en los prados floridos de Sarrance entre los contertulios, a Dagoucin el cuidado de refinar estos nobles sentimientos. No, �l no es pla- t�nico, menos platonicista, no, �l no ama con un amor plat�nico; este hombre, es el hombre joven que, al mismo tiempo, y por medio de una misma decisi�n (para noso- tros impensable) 'se decide' a amar a Floride... y desposar a Avanturade. Entiendo que �l quisiese (�l que no per- tenece ni a la casa de Floride, ni a la del padre ni a la de la madre) acercarse a la dama de sus pensamientos, es una necesidad. Pero ese matrimonio, que concluye �nicamente con el fin de romperlo, por m�s receptivos que nos hagamos de todas las fantas�as amorosas - sin embargo, ese matrimonio �nos choca? Amadour, en buen t�ctico, seria las cuestiones. Lo im- portante es aproximarse a Floride; lo accesorio esposar a Avanturade. O m�s bien, Floride el fin, Avanturade, el medio. Pero precisamente, nosotros �estamos mal pre- parados para hacer del matrimonio un medio y de la liaison un fin? En cambio Amadour estaba dispuesto, desde el mo- mento en que ha tomado su partido y escogido su dama, a que toda su vida est� subordinada a esta resoluci�n de im- portancia capital. Y es en funci�n de ella que �l actuar� desde entonces. Este hombre joven, libre de s� y de su destino, se encadena voluntariamente el d�a en que introduce a Floride en su vida, por una decisi�n unilateral y pensada maduramente. Avanturade no existe de alguna manera sino por relaci�n a Floride. Y el matrimonio que concluye Amadour por otra parte tan honorable y tambi�n tan redituable (3000 ducados!) como podr�a esperar, no es m�s que un medio para hacer pie en la casa de Floride, o m�s exactamente en la casa de la madre de Floride. De una Floride, por otra parte, respecto de la cual, Amadour toma una �ltima y sorpren- dente precauci�n, se asegura que no tenga el coraz�n seco ni sea insensible al amor. Su alegr�a cuando descubre un sentimiento por el Infante Afortunado tiene algo imposible para nosotros, gentes simples, tan poco maquia- v�licos. Pero para �l, la que emprende es una partida, una larga y complicada partida de ajedrez. Sabe que ser� muy larga. Pero a sus ojos s�lo cuenta, desde el instante que se engancha en ella, el resultado final. Quiere ganar. Debe ganar. Ganar�. por todos los medios. "Todo esto es novela, ficci�n, literatura. �Por qu� consumir vuestro tiempo analizando estos cuentos hechos para el placer? Pero en fin, estos cuentos, estos cuentos en los que Marguerite pone tanto aplicaci�n en que parezcan plausibles, �su autora no los vuelve absur- dos para el placer, a los ojos de sus auditores? Parlamente no invoca jam�s, para justificar las inverosimilitudes, la libertad del que cuenta que se mueve en su dominio, por fuera de las relaciones y las contingencias. Ser�a sin duda c�modo tratar de 'fabulosas', con La Croix du Maine, a todas las historias que cuentan los contertulios: as� uno no tendr�a que interpretarlas. M�s vale constatar que ellas encajan bien una con la otra, forman un bloque, y de un extremo al otro del conjunto, presentan una magn�fica y remarcable cohesi�n : brevemente, que uno no se desem- baraza con desenvoltura de los temibles problemas que ellas plantean al historiador. Hojiemos el Heptameron. No es solo la Novela X, es toda una serie de Novelas que plantean, a su manera, el problema del matri- monio. A su manera, que no es la nuestra. He aqu�, por ejemplo, la historia de un marido modelo. Il en faut. Es bello, joven, honesto: su mujer le ' ha da- do bellos ni�os'. Ella responde as� a lo esencial de su definici�n, �l est� muy contento y ninguna nube obscu- rece la serenidad de ese raro entendimiento. 'Por nada, nos asegura Dagoucin, quien cuenta, �l hubiese querido que su mujer tuviese malas suposiciones sobre �l'. Noso- tros comprendemos todo esto sin esfuerzo. Pero he aqu� que muy tranquilamente y sin otra emoci�n, el mismo Dagoucin, ese santo hombre de Dagoucin, nos ense�a que ese marido ejemplar es, al mismo tiempo, 'servidor de una de las m�s bellas damas' de ese tiempo. Y que la ama, la estima, de tal modo que todas las otras, en comparaci�n con el valor de ella, le parecer�an horribles. La conoc�a antes de su matrimonio. Dagoucin precisa 'an- tes de que estuviese casado', era imposible hacerle ver otras mujeres que su amiga, 'por bellas que fuesen'. El matrimo- nio, in�til decirlo, no cambi� nada de sus sentimientos. Continua prefiriendo a todo, el 'placer de ver a su amiga y amarla perfectamente'. Ahora bien, un d�a, el Rey propone a este amante constante, a este marido fiel, hacerle pierna o poker o lo que se quiera, en una partida que organiza con cuatro j�venes, de las que dos hermanas, son las m�s bellas, j�venes y frescas de todo Par�s : 'ellas eran la presa de todos los enamorados'. He aqu� al gentilhombre muy turbado. Rehusar, es darse aires de querer darle una lecci�n a su Rey. Luego, caerle mal. Aceptar es 'romper su matrimonio'. Finalmente va al encuentro de su mujer - las mujeres son buenas consejeras - le cuenta todo y le encarga ir a decirle al Rey que estando enfermo no puede aceptar su invitaci�n... Boca abierta de admiraci�n ante tanta astucia ('He aqu� -exclama ella completa- mente contenta, una buena y santa hipocresia!') , la mujer cumple de maravillas con su comisi�n. As�, todo es perfecto. �Demasiado quizas? En efecto, la avisada Parlamente, que en su larga vida ha visto y sabido demasiadas cosas como para que la enga�en f�cilmente tira a su lector por la manga y con una sonrisa exclama: Negado! guardate de admirar demasiado la virtud conyugal del gentil se�or. Era un buen marido, de acuerdo. Lo ha probado. Pero la prueba habr�a valido m�s 'si hubiese sido que s�lo por el amor a su mujer' se hubiese abstenido de cuatro j�venes tan bellas. Pero estaba tambi�n la dama, la sin par de la que era leal servidor. Tambi�n pensaba en ella. As�, por todas partes, siempre, en estos cuentos, la dama de los pensamientos dobla, por as� decir, a la mujer de todos los d�as. �En estos cuentos? Pero tambi�n en la vida... Abramos por ejemplo, tal como las redacta un servidor modelo, las Memorias del Sin Miedo ni Reproche, las Memorias del gentil se�or de Bayard. Por un lado esto implica un sumer- girse en las novelas de caballer�a, y por el otro, en las reacciones vivientes de un ser humano... �La caballer�a? Hela aqu�. A finales de 1499, en Carignan, Bayard reencuentra a la dama de Fluxas, que le trae tan tiernos recuerdos . Porque en el tiempo en que �l era un peque�o paje que seguia al Duque de Savoya, la futura Se�ora de Fluxas era una joven en la casa de la duquesa. Los dos j�venes hab�anse tomado tal amor uno por el otro "tan grande, guar- dando toda la honestidad que si ellos se hubiese li- mitado a su simple querer, se hubiesen casado". Pero habiendo cedido Charles de Savoya a Bayard como paje a Carlos VIII, los dos suspirantes se encontra- ron separados: de lo que aprovecha el rico Se�or de Fluxas, quien pose�a muchos bienes de los que la pobre joven estaba desposeida, '�l la toma por su buena gracia'. Sin dote... Reencontrando Bayard a la Sra de Fluxas, 'como mu- jer virtuosa', �sta quiere dar a conocer al buen cabllero que 'el amor honesto que ella le ten�a' duraba siempre. Ella le hizo entonces todas las cortes�as y graciosida- des posibles, le habla largamente del pasado, le colma de tales elogios que el pobre gentilhombre enrojec�a. "Finalmente le ruega organizar alg�n torneo en la ciudad, en honor de la Se�ora." Bayard acepta con tanta simplicidad, como al pedido de una se�ora de la casa un m�sico se pone al piano. No pone m�s que una condici�n: 'Vos sois, dice a la gentil dama de Fluxas, la dama que primeramente ha conquistado mi coraz�n a su servicio...Estoy seguro que yo no tendr� jam�s m�s que la boca y las manos, porque de os requeriros otra cosa, perder�a mi pena y tambi�n mi alma, y yo preferiria mejor morir a empuja- ros al deshonor... Bien, os ruego quiera darme uno de vuestros guantes (entendemos uno de sus volados) Bayard, sin decir palabra, lo pone en la manga de su parapeto, organiza el torneo, hace all� milagros. Todo el mundo le da el premio. Pero �l, 'enrojeciendo de verg�enza, lo rehusa' : si hubiese algo bueno, el m�rito era de la Se�ora de Fluxas que le hab�a prestado su guante. Luego, es a ella a quien deber�a ir el premio. El galante discurso es transmitido a la Se�ora de Fluxas por su propio marido: el conoc�a demasiado, dice el Le- al Servidor, la honestidad de Bayard, para entrar en ce- los. La dama abradece humildemente al caballero, decla- ra que ella guardar� su manchon toda su vida por el amor a �l, y rehusando el rubi, premio del torneo se lo da al caballero quien, de acuerdo a Bayard, hab�a hecho lo mejor. A la hora de partida, corren muchas l�grimas. Y 'el amor honesto' entre los dos perfectos amantes dura hasta la muerte, no habiendo a�o en que no se enviasen regalos uno al otro ... Dichtung und Wahrheit : no pensemos aqu�, que el gentil Bayard, campe�n de la dama del guante, fuese un asceta y un santo. El Leal Servidor nos lo muestra muy bien, ya que convalesciente, reclama una joven para restablecerse - A la hora convenida el valet le lleva una jovencita, bella como un angel, pero con los ojos llenos de l�grimas. 'Pero �c�mo mi amiga, que teneis? �No sabeis a qu� has venido aqu�?'. La pobrecita se pone de rodillas,m�s bella a�n en l�grimas, explica que su madre ha exigido que la obedezca porque se muere de hambre, pero que ella preferir�a estar muerta...Bayard la releva, la lleva a lo de la madre, a quien amonesta vivamente, y dota a la joven (600 florines) para que un honesto vecino la despose. ..."Y si un hombre rehusa una joven, dice Dagoucin, �es- timar�n uds esto como una gran virtud? -Verdaderamente, dice Oysille (la sabia decana, la virtuosa lectora de las Ep�stolas de Pablo ), si un hombre joven y sano hiciese ese rehusamiento, yo lo encontrar�a muy loable, pero no menos dif�cil de creer!". Creemos en la excepcional virtud del parang�n de los caballeros. Pero sobre todo creemos que la ficci�n de los cuentos concuerda perfectamente con la realidad de las memorias. Aqu� y all�, la dama de los pensa- mientos juega su rol. Su mismo rol. Su extra�o rol, que cada vez pone delante nuestro, nos plantea la cuesti�n, la enorme cuesti�n hist�rica del matrimonio. II El matrimonio, ese desconocido. El matrimonio, ese enigma... Un desconocido, puesto que dentro del n�mero de los �tiles indispensables de trabajo, dentro del n�mero de los indispensables instrumentos de estudio y de conoci- miento de las sociedades modernas que continuan fal- t�ndonos, es preciso, naturalmente, contar con una (o muchas) buenas historias sobre del matrimonio. Digo, historias completas, humanas y vivientes. Porque tene- mos construcciones jur�dicas, y consultaciones teol�gi- cas y apreciaciones sociol�gicas sobre el matrimonio. Pero de entrada todos esos sabios trabajos se ligan mal unos a otros. Los soci�logos,en particular, en lugar de buscar la s�ntesis, se han vuelto, comunmente, sobre los 'primitivos' y sobre los m�s 'antiguos'. Desde que se instauraron en nuestro mundo occidental las sociedades cristianas y modernas, no hay m�s nada; tie- nen tiro corto, y sin embargo es entonces que se erigen delante nuestro las grandes ilusiones, es entonces que se cree saber y no se sabe nada, es entonces que, para llenar ese vac�o, proyectan, con la mayor complacencia y serenidad, sus ideas de hombre blanco que se dice civilizado, en un pasado del que se asombran, luego, de no comprender en sus vueltas. Asombro c�ndido: se ha creado un monstruo, se le ha enchufado un cerebro y un coraz�n de hombre blanco del siglo XX en un cuerpo de bestia mal evolucionada. Y a continuaci�n uno se queja del resultado : los movimientos de la bestia son mal coordinados y el pobre cerebro no se hace obedecer. Esperando, una de las dos o tres instituciones fundamen- tales de nuestras sociedades permanece para nosotros en estado de misterio. Y de enigma. porque, en fin, el problema es pertur- bante. He aqu�, durante siglos, un inmenso esfuerzo que se prosigue en Occidente, en el cuadro de las sociedades cristianas -un tenaz y perseverante esfuerzo por 'pesqui- zar' estas sociedades, por 'civilizar' sus miembros, para hacer triunfar sobre sus instintos, una moral fundada en la sabidur�a humana, sobre la bondad, laraz�n. Innume- rables 'oficiales de moral', como dec�an nuestros padres en los tiempos de la constituci�n civil de la clerec�a, se empleaban con un ardor y una abnegaci�n llevadas, al- gunas veces hasta el sacrificio. 'Oficiales' de toda obe- diencia, ayudados por voluntarios de cualquier proce- dencia. Pero todos, llegados frente al matrimonio, tor- c�an bridas. Como los historiadores. Al matrimonio, ellos lo imponen. Lo proclaman infrangible. Por as� decir, indel�bil. Y, satisfechos, no van m�s all�. No penetran en el interior. Se desv�an de la vida y de sus realidades. Ellos no se interesan m�s que en el dere- cho. Ahora bien, desde el punto de vista de los morali- zantes, las realidades demandan que ellos intervengan. �Sed buenos y dulces, y educados, y medidos, sabed reglar vuestros instintos, tened bajo la brida a vuestras pasiones! He aqu� lo que ellos no cesan de predicar a los hombres. Pero estos hombres a los que se trata de pulir, civilizar y moralizar, durante siglos, continuaron usando al matrimonio como un medio para todo fin �til: un medio para procurarse los servicios y la obediencia de una sierva escogida, su mujer; un medio para mantener la sobrevivencia de su raza, un medio para pagar sus deudas, mantenerse a flote y asegurar para su provecho la mejor, la m�s estricta gesti�n de sus posesio- nes, gracias a lo cual ellos dispondr�n de todo lo que es necesario para enga�ar bien a su diligente ec�noma y arruinarla, un medio en fin, para avanzar socialmente, para la mujer a�n, para la mujer siempre, y para ganar rango en el mundo en el que viven... -Ahora bien, los moraliza- dores no preconizan en absoluto se duda de ello, la explo- taci�n de la mujer en el matrimonio, sin prudencia ni cuidados. Ellos salvan la cara por medio de algunos ap�strofes a los interesados: que no abusen; muy simple- mente que tienen suficiente con el hecho de usar de eso. Y que la mujer sabe resignarse. Se la estimar� m�s. Pero es preciso ante todo salvar la majestad de la instituci�n. El cristianismo hace de eso un sacramento. Al matrimo- nio al que define como intangible. Quebrarlo es evadirse de ello: uno de los m�s grandes pecados que el hombre puede cometer. Y los laicos, haciendo coro, agregan: uno de los m�s grandes cr�menes. En consequencia, punido. - �En cuanto a lo que ocurre en el interior? Es asunto de las consciencias individuales: no se las orienta sino len- tamente hacia nuevas direcciones. Luego, cuando los hombres, en el viejo reducto donde el instinto gen�sico tomaba su impulso, habr�an hecho por un milagro de paciencia, de sutilidad y de imaginaci�n, germinar, desarrollarse, florecer al Amor, esa sorprendente creaci�n de su genio sutil, los moralizadores se perturban y extrav�an. Si consintieron finalmente en acoger tal bella flor en el jard�n de los hombres, fue para ofrendarla a Dios, y no (muy por el contrario) para ayudar a los hombres a paliar sus humildes moradas. Nin- g�n esfuerzo durante siglos, ning�n esfuerzo serio, poderoso y viril para reglar en profundidad las re- laciones del amor y el matrimonio - de la instituci�n protegida, sancionada, impuesta por dios y el senti- miento experimentado por los hombres, y por las mujeres, se entiende, en la inquietud de sus peque- �as y precarias vidas, de que ellos anhelan, algunas veces, que un verdadero sentimiento haga estallar los marcos de las mismas. En efecto, es preciso esperar al siglo XVII, con san Francisco de Sales y sus dos valientes cap�tulos , de la 'Introducci�n a la vida devota' - el ep�- teto es de Henri Bremond - es preciso esperar al 'Avis pour les gens mari�s y el c�lebre cap�tulo De la honestidad del lecho nupcial, para ver a la Iglesia en Francia, por boca de representantes con una amplia audiencia, proclamar la santidad del matrimonio, su dignidad eminente, el respeto que le es debido, por el hecho que asegura a los hombres en la dignidad, y por la gracia que contiene - en fin, la bendici�n que constituye "este estado muy santo y muy puro" para hablar como F�nelon . A�n hay resistencias : �de qu� sorprenderse? Ha habido, en el siglo XVI, hasta en el seno de Lutero, casado, 'para burlar al diablo y sus secuaces, hacedores de problemas, los pr�ncipes y los curas pero sacando con una l�gica intr�pida y per- turbadora (Utinam, suspiraba en caso parecido el dulce M�lanchthon - utinam Lutherus etiam taceret : ah! si �l pudiese solamente callarse!) la conclusi�n de la teor�a realista del matrimonio, la satisfacci�n de una ne- cesidad natural: "Si tu mujer se rehusa, toma a tu muca- ma!". En Francia, entre nosotros los franceses, y en ese pesquizado siglo XVII, si Bossuet no deja pasar ocasi�n alguna para profesar la misma doctrina que san Francisco de Sales; si nosotros podemos leer, en una de sus cartas a Madame Cornuau : Os he dicho frecuentemente, hija mia, que el estado matri- monial es santo; las v�rgenes que los desprecian no son v�rgenes sabias" - no es menos cierto que, la mayor�a de los autores piadosos del Gran Siglo no pueden dejar de quitar con una mano lo que le acuerdan al matrimonio con la otra : as�, exageran sin medida (Henri Bremond lo ha felizmente subra- yado fuertemente ) las tentaciones que debe vencer el amor cristiano y, m�s a�n, las tribulaciones que la vida reserva a los esposos... San Francisco de Sales, Bossuet, F�nelon. En tiempos en que no encontramos un nombre, ni uno solo en la Iglesia de Francia, para poner en paralelo con tales nombres - en el tiempo de Marguerite y de Bri�onnet sin m�s - el matri- monio se revelaba privado de todo prestigio. Es un hecho mayor que, por ser ignorado, no debe ser tenido menos en cuenta como verdadero. A- bramos una vez m�s el Heptamer�n: qu� de sor- presas! Ciertamente, es preciso distinguir. La novela X, la historia de Amadour y de Floride, que tambi�n es la historia de la triste Avanturade - humilde y miserable historia �sta, de la que ning�n Maupassant del siglo XVI se aviv� de extraer Una vida - la Novela X nos introduce en un mundo especial: el mundo de las cortes. No es la �nica. Ella, junto con otras dos o tres Novelas, nos ponnen en presen- cia de hombres y mujeres que salen de lo com�n. He aqu�, por ejemplo, la Novela XV - la historia de un pobre gentilhombre que ha sabido captar el favor del Rey. "Las virtudes de las que estaba lleno" constitu�an un capital: el rey le da dinero, le hace desposar a su favorito (piensen que no ten�a m�s que 500 libras de renta) una mujer tan rica "que un gran se�or se habr�a contentado con ella". Pr�ctica cons- tante. El Rey casa ricamente. La Reina hace casar ricamente. Ellos no aceptan la pobreza entre aquellos o aquellas a los que protejen. Dinero y favor deben ir de la mano. Est�n tan convencidos que no propo- nen, imponen. Toda una Novela, la XIX, toda la historia de Pau- line, est� construida sobre este tema. Pauline, es una dama de la Duquesa de Ferrara. No tiene un peso. Y he aqu� que un gentilhombre cumplido pero sin un peso como ella, la ama. Estupor general, porque, "por el amor que le profesaba su Se�or", el Duque, ese gentilhombre pobre habr�a debido buscar una rica heredera. pero los desgraciados se obstinan. La duquesa, es la primera que se indigna. Ella entien- que "por su favor", Pauline deber�a ser casada ri- camente. �Qu� se dir� si no? �Que ella no sabe re- compensar a los que le hacen placer y servicio? Y adem�s, si el matrimonio se efectuase "ellos ser�an los m�s pobres miserables de toda Italia" �y enton- ces qu�? �C�mo interesarse entonces en los m�s po- bres y miserables de toda Italia? Ese casamiento ser�a un desclasamiento m�s que un ascenso social. As� piensa la Duquesa. As� piensan los parientes de ella, y los parientes de �l, que comulgan en el horror a la pobreza. Y como los dos desgraciados se obstinan y molestan a todo el mundo con su amor (los tontos!, si cediesen tranquilamente, fuera del matrimonio no ser�an sus se�ores quienes se lo reprochar�an : Marguerite nos da la seguridad expresa!) - como ellos se dan el lujo, fuera de sus medios, de permane- cer virtuosos en el sentido de la palabra del siglo XX - los favores de sus protectores se transforman en odio : m�s d'issue que le clo�tre. El gentilhombre de la quinceava Novela no se guar- da de imitar a estos desgraciados. El desposa. Una ni- �a, tan peque�a que su primer cuidado de casado es ponerla pupila - rogando a una de las m�s grandes damas de la corte que 'quiera tenerla consigo' : pero �l tiene la dote; ella es de buena cuna y �l se sirve de ello sin tardanza, haci�ndose el galan, para amar en un alto lugar a una dama que sin embargo no es "ni tan joven, ni tan bella" como la suya, esas cosas suce- den. Naturalmente esta dama de la corte est� casada con uno de las mejores amigos de gentilhombre. Y (lo que nos parece menos natural, pero la corresponsal del piadoso Abate Bri�onnet, el autor de "El espejo del alma pecadora", nos lo conf�a sin asombro) ella era ya "la amiga del Rey". Se entiende suficientemente que esta amistad no ten�a nada de plat�nica, y que la dama acumulaba. De donde parece que los h�bitos del siglo XVII y XVIII florec�an ya en la corte de los Valois. Brevemente, el galante gentilhombre se lanza y como todo un astuto de la Regencia, se desinteresa totalmente de su mujer. "En un a�o, precisa Margue- rite, apenas si dorm�a una noche con ella". En- tretanto ning�n "signo de amistad". Y sobre los re- cursos que le deb�a, no cumpl�a incluso con aque- llos de vestirla de acuerdo con su rango, a esta que, sin embargo, llevaba su nombre. En lo que, esta vez, �l exageraba. Pero no vayamos a buscar idealismo en estos calculadores precisos y apurados. Tal como en la historia de los anillos, de un precioso anillo (val�a 3000 escudos), dado pri- mero por el marido a su mujer - luego entregado por ella a su amigo de coraz�n - luego dado por �ste por la mitad de su valor, m�s sensible a los escudos temblorosos que a los brillos de las joyas, en fin, luego rescatado por la mujer por orden del marido que, para salvar la cara, paga de su bolsi- llo los 1500 escudos que permiten el rescate - es- ta sorprendente historia que parece salida de al- guna Faublas del siglo XVI, justifica plenamente la evocaci�n de los astutos Rou�s. No falta nada Ni siquiera la conclusi�n. La dama retoma el anillo marital - pero no priva de regalos a su buen amigo. Y como la princesa a la que sirve, le hace don de un diamante, ella se apresura a darlo al elegido de su coraz�n, ocultamente, para com- pensarlo del anillo recuperado, y esta vez, sin que el marido sospeche nada. Lo que no es Faublas ni siglo XVIII es la confesi�n naif que hace el biena- mado de su plena satisfacci�n: 1500 escudos que �l guarda (don del Se�or); un bello diamante (don de la Se�ora) y "la seguridad de las buenas gracias de su a- miga" (la peque�a flor azul) : vamos, �l hombre no ha perdido su tiempo. El lo piensa y Marguerite lo dice tal como lo piensa en su indulgencia sin ilusiones. Cerremos el par�ntesis y volvamos al marido de la Novela XV, al marido que lo es tan poco. La dejada se engrandece. Su belleza se expande. Los galantes vienen a revolotear alrededor de ella. Y 'todo bien, to- do honor, ella observa a uno de ellos, un gran persona- je. Se pone a amarlo. pero en la corte todo se sabe, el Rey es advertido. Ahora bien, por enga�ado que est� por su favorito, contin�a "brindandole todo su amor" de tal modo que no tolera "que nadie le aver- g�enze ni le cause displacer". Convoca entonces al suspirante y lo compele a cesar al momento de hacerle la corte a la dejada. El gran se�or se incli- na, entre un amor naciente y el favor del pr�ncipe �qui�n dudar�a? Un tonto. Pero notemos que este Rey, guardi�n de los buenos h�bitos y las fidelidades conyugales, ni sue�a un instante con hacer venir a su favorito y urgirle, no menos categ�ricamente, de ocuparse de la mujer que le ha procurado y no de la mujer de su mejor amigo, la que es al mismo tiempo su favorita, o una de sus favoritas. El resto de la historia nos importa poco. S�lo cuentan nuestros asombros. Y es pre- ciso confesar que la piadosa evocadora de "el al- ma de Madame Charlotte", la traductora del Pater comentado por Luthero, no nos los despeja tampoco. H�bitos de corte, si. Maneras de vivir propias de esos medios particulares, donde todo parece unirse para separar a los esposos. Y en primera instancia, el hecho que ellos "pertenecen", la mayor parte de las veces a Se�ores diferentes, lo que hace obst�culo a toda verdadera comunidad de vida. La mujer es la dama de honor de la Reina, o de una princesa de sangre o de una muy gran dama. Pasa su exis- tencia a la sombra de su Se�ora. Duerme en la pieza del lado. Se levanta a la noche y al primer llamado acude "en camisa". El hombre a su vez, est� en otro lado. Sigue, frecuentemente d�a y noche, a su rey o a su pr�ncipe. Lo acompa�a a todos lados. Habita su 'casa', all� come, bebe y duerme. Sin duda de tiempo en tiempo, va a ver a su mujer. De permiso, por as� decir. Y si no sigue regularmente a un rey, a un pr�ncipe, a un grande, si no forma parte oficialmen- te de una 'casa', tal parece que es el caso de Amadour, reside entonces en lo de la gran dama que "ali- menta" a su mujer, quien lo adopta a t�tulo precario, a t�tulo de marido de una dama de su casa. No tiene nada sorprendente entonces que el matrimo- nio, en estas condiciones, revista aspectos muy particu- lares y en ocasiones muy siniestros. Dicho esto, el Hep- tameron no describe m�s que h�bitos de corte. Pero lo que Marguerite, comentando an�cdotas de la vida tomadas en medios m�s normales, nos dice con su voz siempre igual y tranquila, con su pesimismo indulgente de mujer que ha vivido largamente, que ha sufrido y ha meditado sobre el matrimonio del gentilhombre o el ma- trimonio burgu�s. Todo esto confluye muy naturalmente con lo que nos libran las Florides, Rolandines, Paulines y sus semejantes. El matrimonio, �asunto de dinero? La liai- son �fuente confesada de provecho? �El desd�n, normal y pl�cido, del macho en busca de su presa, por su mujer leg�- tima? He aqu� lo que Marguerite nos muestra muy bien en Tours como en Paris, y lo mismo entre los comerciantes que entre esos fieros gentilhombres. �Qu� de hermanas tienen las Paulines, y de hermanos los Amadour en los municipios o en los peque�os castillos del campo? Por todos lados hay por un lado la mujer que engendra los ni�os, sostiene la casa, administra los bienes y por el otro la amiga, de la que se dice y se hace el servi- dor. Y todo el mundo acuerda sobre este punto: el amor es por la amiga. El perfecto y puro amor: puro, pala- bra p�dica, est� ah� por Dagoucin. Puro, en todo caso, "limitado a la boca y a las manos", es la palabra del Leal Servidor. Asimismo, como lo dir� Montaigne , los l�- mites del honor femenino "no son tan recortados" que no dejen "en el extremo de su frontera...alg�na exten- si�n libre indiferente y neutra". Pero para quien sabe usar con moderaci�n ese no man's land acomodado entre un fiero puritanismo y excesivas liberali- dades �por un caballero como Bayard en la vida o un sabio Dagoucin en la ficci�n, cuantos Amadour que guardan en el fondo del coraz�n durante a�os, perturbadas esperanzas, poco a poco mudadas en vehementes deseos, en irresistibles impulsiones? No alegemos ejemplos. De las setenta y dos novelas recogidas por Gruget se desprende un cuadro del matrimonio, y del amor, que no carece de inter�s hist�rico. El matrimonio es la ley com�n. Dura lex, sed lex. U- no no se sustrae a ella. Se tenga o no la vocaci�n, uno se casa. Es preciso. Es un grave deber. Porque casarse es tomar una decisi�n irrevocable. Es ligarse para siempre jam�s. En el Heptamer�n, a este respecto, hay una his- toria que da miedo , horriblemente tr�gica en su seque- dad y tranquilidad: es la de un hombre, un parisino que ha desposado a una mala mujer, una mujer que lo a- bandona para irse a vivir a Blois en la parroquial y confortable compa��a de un p�rroco de coro del Rey. El marido intenta hacer retornar a la mujer a los buenos sentimientos, rogando primero, luego mediante amena- zas. Esfuerzos perdidos, y como �l insiste, la veleta monta una comedia, se declara enferma, muy enferma, de mucha gravedad, en medio de gemidos bien arregla- dos con sus comadres, exhala con arte un �ltimo sus- piro teatral, la entierran r�pidamente y de noche, pero su cura la desentierra sin tardar y los dos c�mplices retoman, sin m�s problemas de all� en m�s, su buena vida de amantes de provincia. El parisino, teniendo a su mujer por muerta, rehace su vida fallida. Se vuelve a casar con una brava cria- tura que seg�n la f�rmula, le da bellos hijos. Pasan ca- torce o quince a�os. Pero los curiosos han visto, han iden- tificado en Blois a la primera mujer. Estos curiosos hablan. La Iglesia interviene presto, separa de oficio al b�gamo de su segunda esposa, su verdadera esposa, su honesta esposa, la madre de sus hijos. De la noche a la ma�ana ella no es m�s que una concubina pescada en in fraganti, m�s a�n, es la c�mplice de un crimen. Por a�adidura el ma- rido debe reivindicar contre el cura a su primer mujer a la que odia y que le odia, a la que sin embargo le es preciso retomar. El relato termina sin una palabra, sin una sola pala- bra sobre la suerte de la segunda mujer. Los contertulios tam- poco se interesan en ello. La fatalidad lo ha querido, la ley ha hablado, no hay m�s nada que decir... Siendo esto el matrimonio, se entiende que casi no fun- cione sin ayuda de sopapas. Lo m�s frecuentemente, en las familias simples de la nobleza r�stica o de la burguesia citadina, esas sopapas tienen un nombre: se llaman las muchachas. Esas comodidas dom�sticas. Se las encuentra a cada p�gina en el Heptameron, en lo de ese rico hombre de Par�s que, en medio del invierno, va a ver a su mucama al s�tano, 'sin bonete ni zapa- tos' , asi como en lo del gentilhombre M. de Lou�, quien abandona la mejor de las mujeres para deslizarse todas las noches en el lecho de su Maritormes?, "la m�s fea, ordinaria y sucia mucama que hubo all� ". Porque los gentilhombres profesan los mismos gustos por las mu- camas que los tapissiers del Duque de Orleans o que los burgueses enamorados de sus empleadas. Y uno de ellos, llamado Togas, quien se inflama por su criada, cuando �sta le tiene la vela para leer en el le- cho ...Todo con gran serenidad de consciencia. Los predicadores han tenido a bien decir, por boca de Menot y de sus �mulos, que el hombre ad�ltero peca tanto co- mo la mujer ad�ltera. Y citan a san Pablo, autoridad decisiva: I, Corint, VII: "Mulier corporis sui potesta- tem no habet, sed vir; similiter, et vir, sui corporis potestatem non habet, sed mulier." Nadie cree una palabra de eso. �Acaso no sabe todo el mundo (co- menzando por los esposos) que el hombre y la mu- jer no son la misma cosa? El serm�n de Menot visiblemente se dirig�a a gentes peque�as: : juve- nes procuratores, juvenes advocati, notarii, cleri- ci finantiarum, mercatores noviter uxorati, aquellos que viajaban mucho, iban por los paises de aqu� pa- ra all�, dorm�an en albergues : estamos seguros que jam�s, ni la eloquencia del predicador ni la autoridad de san Pablo han cambiado a uno solo de ellos, habi�ndolos convencido de pasar su tiempo como Stendhal, una noche de ociosidad (y algunas o- tras tardes tambi�n, sin duda) en Saint-Laurent-du-Jura. �Para qu� pod�an servir estas 'ancillas omnini instructas', estas buenas para todas las manos, �que (consideraci�n de peso) no da�an demasiado la bolsa! Menot, hombre adver- tido lo dice con todas las letras: " quae non valent multum argenti?". Las gentes peque�as, los j�venes, �pero y los grandes? Hircam lo aclara con su voz bernaise, delante de su leg�tima esposa : �l no ha amado jam�s a mujer alguna (fuera de la suya, naturalmente!) "a quien no quisiera hacerle ofender a dios gravemente!". Si- montault va m�s all�: �l ha deseado todas las muje- res "malas" "m�chantes", salvo la suya. Saffre- dente teologiza: �Hay virtud m�s grande que a- mar como Dios lo ordena?", y Madame Oysille concluye: "Encontrar castidad en coraz�n ena- morado, es cosa m�s divina que humana." Evidentemente el matrimonio en el comienzo del siglo XVI, demanda imperiosamente ser revalorizado. Falto de prestigio. Y esto es ante todo falta de la Igle- sia. A sus ojos, �l porta pesadamente la pena de ser una obra de la carne. Y los ojos de la iglesia son los ojos de todos. Ciertamente, un san Anselmo, un san Bernardo, han hecho la defensa del matrimonio. Pero en fin, es un sospechoso. Hay necesidad de abogados para hacer brillar su inocencia. Y estos abogados defienden al culpable. El matrimonio, es el mal menor. Protege (�mal!, la experiencia lo muestra) pero en fin, protege, o deber�a proteger contra la fornicaci�n: propter fornicationem habeat quisque uxorem, los doctores dicen esto en lat�n . Erasmo retomar� los argumen- tos. En el fondo, toda la Iglesia continua pensando, y profesando, que el estado de virginidad es muy supe- rior al estado del matrimonio. Son muy raros aquellos como el alsaciano Gelier, de Kaisersber, que osan proclamar que "la integridad carnal no es una virtud ni incluso la parte esencial de una virtud", porque toda la esencia de una virtud reside en el alma, esta apelaci�n a la consciencia individual y a su libertad de juicio por lo dem�s no es sin peligro, qu� f�cil cometer contrasenti- dos, �f�ciles y tentadores? Geiler no es seguido . Ga- briel Biel por su parte, se contenta con afirmar que un �rbol se juzga por los frutos, y el matrimonio por sus fines, que son, en primer t�rmino, la conservaci�n del linaje humano. Pero si evoca el ejemplo, muy edifican- te, de los patriarcas (el landgrave de Hesse escucha ya con un oido atento), si observa ingeniosamente que to- dos los que fueron en el arca estuvieron casados, si no- ta que Cristo quiso ser encarnado en el seno de una Virgen, pero de una Virgen casada. De cualquier modo �l no pone menos el acento, con un cierto gozo maligno, en un plan no dudoso de revancha, sobre las tribulacio- nes que engendra fatalmente la vida conyugal. Y sobre la vieja pero eterna distinci�n entre 'nupcias' carnales, ese mal menor, y las 'nupcias' espirituales, las �nicas verda- dera y perfectamente recomenda- bles. No, en verdad el climat del matrimonio, su climat moral y religioso, no era excelente. Y el contraste era neto entre la majestad proclamada de la instituci�n, su ciega indisolubilidad indicada por todas las autoridades y su modestia de remedio emp�rico. Este matrimonio era un sacramento. Por lo dem�s un sacramento particu- lar, del cual los casados eran los �nicos ministros. Pero era, si oso decirlo, un sacramento de tolerancia. Volvamos por otra parte, a la palabra de Geder. "La integridad carnal no es una virtud". Virtud, es la pala- bra que finalmente es preciso decir si queremos com- prender la perspectiva de los hombres del siglo XVI, y la nuestra, tan diferente. M�s precisamente la palabra que conviene explicar, porque nosotros no tenemos m�s Historias de la virtud ni Historias del amor. O del vicio, su contrario, y del pecado, producto cristiano del vicio. Del pecado, que para los contempor�neos de Marguerite no es solamente una falsa maniobra, un fal- so fin, un fracaso, un fallido y por esto mismo un acto contra natura, sino un atentado a la raz�n, esa verdade- ra naturaleza del hombre, y luego, puesto que la raz�n es un don de dios al hombre, un atentado, una ofensa a dios . As� el pecado es entre dios y la criatura. S�lo entre ellos. As�, en ese debate t�te � t�te, el laico, desprovisto de todo poder de liberaci�n, de todo poder sobre el pecado, no tiene que intervenir. No es juez. Ciertamente puede, y debe reprimir, si hay costados peligrosos que rompen la paz de la ciudad. Puede, debe, si es preciso, punir las muertes, los latrocinios, las violencias que derivan del pecado. Pero aqu� no se trata m�s que de represi�n penal. De aplicaci�n de leyes que rigen la ciudad. Reordenar, corregir, es cui- dar. Pasar, transpasar y en mucho, sus poderes y sus me- dios de hombre miserable y pecador. C�mo hacer el bien por sus propias fuerzas, el hombre es impotente para remediar el vicio. Es cuesti�n de dios, si lo quiere, operar tal curaci�n. S�lo de dios, por su gracia,en la medida en que le plazca acordarla. S�lo la gracia puede restituir al hombre lo que el vicio le hacer perder... Desde entonces, �por qu� asombrarse si Marguerite no juzga? �Por qu� escandalizarse algunas veces -co- mo nosotros lo hacemos muy naturalmente- por el silencio de los contertulios? Les exigimos protestar, indignarse, anatematizar. Pero su anatema no ser�a m�s que una especie de parodia, de sacrilegio, una substitu- ci�n indebida, y por otra parte rid�cula, del sentido humano a la gracia divina. Es hoy, en el mundo nuestro, que se producen esos defectos. Es en nuestro mundo en el que el procurador y su substituto usurpan las funciones que nuestros padres reconoc�an s�lo a dios, y se han puesto no s�lo a punir, golpear, a reprimir, sino a pronunciarse sobre el valor moral de ta- les o cuales actos, a buscar las intenciones secretas, a pesar la virtud y el vicio no s�lo sobre la balanza del Arc�ngel, esta que le prestaba un dios irritado y venga- dor que es tambi�n un dios de misericordia, sino so- bre las discutibles balanzas de una T�mis laica y burguesa. Una �ltima palabra. El prestigio falta al matrimo- nio: venimos de investigar por qu�. El amor falta tam- bi�n. A�n m�s, y quizas necesariamente. No es cierta- mente que faltasen en ese tiempo matrimonios de amor. El Heptamer�n atesta lo contrario. Es Marguerite quien nos cuenta la historia de la hermana del conde de Jossebelin . Deliberadamente no la casan. Es pre- ciso no dispersar entre diez ni�os el capital de la casa. Ella no es due�a de su coraz�n pero hete aqu� que se prenda de un pobre y bello gentilhombre, criado des- de su infancia en la casa Jossebelin. El responde a ese amor simple y, sin que nadie sepa nada, fuera de un cura y algunas mujeres, se desposan. Matrimonio clandestino, pero v�lido , puesto que los dos esposos consienten y que consensus facit nuptias, como reza el viejo adagio del derecho romano. El conde de Jossebelin no es romanista, y escucha las cosas con otro oido. Ese matrimo- nio le parece un atentado no a los buenas costumbres, (no tiene la debilidad de creerse el guardian de las mis- mas) sino a los derechos que se arroga sobre su her- mana . Ese matrimonio no autorizado por la paren- tela es un insulto mortal a la familia Jossebelin No se lo tolerar�. Y haciendose fuerte en lo que cree su dere- cho, hace asesinar ferozmente al marido delante de su mujer, bajo sus propios ojos. Despu�s de lo cual exila a la desgraciada en lo profundo del bosque, en una eremita, donde muere santamente. Ahora bien, es significativo que los contertulios aprue- ben, no la salvajada del conde, igualmente ella es un poco excesiva, (y este hombre brutal no tiene a la ley de su lado ) la violenta oposici�n al matrimonio por a- mor. Jam�s casarse 'por su placer' y sin 'el consenti- miento de aquellos a los que se debe guardar obedien- cia', he ah� la regla tutelar . "Porque el casamiento es un estado de larga duraci�n, que no debe ser comenza- do a la ligera, ni sin la opini�n de nuestros mejores pa- rientes y amigos." Sabidur�a tradicional. Y Marguerite concluye, con una filosof�a desencantada: no se sabr�a "hacerlo tan bien como para que haya tanta pena como placer" en el santo estado del matrimonio. Despu�s de todo, la hermana del conde ha tenido su parte de goce. Ella lo ha pagado duramente. Es la regla... La verdad es que por detr�s de la concepci�n cristiana del matrimonio, est� la concepci�n judia. Y esta ya so�aba con eliminar al amor del matrimonio. Calvino, explicando a los genoveses, el jueves 30 de enero de 1556, el cap�tulo XXIV del Deuteronomio, les mostraba muy bien : Dios ha dicho con su boca sagrada, cuando habl� de crear a la mujer: "Ayudemos al hombre". No ha dicho: 'Hagamosle una mujer." De hecho, toda teor�a cristiana del matrimo- nio impone a la mujer obediencia a su marido. La ley he- braica es semejante. El marido no est� para amar sino pa- ra ordenar, ese marido al que su mujer no ha llamado con sus anhelos y muy frecuentemente tampoco con su deseo. Ese marido que en los tres cuartos de los casos le ha sido impuesto sin haber sido consultado. Ese marido que es su jefe, sino su Se�or y delante del cual, dira diverti- damente Calvino un d�a de abandono, delante del cual no es cuesti�n que ella "alce la cabeza como un bicho" , acaso no debe estar m�s sujeta a �l que al padre y a la madre?". El amor es exactamente lo inverso. La mujer es "Se- �ora". La mujer reinante y adorada. La mujer que da o rehusa sus favores, a su arbitrio, libremente. La lengua conyugal aqu�, recurre a otras palabras. La esposa no posee favores para distribuir o guardar para ella. Ella es acreedora de "derechos" (como el esposo) y deudora de "deberes". El matrimonio, dira crudamente Calvino, "es un yugo puesto por dios en el cuello del hombre". En primer lugar, en la persona de la mujer . Ahora bien, los contempor�neos de Marguerite, los h�roes de las novelas, se ponen voluntariamente bajo el yugo de muy buen gusto. Apenas salidos de la adolescencia, helos aqu� contrayendo una uni�n que desborda, y en mucho, el dominio del amor y la sexua- lidad. Ella concluye con la vida. No es m�s revocable. Uno es libre de no engancharse, pero todos los autores acuerdan en un punto: una vez que se ha dicho el si "uno est� enganchado". Y esta uni�n no se contenta con juntar, en el curso de breves encuentros m�s o me- nos espaciados, un t� y un yo distintos. Apunta a for- mar un nosotros. Lo crea de oficio. Agrupa a un t� y a un yo bajo una misma raz�n social. El d�a de su matri- monio "ella" pierde su nombre y toma el nombre de "�l". Sobre todo la uni�n conyugal realiza la puesta en co- m�n de dos existencias, con todo lo que esta puesta en com�n implica de participaci�n en humildes, m�ltiples y cotidianas realidades. Ella comporta cargas soporta- das de a dos, asigna fines perseguidos de pleno acuerdo, cargas y fines que no tienen nada que ver con el libre amor . El llavero de llaves pendiente de la cintura, el emblema de esta uni�n para la mujer, no es precisa- mente un emblema amoroso. En fin, esta uni�n es p�bli- ca, y social. Termina por integrar al hombre joven, e inte- gra de un solo golpe a la mujer joven, a la sociedad. He- cho esto, resta el amor. El amor o m�s bien, para proscribir esta perturba- dora palabra, y todos los equ�vocos que puede causar, para evitar especialmente toda la confusi�n resultante de la lenta iniciaci�n de los franceses (y al comienzo, casi en primer t�rmino y �nicamente a los franceses de la Corte) en las complicaciones de esta t�cnica f�sica, de esta gimn�stica del amor sensual que, durante todo el siglo los pone, como colegiales c�ndidamente maravilla- dos, en la escuela de estos doctores de Italia, a la que recubr�a el nombre de Ar�tin , del amor o m�s exac- tamente, de la educaci�n sentimental. Esta educaci�n sentimental cuya necesidad no data del siglo XIX y de una novela c�lebre. Esta educaci�n sentimental que sola, completa al hom- bre. Perfecciona al hombre en un hombre. Asegura al hombre que se la ha procurado, ese sentimiento de dominio, de plenitud, de entera posesi�n de s�, hasta en sus profundidades secretas, que s�lo realiza en �l, el ideal m�s refinado de su tiempo... Esta educaci�n sentimental, en el siglo XIX, se opera por medio de la liaison. Y la mayor parte del tiempo, antes del matrimonio. Liaison prenupcial, como dicen los psic�logos y los m�dicos en su vil lenguaje admi- nistrativo. Libres los moralistas de pensar de eso lo que quieran. No es la cuesti�n. El psic�logo, toma las liai- sons por hechos, �l busca simplemente (pero no es sim- ple!) definir el rol que juegan en la formaci�n del car�c- ter, en la evoluci�n de la persona misma. Ese rol, impo- sible subestimar su valor. La liaison es un ensayo . Es una experiencia que el hombre realiza en condiciones que se oponen radicalmente a las del matrimonio. La liai- son no crea una comunidad entre el hombre y la mu- jer. Ella efect�a una pertenencia temporaria, precaria, perpetuamente revocable, sin enganche positivo, ni contrato. Pertenencia reducida a ciertos dominios, o- tros son excluidos de ella. Por ejemplo la liaison nor- malmente no comporta hijos, ni cargas soportadas en com�n. Conoce el regalo. Ignora la comunidad de bie- nes. No es p�blica o, m�s exactamente, no es reconoci- da, no es oficial, no est� sancionada. Deja en presencia un t� y un yo distintos, que no han pronunciado, que re- husan pronunciar palabras que liguen. No crea un noso- tros. Pero en una esfera estrecha, deja profundizar sensa- ciones, emociones, sentimientos. Ella desarrolla. Agranda. En- riquece. En el siglo XIX, antes del matrimonio. En el siglo XX, gran revoluci�n en curso, muchos hombres j�ve- nes, muchas mujeres tienen tendencia a buscar en el matrimonio mismo si no amor, al menos inclinaci�n: el amor es raramente un hecho, cuando existe verdaderamente, de las dos personas de la pareja, la educaci�n snetimental que sus padres,di- gamos, que muchos de sus padres, en todo caso, ha- b�an demandado a la liaison prenupcial. �Y en el si- glo XVI? En el siglo XVI, todos excluyen la soluci�n del siglo XX. Todos y todas rechazan el matrimonio de amor. Con fuerza, con violencia, con indignaci�n. Escuchen la sabidur�a de Montaigne prologando algu- nas d�cadas la sabidur�a de los contertulios: "Uno no se casa para s� ... Uno se casa tanto m�s para su posteri- dad, para su familia." Y entonces, es la familia, guar- diana de la raza, la que debe intervenir- La que debe hacer el matrimonio. Montaigne aprueba. Le gusta que uno sea conducido al matrimonio "m�s bien por manos terceras que por las propias" �El amor? Que se lo busque fuera del matrimonio. Es all�, solamente all�, que se lo encuentra. Y Montaigne no se indigna contra los que parten en esa b�squeda. �Pero los que mezclan los g�- neros?" Es una especie de incesto emplear un pa- rentesco venerable y sagrado en los esfuerzos y las extra- vagancias de la licencia amorosa". La palabra es dura: �pero qu�? no se hace de su mujer la amante como tampoco de su amante su mujer. Sobre este �ltimo punto Montaigne no es menos categ�rico. "Hay poca gente que habiendo desposado ami- gas no se hayan arrepentido . Y el ejemplo m�s ilustre acaso no es el del padre de los dioses y de los hombres mismos?: "Qu� mal arreglo ha hecho J�piter con su mu- jer que primeramente hab�a practicado y gozado por a- mor?" No confundamos los g�neros, sabidur�a cl�sica. Especialmente los que son "opuestos". No aduleremos el matrimonio, sino practicamos el adulterio. Amor, ma- trimonio: "se les hace mal a uno y a otro al confundir- los ". Montaigne no innova. Montaigne simplemente regis- tra. Es un hombre de su tiempo. De un tiempo en el que el hombre se casa en el momento adecuado. El hombre no es precoz de ning�n modo. Quien, por cientos de vi- sibles razones, resta mucho menos que nuestros contem- por�neos. El hombre que, en sus a�os de adolescencia, lleva una dura vida f�sica de aprendiz de caballero, de a- prendiz lancero, de esgrima, de luchador, de cazador, de soldado que le deja muy poco tiempo y permiso para las ociosidades amorosas. Recordemos que por el testimonio de estos mismos hombres, esta vida los gastaba muy muy r�pido. To- dos nos lo dicen y confiesan por esta misma raz�n, da- do que ellos no son, lejos de ello, amantes fuera de serie. Al peque�o Jean de Saintr�, humillado y burlado en ese cap�tulo por el gordo, grasoso y lujurioso abate quien no s�lo triunfa solamente sobre �l completamente, sino que en el decir autorizado de la dama de las Bellas Cousi- nes, en otro tipo de combates tambi�n, responden de ello las confidencias de Hircam, el aventajado, Hircam el conquistador mismo: "H�las! Se�ora, bromea �l un d�a : si vos supieseis la diferencia que hay entre un gentilhombre que, ha portado el arn�s toda la vida y hecho la guerra, en relaci�n a un valet bien nutrido y que no ha tenido ning�n sobresalto ni ha tenido que moverse nunca ...'vos excusarais a esta pobre viuda.� Una viuda sorprendida con un cuidador de mulas por un gentilhombre al que entreten�a con palabras virtuosas. Y a los valets se le agregaban los monjes : �Eh, dice Geburon, ellos son hombres tan bellos, tan fuertes y m�s reposados que nosotros, que estamos todos cargados de arneses ...�. Lugares comunes de casuistica amorosa. Ahora bien, la vida que ellos llevan hace de ellos mediocres aman- tes y no les deja casi tiempo para profundizar sus sentimien- tos. De pulirse mediante la cortes�a. Y si quieren darse esta educaci�n sentimental de la que sienten necesidad, imperiosamente, aquellos de entre ellos que al menos quieren salir de lo com�n, �cu�ndo y c�mo pueden ha- cerlo? �En el matrimonio? Imposible �Y entonces? Entonces Amadour, al mismo tiempo, el ambicioso Amadour toma por mujer a Avanturade, esta conforta- ble utilidad, y por �dama� a Floride, este ideal. Al que �l no desespera de realizar. Divisi�n. Satisfacci�n ra- razonable, satisfacci�n perfecta de dos exigencias si no contradictorias, al menos distintas. Aqu� �esta re- ligiosa y devota liaison�, el matrimonio , poniendo mejor las cosas, �esta dulce sociedad de vida� que (cuando por un gran azar uno cae sobre la mujer ex- celente que os conviene perfectamente) �trata de re- presentar las condiciones de la amistad� . Trata, dice el prudente Montaigne... En todo caso, aqu� la vida co- m�n, la perpetuidad de la raza, los deberes y los traba- jos compartidos en com�n. Y all� el Amor, �su fuego m�s activo cociendo y m�s activo ; aqu�, la adquisici�n, el aprendisaje, la experiencia del Amor y de todo lo que �l comporta. Del Amor, esa necesidad. Ese lujo. Esa riqueza... Ahora bien, el problema cronol�gico se plantea en t�r- minos exactos y rigurosos. Primero el aprendisaje, prime- ro el Amor: �y despu�s l�gicamente qu�? la aplicaci�n, el matrimonio? Imposible y absurdo. Que las palabras no nos enga�en. Hablamos de aprendisaje, pero �aprendi- saje de qu�? De la vida sentimental, no del matri- monio. Quien comienze por plantear en principio la antinomia fundamental y radical de la liaison amo- rosa y la uni�n conyugal, no sabr�a volver a unir con un lazo directo a estas dos especies de antago- nistas. �A guisa de qu� se tomar�a tal lazo? Y si el matri- monio es lo contrario del amor, �sin experiencia sen- timental, un hombre es un hombre? �Verdaderamente un hombre superior y completo? �La conclusi�n se impone, desde que se responde si. La liaison primero, el matrimonio a continuaci�n, �el pre- facio delante del libro? He aqu� que esto no tiene sentido. Sucesivamente no. Si paralelamente. Y es la soluci�n de Amadour, quien se asombrar�a mucho, sin duda de nuestros asombros. De nuestras disertaciones para comprender cosas tan simples. Y m�s a�n, de nues- tros aires escandalizados. Quizas, si todo esto tiene fundamento, se comprende mejor ahora el sentido del Heptameron y esas �ex- tra�as relaciones del amor y el matrimonio� de los que no basta con asombrarse. Es preciso explicarlas. Es pre- ciso experimentarlas en el alma de los hombres de an- tes. De los contempor�neos de Marguerite. Con toda la simpat�a del historiador por el pasado. �Se terminar� entonces de mal interpretar los silencios de Marguerite, sus indiferencias, sus placideces? Margue- rite naci� en 1492. Esto dice mucho. Si no todo. VI Amour et Mariage dans l' "Heptam�ron" (Pour une histoire de l'�ducation sentimentale) Il y a, qui nous �tonne, le brusque revirement d'Ama- dour : le soupirant discret, fid�le et paisible qui, tout d'un coup, se change en brute et r�clame sa proie. Mais il y a, qui nous �tonnent encore plus, les singuliers rapports de l'amour et du mariage - tels que nous les fait conna�tre la nouvelle X. J'entends que, pour tout expliquer, les esprits bienheureux qui ne nourrissent jamais d'inqui�tudes superflues tiennent en r�serve deux excellentes machines, maintes fois mises � l'�preuve. Il y a "le code de la courtoisie", ce code qui nous dit-on, s�pare soigneuse- ment le mariage, institu� pour perp�tuer la race, de l'amour id�al et contemplatif plus ou moins calqu� sur l'amour du chr�tien pour son Dieu. Sch�ma trop gros, et simpliflication sans int�r�t - qui laisse tomber avec toute la r�alit� psychologique, toute la r�alit� sociale : rien de moins. - Et il y a l'amour platonique, et la renaissance du platonisme en France par les soins, notamment de Marguerite. Autre grande machine et qui, appliqu�e � notre sujet, tombe sous le coup des m�mes critiques; d'ailleurs dans le cas pr�sent, elle ne saurait expliquer grand-chose. Car enfin, nous l'allons voir; le 293 difficile est d'interpr�ter les sentiments d'Amadour et pour Avanturade, son �pouse l�gitime, et pour Floride, la dame de ses pens�es. Prononcer le mot d'amour platonique, et puis passer, ce n'est pas faire la lumi�re. C'est ajouter quelques obscurit�s suppl�mentaires � celles qu'amasse par lui-m�me un r�cit un peu difus. I Que se passe-t-il, en effet, faut-il dire dans le coeur, ou bien dans l'esprit du jeune Amadour quand, ren- contrant Floride pour la premi�re fois � la cour du vice- roi de Catalogne, il se dit "que c'estoit bien la plus honneste personne qu'il avoyt jamais veue, et que s'il pouvait avoir sa bonne gr�ce, il en serait plus satisfait que de tous les biens et plaisirs qu'il pourrait avoir d'une autre"? Nous s�rions bien aises qu'on nous le dise un peu plus en d�tail. D'autant que ce qu'il y a toujours de plus �tonnant dans les commencements d'un amour - c'est le premier pas. Et l�-dessus, Marguerite est sobre de pr�cisions. Elle se borne � ajouter : "Apr�s l'avoir longtemps regard�e, se d�lib�ra de l'aimer. " Or nous, lecteurs de Stendhal : Nous h�sitons � recon- na�tre l� les trois premiers temps d'un amour qui na�t : "1� l'admiration, 2� on se dit : quel plaisir de lui donner des baisers, d'en recevoir, etc.; 3� l'esp�rance ; on �tudie les perfections". Nous en sommes r�duits � peser les mots dont se sert Marguerite. "Avoir sa bonne gr�ce", voil� qui semble bien s'opposer � la possesion "des biens et des plaisirs" qu'un homme peut esp�rer d'une 294 femme quand il jette ses regards sur elle?. Et cependant, Amadour - ce jeune homme qui entre dans le monde et dont le premier amour, comme il sied, est un amour ambitieux : cet adolescent inquiet comme tous les adolescents et qui a besoin d'aimer un �tre dont les qualit�s l'�l�vent � ses propres yeux; cet ambitieux dont j'ai peur qu'il ne tienne plus de compte, en se vouant � Floride, de la mani�re dont les autres hommes apprecient celle-ci que de la mani�re dont il la voit de ses yeux - Amadour se promet en secret � lui-m�me, d�s ce moment, que "le temps et la patience apporteront heureuse fin � ses labeurs". Il y a l�, au d�part, quelque chose d'assez trouble et d'ambigu. Un sous-entendu. Ce n'est pas d'un �lan irr�sistible qu'Amadour se jette aux pieds de Floride. Il ne se jette du reste aucunement � ses pieds. Il raisonne d'abord, froidement et pos�ment. Il regarde ensuite (ensuite seulement) et d�taille. Et ce n'est qu'apr�s ce lent, ce double, ce minutieux examen, commenc� par le "social" comme nous dirions dans notre gros langage, et qui s'ach�ve par le "physique" - qu'Amadour se d�cide (m�me pas! Marguerite n'use point ici du vocabulaire de la volont�; elle dit : "se d�lib�re ") d'aimer la tr�s noble, la tr�s inaccessible et, accessoirement, la tr�s belle - en tout cas, la tr�s "hon- neste" Floride. Aimer, mais de quel amour en v�rit� - et, j'y reviens, suffit-il, pour comprendre, de nommer courtois et platonique un tel amour? Car enfin... Amadour est-il un r�sign� qui s'incline � jamais devant une impossibilit� sociale : celle, pour le petit gentil- homme qu'il est, de poss�der une princesse du rang de Floride? Mais alors, et puisqu'il n'y a pas eu de coup de foudre - pourquoi "s'est-il d�lib�r�" d'aimer quelqu'un, de s'encha�ner � l'amour de quelqu'un qui ne saura jamais lui procurer la satisfaction de son amour? Ou bien se donne-t-il, veut-il se donner l'illusion 295 d'une puret� qu'il dresse devant lui � deux mains, dans le ciel clair - d'une puret� qu'il s'impose et comme un id�al et comme une r�gle de vie : mais il se l'impose de force, et celui qui descendrait en sa compagnie dans les ab�mes inexplor�s de son imagination, de sa sensi- bilit�, de sa sensualit�, y trouverait sans doute bien autre chose que cette puret� froide, ideale et voulue? Ou encore, Amadour - dif�re-t-il? Est-ce un grand raffin� qui s'ignore et qui, en remettant � plus tard, et toujours � plus tard, une prise de possession d�finie, s'assure pour chaque jour des faveurs de r�ve, mais plus subtiles, plus pen�trantes que des faveurs r�elles? Car on peut mettre tout cela, et bien autre chose avec, derri�re ce mot de platonisme, d'amour platonique que Marguerite se garde d'employer : mais son analyse est trop sommaire pour qu'entre tant d'hypoth�ses nous puissions choisir. Le vrai platonisme, du reste, c'est autre chose : un amour qui s'est d�personnalis�, ou impersonna- lis� - qui ne s'adresse plus � une cr�ature de chair mais � une qualit�, ou � un ensemble de qualit�s, � une abstrac- tion dont la femme vivante n'est plus que le symbole. Ce n'est pas de l'amour en v�rit�. Ce n'est plus de l'amour. C'est m�me un rem�de contre l'amour : le rem�de souve- rain, s'il faut en croire Messer Pietro Bembo entrepre- nant, � la fin du Cortegiano, le proc�s de l'amour r�el - qu'il nomme l'amour sensuel. Rappelons d'un mot ce grand texte que tous les contemporains de Margue- rite, et Marguerite elle-m�me, ont lu et relu et su par cour : "Or, pour s'exempter du tourment de cette absence, et jouir de la beaut� sans passion, il est besoin que le courtisan, avec l'aide de Raison, rappelle du tout le d�sir du corps � la beaut� seule, et qu'il la contemple le plus qu'il peut en elle-m�me, simple et 296 pure..., et ainsi la fasse amie et ch�re � son �me, et l� en jouisse, et l'ait avec lui jour et nuit, en tout temps et lieu, sans doute de jamais la perdre. Premier temps d'une op�ration encore bien plus ample et bien plus difficile, celle qui consiste, partant de cette premi�re abstraction, � s'�lever jusqu'� une autre : l'amour de la Supr�me Beaut� - qui s'identifi� avec Dieu. Amadour n'en est certes point l�. Il laisserait volon- tiers, s'il s'asseyait dans les pr�s fleuris de Sarrance parmi les devisants - il laisserait � Dagoucin le soin de raffiner ces nobles sentiments. Non, il n'est pas plato- nique non plus que platonicien, non il n'aime pas d'amour platonique - l'homme, le tout jeune homme qui, du m�me coup, par une m�me d�cision (et pour nous impensable) "se d�lib�re" d'aimer Floride... et d'�pouser Avanturade. J'entends que, s'il veut (lui qui n'appartient pas � la maison de Floride, ni du p�re de Floride, ni de sa m�re) approcher la dame de ses pens�es - c'est une n�cessit�. Mais ce mariage, qu'il conclut uniquement dans le but de le rompre, si accueil- lants que nous nous fassions � toutes les fantaisies amoureuses - ce mariage nous choque cependant? Amadour, en bon tacticien, s�rie les questions. L'impor- tant c'est d'approcher Floride - l'accessoire d'�pouser Avanturade. Ou plut�t : Floride, le but; Avanturade, le moyen; mais pr�cis�ment nous sommes mal pr�par�s � faire du mariage un moyen et de la liaison une fin? Amadour, si - et du moment o� son parti est pris, et sa dame choisie, tout dans sa vie va �tre subordonn� � cette r�solution d'importance capitale. C'est en fonction d'elle qu'il agira d�s lors. Cet homme jeune, libre de lui-m�me et de son destin, s'encha�ne volontairement le jour o� il introduit Floride dans sa vie, par une d�cision unilat�rale et m�rement pes�e. Avanturade n'existe en quelque sorte que par rapport � Floride. Et le mariage que conclut Amadour - d'ail- 297 leurs honorable, et aussi profitable (3 000 ducats!) qu'il peut l'esp�rer, n'est qu'un moyen de prendre pied dans la maison de Floride, ou plus exactement de la m�re de Floride. D'une Floride dont, auparavant, pas une derni�re et surprenante precaution, Amadour s'assure qu'elle n'a point le coeur sec ni insensible � l'amour. Sa joie, quand il lui d�couvre un sentiment pour l'Infant Fortun�, a quelque chose d'impossible pour nous, simples gens, si peu machiav�liques. Mais lui : c'est une partie qu'il entreprend, une dur�e et compli- qu�e partie d'�checs. Il sait qu'elle sera tr�s longue. Mais seul compte � ses yeux, d�s l'instant qu'il s'engage, le r�sultat final. Il veut gagner. Il doit gagner. Il gagnera. Par tous les moyens. "Tout ceci, roman, fiction, lit�rature. Et pourquoi consumer votre temps � �plucher ces contes faits � plai- sir?" Mais enfin, ces contes - ces contes que Marguerite met tant d'application � rendir plausibles - ces contes, leur auteur ne les rend pas absurdes � plaisirs aux yeux de ses auditeurs? Parlamente n'invoque jamais, pour justifier des invraisemblances, la libert� du conteur qui se meut dans son domaine, en dehors des relations et des contingences. Il serait commode, sans doute de traiter de "fabuleuses", avec La Croix du Maine, toutes les histoires que narrent les devisants : ainsi n'aurait-on pas � les interpr�ter. Mieux vaut constater qu'elles s'�tayent bien l'une l'autre, forment bloc, et, d'un bout a l'autre du recueil, presentent une magnifique et remarquable coh�sion : bref, qu'on ne se d�barrasse pas avec tant de d�sinvolture des probl�mes redoutables qu'elles posent � l'historien. Feuilletons l' Heptam�ron. Ce n'est pas la seule nouvelle X, c'est toute une suite de nouvelles qui posent, � leur mani�re, le probl�me du mariage. A leur mani�re, qui n'est pas la n�tre. 298 Et voici par exemple l'histoire d'un mari mod�le. Il en faut. Celui-l� est beau, jeune, honn�te: sa femme lui "porte de beaux enfants"; elle r�pond ainsi � l'essentiel de sa d�finition ; il s'en contente tr�s fort et aucun nuage n'obscurcit la s�r�nit� de ce m�nage rare. "Pour rien, nous assure Dagoucin, le conteur - il n'e�t voulu que sa femme e�t mauvais soup�on de lui." - Nous compre- nons tout ceci sans peine. Mais voil� que, tout tranquil- lement et sans autre �moi, le m�me Dagoucin, ce saint homme de Dagoucin, nous apprend que ce mari exem- plaire est, en m�me temps, "serviteur d'une des plus belles dames" du temps. Et qu'il l'aime, qu'il l'estime tellement que toutes les autres, au prix d'elle, lui sem- bient des laiderons. - Il la connissait avant son mariage. Dagoucin pr�cise "qu'avant qu'il f�t mari�", il �tait impossible de lui faire voir d'autres femmes que sa amie, "quelque beaut� qu'elles eussent". Le mariage, inutile de le dire, n'a rien chang� � ses senti- ments.Il continue � pr�f�rer � tout le "plaisir de voir sa mie, et de l'aimer parfaitement". Or, un jour, le Roi propose � cet amant constant, a ce mari fid�le, de faire le quatri�me - ou le huiti�me, comme on voudra, dans une partie qu'il organise avec quatre filles, dont deux soeurs, - les deux plus belles, jeunes et fra�ches de tout Paris : "elles avaient la presse de tous les amoureux". - Voil� le gentilhomme tr�s troubl�. Refuser, c'est avoir l'air de faire la le�on � son Roi. Et donc lui d�plaire. Accepter, c'est "rompre son mariage". Finalement, il va trouver sa femme - les femmes sont de bon conseil -, lui raconte le tout et la charge d'aller dire au Roi qu'�tant malade, il ne peut se rendre � son invitation... B�ante d'admiration devant tant d'astuce ("Voil�, s'�crie-t-elle toute joyeuse, une bonne et sainte hypocrisie!"), la femme s'acquitte � merveille de sa commission. Ainsi tout est parfait. Trop peut-�tre? L'avis�e Parlamente, qui en a trop vu et 299 trop su en effet, dans sa longue vie pour qu'on la trompe ais�ment, tire son lecteur par la manche, et avec un sourire: Nigaud! garde-toi de trop admirer la vertu conjugale du gentil seigneur. C'�tait un bon mari, d'accord. Il l'a prouv�. Mais la preuve e�t valu mieux encore "si ce e�t �t� pour l'amour de sa femme seule" qu'il se f�t abstenu des quatre si belles filles. Mais il y avait la dame, la non-pareille dont il �tait le leal servi- teur. Il y pensait aussi. Ainsi, partout, toujours dans ces contes, la dame des pens�es double pour ainsi dire la femme de tous les jours. Dans ces contes? Mais dans la vie aussi... Ourons par exemple, tels que les r�digea un serviteur mod�le, les M�moires du Sans Peur ni Reproche, les M�moires du gentil seigneur de Bayard. Une plong�e dans les romans de chevalerie - et � c�t�, les r�actions vivantes d'un homme humain... La chevalerie? Voici. A la fin de 1499, � Carignan, Bayard retrouve une dame, la dame de Fluxas, qui lui rappelle de tendres souvenirs . Car, du temps qu'il �tait petit page � la suite du duc de Savoie, la future Mme de Fluxas �tait damoiselle en la maison de la du- chesse. Les deux jeunes gens s'�taient pris d'amour l'un pour l'autre, "voire si grande, gardant toute honn�tet�, que, s'ils eussent �te en leur simple vouloir, se fussent pris par nom de mariage". Mais Charles de Savoie ayant c�d� Bayard, comme page, � Charles VIII, les deux soupirants se trouv�rent separ�s : ce dont profite le riche M. de Fluxas; poss�dant beaucoup de ces biens au soleil dont la pauvre demoiselle �tait d�pourvue, "il la prit pour sa bonne gr�ce". Sans dot... 300 Retrouvant Bayard, Mme de Fluxas, "comme femme vertueuse", voulut donner � conna�tre au bon chevalier que "l'amour honn�te qu'elle lui avait port�" durait toujours. Elle lui fit donc toutes les courtoisies et gra- cieuset�s possibles, l'entretient longuement du pass�, le combla de telles louanges que le pauvre gentilhomme en rougissait. "Finalement le pria d'organiser quelque tournoi en la ville pour l'honneur de Madame." Bayard accepta, avec autant de simplicit� qu'� l'appel d'une ma�tresse de maison un musicien se met au piano. Il ne pose qu'une condition ; "Vous �tes dit-il � la gente dame de Fluxas, la dame qu'a premi�rement conquis mon coeur � son service... Je suis tout assur� que je n'en aurai jamais que la bouche et les mains, car de vous requ�rir d'autre chose, je perdrais ma peine; aussi, sur mon �me, j'aimerais mieux mourir que vous presser de d�shonneur... Bien vous prie que vous veuillez me donner une de vos manchons, car j'en ai � besogner." La dame donne son manchon (entendons une de ses manchettes). Bayard, sans mot dire, le met dans la manche de son pourpoint, organise le tournoi, y fait miracles. Tout le monde lui donne le prix. Mais lui, "tout rougissant de honte, le refuse" : s'il avait fait quoi que ce soit de bon, le m�rite en �tait � Mme de Fluxas qui lui avait pr�t� son manchon. Et donc c'�tait � elle que revenait le prix. Le galant propos est transmis � Mme de Fluxas par son propre mari ; il connaissait trop, dit le Loyal Serviteur, l'honn�tet� de Bayard pour entrer en jalousie. La dame remercie bien humblement le chevalier, d�clare qu'elle gardera son manchon toute sa vie pour l'amour de lui - et, refusant le rubis, prix du tournoi le remet au chevalier qui, apr�s Bayard, avait le mieux fait. A l'heure du d�part, bien des larmes coul�rent. Et "l'amour honn�te" dura jusqu'� la mort entre ces deux parfaits amants : n'�tait ann�e qu'ils ne s'envoyassent pr�sents l'un � l'autre... 301 Dichtung und Warheit : ne pensons pas, la-dessus, que le gentil Bayard, champion de la dame au manchon, f�t un asc�te et un saint. Le Loyal Serviteur nous le montre fort bien, convalescent, qui reclame une belle fille pour se remettre . Sur quoi, son valet lui procure une fillette de quinze ans que sa m�re, une gentilfemme tomb�e dans la mis�re, vendait cyniquement "pour la grande povret� qu'elle avait, esp�rant aussi que, apr�s, la marierait...". - A l'heure dite, le valet am�ne la fille, belle comme un ange, mais les yeux gonfl�s de larmes. "Comment, ma mye, qu'avez-vous? Ne savez-vous pas bien pourquoi vous �tes venue ici?" La pauvrette se met � genoux, fond de plus belle en larmes, explique que sa m�re a exig�, qu'elle ob�it parce qu'elle meurt de faim, mais qu'elle se voudrait morte... Bayard la rel�ve, la ram�ne chez sa m�re qu'il tance vertement et dote la fille (600 florins) pour qu'un honn�te voisin l'�pouse. ..." Et si un homme refuse une belle fille, dit Dagoucin, estimerez-vous grande vertu? - Vraiment, dit Oysille (la sage doyenne, la vertueuse lectrice des �p�tres de Paul ), si un homme jeune et sain usait de ce refus, je le trouverais fort louable - mais non moins difficile � croire!" Croyons � l'exceptionnelle vertu du parangon des chevaliers. Mais croyons surtout que la fiction des contes s'accorde parfaitement � la r�alit� des m�moires. Ici et l�, la dame des pens�es joue son r�le. Son m�me r�le. Son �trange r�le qui pose chaque fois devant nous, � nouveau, la question, l'�norme question historique du mariage. 302 II Le mariage, cet inconnu. Le mariage, cet �nigme... Un inconnu - puisqu'au nombre des indispensables outils de travail, au nombre des indispensables instru- ments d'�tude et des connaissance des soci�t�s modernes qui continuent � nous faire d�faut - il faut, naturelle- ment, compter une (ou plusieurs) bonnes histoires du mariage. Je dis, histoires pleni�res, humaines et vivantes. Car nous avons des constructions juridiques; et des consultations th�ologiques; et des aper�us sociologiques sur le mariage. Mais d'abord, tous ces savants travaux se relient mal les uns aux autres. Les sociologues, en parti- culier, ou lieu de chercher la synth�se, se sont ru�s, � leur ordinaire, sur les "primitifs" et sur les plus "anciens"; d�s lors que s'instaurent dans notre monde occidental les soci�t�s chr�tiennes et modernes, plus rien ; ils tournent court; et pourtant, c'est alors que, se dressent devant nous les grandes illusions; c'est alors qu'on croit savoir et qu'on ne sais rien; c'est alors que, pour combler ce vide, on projette avec le plus de complaisance, et de s�r�- nit�, ses id�es d'homme blanc qu'on dit civilis� dans un pass� qu'on s'�tonne, ensuite, de ne pas tr�s bien comprendre dans ses d�marches. �tonnement candide : on a cr�� un monstre; on � greff� un cerveau et un coeur d'homme blanc du xxe si�cle sur un corps de b�te mal �volu�e. Et on se plaint ensuite du resultat : les mou- vements de la b�te sont mal coordonn�s, et le pauvre cerveau ne se fait pas ob�ir. - En attendont, l'une des deux ou trois institutions fondamentales de nos soci�t�s reste pour nous � l'�tat de myst�re. Et d'�nigme. Car enfin, le probl�me est troublant. Voil�, pendant des si�cles, un inmense effort qui se pour- 303 suit, en Occident, dans le cadre des soci�t�s chr�tiennes - un tenace et pers�v�rant effort pour "policer" ces soci�t�s, pour " civiliser " leurs membres, pour faire triompher sur leurs instincts une morale fond�e en sagesse humaine, en bont�, en raison. D'innombrables " officiers de morale ", comme disaient nos p�res aux temps de la constitution civile du clerg�, s'y emploient avec une ardeur et une abn�gation pouss�es, parfois, jusqu'au sacrifice. "Officiers" de toute ob�dience, aid�s de volontaires de toute provenance. Mais tous, arriv�s en face du mariage, tournent bride. Comme les histo- riens. Le mariage, ils l'imposent. Ils le proclament infrangible. Ind�l�bile pour ainsi dire. Et, satisfaits, ils ne vont pas plus avant. Ils ne p�n�trent pas � l'int�- rieur. Ils se d�tournent de la vie et de ses r�alit�s. Ils ne s'int�ressent qu'au droit. Or, de leur point de vue de moralisants, les r�alit�s demandent qu'ils interviennent. Elles l'exigent. Soyez bons, et doux, et polis, et mesur�s; sachez r�gler vos instincts, tenir en bride vos passions! Voil� ce qu'ils ne cessent de pr�cher aux hommes. Mais ces hommes, qu'il s'agit de polir, de civiliser et de moraliser - ces hommes, pendant des si�cles, continuent d'user du mariage comme d'un moyen � toutes fins utiles : un moyen pour se procurer les services et l'ob�issance d'une servante de choix, leur femme; un moyen pour main- tenir la survie de leur race; un moyen pour payer leurs dettes, se remettre � flot et assurer � leur profit la meil- leure, la plus stricte gestion de leur avoir - gr�ce � quoi ils disposeront de tout ce qu'il faut pour bien tromper leur diligente �conome et la ruiner; un moyen enfin pour s'avancer socialement, par la femme en- core, par la femme toujours - et pour gagner des rangs dans le monde o� ils vivent... - Or, les mora- lisateurs ne pr�conisent point, on s'en doute, l'exploi- tation de la femme dans le mariage, sans prudence 304 ni m�nagements. Ils sauvent la face par quelques apostrophes aux int�ress�s : qu'ils n'abusent pas; ils ont assez � faire d'user, tout simplement. Et que la femme sache se r�signer. On l'en estimera fort. Mais il faut avant tout sauver la majest� de l'institution. Le christianisme en fait un sacrement. Le mariage qu'il d�finit est intangible. Le briser, s'en �vader : un des plus gros p�ch�s que l'homme puisse commettre. Et les la�cs, faisant �cho, ajoutent : un des plus grands crimes. Puni en cons�quence. -- Quant � ce qui se passe � l'int�rieur? C'est affaire aux consciences in- dividuelles : on ne les oriente que mollement vers des directions neuves. Et donc, quand les hommes, dans le vieil enclos o� l'instinct g�n�sique prenait ses �bats, eurent fait par un miracle de patience, de subtilit� et d'imagi- nation, germer, pousser, fleurir l'Amour, cette �ton- nante cr�ation de leur g�nie subtil, les moralisateurs s'effar�rent et se detourn�rent. S'ils consentirent fina- lement � cueillir la belle fleur au jardin des hommes, ce fut pour l'offrir � Dieu - non point (bien au con- traire) pour aider les humains � en parer leurs humbles demeures. Nul effort pendant des si�cles, nul effort s�rieux, puissant et viril pour r�gler en profondeur les rapports de l'amour et du mariage - de l'insti- tution prot�g�e, sanctionn�e, impos�e de par Dieu, et du sentiment �prouv� par les hommes, et par les femmes, s'entend, dans l'inqui�tude de leurs petites vies pr�caires, dont ils souhaitent, parfois, qu'un sen- timent vrai fasse �clater les cadres. En fait, il faut attendre le xviie si�cle, saint Fran�ois de Sales et ses deux chapitres "courageux" , de l'In- troduction � la vie d�vote - l'�pith�te est d'Henri Bremond - il faut attendre l'Avis pour les gens 305 mari�s et le c�l�bre chapitre De l'Homm�tet� du lit nuptial, pour voir l'Eglise de France, par la bouche de repr�sentants assur�s d'audience large, proclamer la saintet� du mariage, son �minence dignit�, le respect qui lui est d�, et pour ce qu'il assure aux hommes dans la dignit�, et pour la gr�ce qu'il contient - la b�n�diction enfin que constitue "cet �tat tr�s saint et tr�s pur" pour parler comme F�nelon . Encore y-a-t-il des r�sistances : pourquoi s'en �tonner? Il y en eut, au xvie si�cle, jusqu'au sein de Luther, mari�, " pour narguer le diable et ses �cailles, des faiseurs d'embarras, les princes et les �v�ques ", mais tirant avec une logique intr�pide et g�nante (Utinam, sou- pirait en cas pareil le doux M�lanchthon - utinam Lutherus etiam taceret : ah! s'il pouvait seulement se taire!) la conclusion de la th�orie r�aliste du mariage, satisfaction d'un besoin naturel: "Si ta femme refuse, prends ta servante!". En France, chez nos Fran�ais, et dans ce xviie si�cle polic�, si Bossuet ne manque pas une occasion de professer la m�me doctrine que saint Fran�ois de Sales; si nous pouvons lire, dans une de ses lettres � Mme Cornuau : "Je vous ai dit souvent, ma fille , que l'�tat de mariage est saint; les vierges qui le m�prisent ne sont pas des vierges sages" - il n'en est pas moins vrai que, pour la plupart, les auteurs pieux du Grand Si�cle ne peuvent se tenir d'enlever encore d'une main au mariage ce qu'ils lui accordent de l'autre : ainsi exag�rent-ils sans mesure (Henri Bremond l'a fort joliment soulign� ) les ten- tations que doit vaincre l'amour chr�tien et, plus 306 encore, les tribulations que la vie r�serve aux �poux... Saint Fran�ois de Sales, Bossuet, F�nelon. Au temps o� nous ne trouvons pas un nom, pas un seul, dans l'�glise de France, � mettre en parall�le avec de pareil noms - au temps de Marguerite et de Bri- �onnet sans plus - le mariage s'av�rait priv� de tout prestige. C'est un grand fait qui, pour �tre ignor� n'en doit pas moins �tre tenu pour vrai. Rouvrons, une fois de plus, l'Heptam�ron: que de surprises! Certes, il faut distinguer. La nouvelle X, l'histoire d'Amadour et de Floride, qui est aussi l'histoire de la triste Avanturade - humble et mis�rable histoire, celle-l�, dont aucun Maupassant du xvie si�cle ne s'avisait de tirer Une vie - la nouvelle X nous in- troduit dans un monde sp�cial : le monde des cours. Elle n'est pas la seule. Elle rejoint deux ou trois autres nouvelles qui, elle aussi, nous mettent en pr�sence d'hommes et de femmes sortant de l'ordinaire. Voici par exemple la nouvelle XV - l'histoire d'un pauvre gentilhomme qui a su capter la faveur du roi. "Les vertus dont il �tait plein" constituaient un capital : le roi le monnaye; il fait �pouser � son favori (songez qu'il n'avait que 500 livres de rente) une femme si riche "qu'un grand seigneur s'en f�t bien content�". Pratique constante. Le Roi marie richement. La Reine marie richement. Ils n'acceptent pas la pau- vret� chez ceux, ou celles, qu'il prot�gent. Argent et faveur doivent aller de pair. Ils en sont si convaincus qu'ils ne proposent pas : ils imposent. Toute une nouvelle, la XIXe, toute l'histoire de Pauline, est b�tie sur ce th�me. Pauline est dame de la duchesse de Ferrare. Elle n'a pas le sou. Et voil� un gentihomme accompli, mais sans le sou pareillement, qui s'avise de l'aimer. Stupeur g�n�ral, 307 car, "pour l'amour que lui portait son ma�tre" le duc, ce gentilhomme pauvre aurait d� chercher quelque riche h�riti�re. Mais les maladroits s'obstinent. La duchesse, la premi�re, s'en indigne. Elle entend que " par sa faveur ", Pauline soit mari�e richement. Que dira-t-on sans cela? Qu'elle ne sait pas r�compenser ceux qui lui font plaisir et service? Et puis, si le ma- riage se faisait, "ils seraient les plus pauvres mis�ra- bles de toute l'Italie"... Fi donc! Comment s'int�resser d�sormais aux plus pauvres mis�rables de toute l'Italie? Ce serait un d�classement, ce mariage, au lieu d'un surclassement. Ainsi pense la duchesse. Ainsi les parents d'elle, et les parents de lui, communient dans l'horreur de la pauvret�. Et comme les deux mala- droits s'obstinent et ennuient tout le monde avec leur amour - (les sots! s'ils c�daint tranquillement, hors mariage, ce ne serait pas leurs ma�tres qui le leur reprocheraient : Marguerite nous en donne l'expresse assurance!) - comme ils se paient le luxe, hors de leurs moyens, de demeurer vertueux au sens xxe si�cle du mot - la faveur de leurs protecteurs se change en haine : plus d'issue que le clo�tre. Le gentilhomme de la quinzi�me nouvelle n'a garde d'imiter ces maladroits. Il �pouse. Une enfant, et si jeune que le premier soin du mari�, c'est de la mettre en pension - de prier une des plus grandes dames de la cour de " la vouloir tenir avec elle" : mais il tient la dot, lui; elle est de bonne prise et il s'en sert, sans tarder, pour faire le galant - pour aimer en haut lieu une dame qui pourtant n'est " ni si jeune, ni si belle" que la sienne : ces choses-l� arrivent. Naturel- lement cette dame de cour est mari�e � l'un des plus grands amis du gentilhomme. Et (ce qui nous semble moins naturel mais la correspondante du pieux �v�que Bri�onnet, l'auteur du Miroir de l'�me p�- cheresse, nous le confie sans �tonnement) : elle �tait 308 d�j� "l'amie du Roi". On entend assez que cette amiti� n'avait rien de platonique, et que la dame cumulait; d'o� il appert que les moeurs du xviie et du xviiie si�cle fleurissaient d�j� � la cour des Valois. - Bref le galant gentilhomme se lance, et, tout comme un rou� de la R�gence, se desint�resse totalement de sa femme. " A peine en un an, pr�cise Marguerite, couchait-il une nuit avec elle". Entre-temps, aucun "signe d'ami- ti�". Et sur les revenus qu'il lui devait, il ne pr�levait m�me pas de quoi habiller selon son rang celle qui, tout de m�me, portait son nom. En quoi, cette fois, il exag�rait. Mais n'allons pas chercher d'id�alisme chez ces calculateurs pr�cis et press�s. Telle histoire de bague, de pr�cieuse bague (elle valait 3000 �cus), donn�e d'abord par un mari � sa femme - puis remise aussit�t par celle-ci � son ami de coeur -puis engag�e pour moiti� de sa valeur par celui-ci, plus sensible aux �cus tr�buchants qu'� l'�clat des biyoux - puis enfin retir�e par la femme sur l'injonction du mari qui, pour sauver la face, paie de sa poche les 1500 �cus qui permettent le retrait - cette �tonnante histoire qui semble sortir de quelque Faublas du xvie si�cle, justifie pleinement l'�vocation des Rou�s. Il n'y manque rien. Pas m�me la conclusion. La dame reprend sa bague maritale - mais elle n'entend pas priver de cadeaux son bon ami. Et comme la princesse qu'elle sert lui fait don d'un diamant, elle s'empresse de le donner � l'�lu de son coeur, en cachette, pour le dedom- mager de la bague reprise - et sans que le mari, cette fois, soup�onne rien. Ce qui n'est pas Faublas et xviiie si�cle, c'est l'aveu na�f que fait le bien-aim� de sa pleine satisfaction : 1500 �cus qu'il garde (don de Monsieur); un beau diamant (don de Madame) et l'assurance des bonnes gr�ces de sa mie" (la petite 309 fleur bleue) : allons, il n'a pas perdu sa journ�e. Il le pense et Marguerite le dit - comme elle le pense aussi, dans son indulgence de d�sabus�e. Fermons la parenth�se et revenons au mari de la nouvelle XV, au mari qui l'est si peu. La d�laiss�e grandit. Sa beaut� s'�panouit. Les galants viennent r�der autour d'elle. En tout bien tout honneur, elle remarque l'un d'eux, un grand personnage. Elle se met � l'amer. Mais en cour, toul se sait: le Roi est averti. Or, tout tromp� qu'il est par son favori, il continue � lui " porter tant d'amour" qu'il ne tol�re pas que " nul lui fasse honte, ou d�plaisir". Il convoque donc le soupirant et lui enjoint de cesser, sur l'heure, de faire sa cour � la d�laiss�e. Le grand seigneur s'incline; entre un amour naissant et la faveur du prince, qui h�siterait? Quelque sot. - Mais notons que ce Roi, gardien des bonnes moeurs et des fid�lit�s conjugales, ne songe pas un instant � faire venir son favori et � lui enjoindre, non moins cat�goriquement de s'occuper de la femme qu'il lui a procur� et non de la femme de son meilleur ami - qui est en m�me temps, sa favorite � lui, - ou l'une de ses favorites. Le reste de l'histoire nous importe peu. Nos �tonne- ments seuls comptent. Et il faul avouer que la pieuse �vocatrice de "l'�me de Madame Charlotte", que la traductrice du Pater comment� par Luther, ne nous les m�nage point. Moeurs de cour oui. Fa�ons de vivre propres � ces milieux particuliers, o� tout semble se liguer pour s�parer les �poux. Et d'abord, le fait qu'ils "appar- tiennent ", le plus souvent, � des ma�tres diff�rents, ce qui fait obstacle � toute v�ritable communaut� de via. La femme est dame d'honneur de la Reine, ou d'une princesse du sang, ou d'une tr�s grande dame. Elle passe son existence dans l'ombre de sa ma�tresse. Elle couche dans la chambre d'� c�t�. Elle se l�ve la 310 nuit et accourt "en chemise", au premier appel. L'homme, lui, est ailleurs. Il sert, et souvent le jour et la nuit son roi ou son prince. Il l'accompagne partout. Il habite sa "maison" y mange, y boit, y couche. De temps en temps sans doute, il vient voir sa femme. En permission pour ainsi dire. Et s'il ne suit pas reguli�rement un roi, un prince, un grand; s'il ne fait pas partie, officielment d'une " maison " c'est le cas, semble-t-il, d'Amadour), il r�side alors chez la grande dame qui "nourrit" � sa femme - et qui l'adopte � titre pr�caire, � titre de mari d'une dame de sa maison. Rien d'�tonnant � ce que le mariage, dans ces condi- tions, rev�te des aspects assez particuliers - et assez sinistres � l'occasion. Ceci dit, l'Heptam�ron ne d�crit pas que des moeurs de cour. Mais ce que Marguerite commentant des an�cdotes prises � m�me la vie dans des milieux plus normaux, nous dit de sa voix toujours �gale et tranquille - avec son pessimisme indulgent de femme qui a longuement v�cu, pas mal souffert et plus encore m�dit� sur le mariage hobereau ou le mariage bourgeois : tout cela rejoint fort naturellement ce que nous livrent d'elles-m�mes les Floride, les Rolan- dine, les Pauline et leurs pareilles. Le mariage affaire d'argent? La liaison, source avou�e de profits? Le d�dain normal et placide du m�le en quete de proie pour sa femme legitime? Voil� ce que Marguerite nous montre aussi bien � Tours qu'� Paris, et chez de gros marchands que chez de fiers gentilshommes. Que de soeurs n'ont pas les Pauline, que de fr�res les Amadour, dans les h�tels des villes ou les manoirs des champs? Partout, il y a la femme qui fait les enfants, tient la maison, g�re 311 les biens ; il y a la mie, dont on se dit et se fait le servi- teur. Et tout le monde s'accorde sur ce point : l'amour c'est pour la mie. Le parfait et le pur amour : pur, mot pudique; il est l� pour Dagoucin. Pur, en tout cas, "� la bouche et aux mains pr�s", c'est le mot du Leal Serviteur. Aussi bien, comme le dira Montaigne les limites de l'honneur f�minin ne sont pas " retranch�es si court" qu'elles ne laissent " au bout de sa fronti�re... quelque �tendue libre indiff�rente et neutre ". Mais pour un qui sait n'user qu'avec mod�ration de ce no man's land m�nag� entre un farouche puritanisme et d'exces- sives lib�ralit�s - pour un chevalier Bayard dans la vie ou un sage Dagoucin dans la fiction - combien d'Ama- dour qui gardent au fond du coeur pendant des ann�es de troubles esp�rances, peu � peu mu�es en v�h�ments d�sirs, en irr�sistibles impulsions? N'all�guons point d'exemples. Il se d�gage des soixante-douze nouvelles r�cueillies par Gruget un tableau du mariage - et de l'amour - qui ne manque pas d'int�r�t historique. Le mariage, c'est la loi commune. Dura lex, sed lex. On ne s'y soustrait pas. Qu'on ait ou non la vocation, on se marie. I1 faut bien. C'est un grave devoir. Car se marier, c'est prendre une d�cision irr�vocable. Se lier � tout jamais. Il y a dans l'Heptam�ron, sur ce sujet, une histoire � faire peur , horriblement tragique dans sa s�cheresse et sa tranquilit� : celle d'un homme, d'un Parisien qui a �pous� une mauvaise femme, une femme qui l'abandonne pour aller vivre � Blois dans l'eccl�sias- 312 tique et douillette compagnie d'un chantre du Roi. Le mari essaie de ramener cette femme � de bon sentiments, par pri�re d'abord, par menace ensuite. Peine perdue - et comme il insiste, la volage monte une com�die : elle se d�clare malade, tr�s malade, � toute extr�mite; au milieu des g�missements bien r�gl�s des comm�res, elle rend avec art un dernier soupir de th�atre ; on l'en- terre rapidement de nuit - mais son chantre la d�terre sans tarder, et les deux complices reprennent, sans plus de tracas desormais, leur bonne vie d'amoureux pro- vinciaux. Le Parisien, lui, tenant sa femme pour morte, refait son existence manqu�e. II se remarie avec une brave cr�ature, qui, selon la formule, lui donne de beaux enfants. Quatorze ans, quinze ans passent. Mais des curieux ont vu, ont identifi� � Blois la premi�re femme. Ces curieux bavardent. L'�glise intervient aussit�t, s�pare d'office le bigame d'avec sa seconde femme, sa vraie femme, son honn�te femme, la m�re de ses enfants: elle n'est plus rien, du jour au lendemain, qu'une concu- bine chass�e : bien plus, la complice d'un crime. Et le mari par surcro�t, doit revendiquer contre le chantre sa premi�re femme qu'il hait, qui le hait, qu'il lui faut reprendre cependant. Le r�cit se termine sans un mot, sans un seul mot sur le sort de la seconde femme. Les devisants ne s'y int�ressent pas non plus. La fatalit� l'a voulu ; la loi a parl�; il n'y plus rien � dire... Le mariage �tant cela, on comprend qu'il ne fonc- tionne gu�re sans soupapes. Le plus souvent, dans les simples familles de noblesse rustique ou de bourgeoisie citadine, ces soupapes ont un nom : elles s'appellent les chambri�res. Ces commodit�s" domestiques. On les trouve � chaque page de l'Heptam�ron, chez ce riche homme de Paris qui, au fort de l'hiver, va voir sa Marion � la cave, " sans bonnet ni souliers " - comme chez ce 313 gentilhomme, M. de Lou�, qui abandonne la meilleure des femmes pour se glisser, tous les soirs dans le lit de sa Catau - " la plus laide, orde et sale chambri�re qui fut l�ans ". Car les gentilhommes professent les m�mes go�ts ancillaires que les tapissiers du duc d'Orl�ans ou que les bourgeois tourangeaux amoureux de leurs m�tay�res. Et c'est l'un d'eux, " nomm� Togas", qui s'enflamme pour sa meschine, quand elle lui tient la chandelle pour lire au lit ... Le tout, en grande s�r�nit� de conscience. Les pr�- cheurs ont beau dire, par la bouche de Menot et de ses �mules, que l'homme adult�re p�che autant que la femme adult�re. Et citer Paul, autorit� d�ci- sive : I Corinth., vii : "Mulier corporis sui potesta- tem no habet, sed vir; similiter, et vir, sui corporis potestatem non habet, sed mulier. " Personne n'en croit mot. Tout le monde ne sait-il pas (� commencer par les �pous�es) que l'homme et la femme, ce n'est pas la m�me chose? Le sermon de Menot s'adressait visi- blement � de petites gens : juvenes procuratores, juvenes advocati, notarii, clerici finantiarum, mercatores noviter uxorati, ceux qui voyagent beaucoup, vont par pays de-ci de-l�, couchent � l'auberge : soyons assur�s que ni l'�loquence du pr�ch�ur ni l'autorit� de saint Paul n'ont d�tourn� un seul d'entre eux, jamais, de passer son temps comme Stendhal, un soir de d�soeuvrement (et quelques autres soirs aussi, sans doute) � Saint- Laurent-du-Jura. A quoi peuvent-elles servir, ces "ancillas omnino instructas", ces bonnes � toutes mains, qui (consid�ration de poids) ne font pas grand dommage � la bourse! Menot, homme averti, le dit en toutes 314 lettres : "quae non valent multum argenti?" - Les petites gens, les jeunes gens - mais les grands? Hircan le claironne, de sa voix bernaise, et devant sa l�gi- time �pouse : jamais il n'a aim� de femme (hormis la sienne, naturellement!) "� quoi il ne d�sir�t faire offenser Dieu bien lourdement!" - Simontault rench�rit : il a souvent souhait� toutes les femmes " m�chantes ", hormis la sienne. - Saffredent th�ologise : "Est-il plus grande vertu que d'aimer, comme Dieu le com- mande?" - Et Mme Oyssille conclut : " Trouver chastet� en coeur amoureux, c'est chose plus divine qu'humaine." Evidemment, le mariage, en ce d�but du XVI si�cle, demande imp�rieusement � �tre revaloris�. Il manque de prestige. Et c'est avant tout la faute de l'Eglise. A ses yeux, il porte lourdement la peine d'�tre une oeuvre de chair. Et les yeux de l'�glise, ce sont les yeux de tous . Certes, un saint Anselme, un saint Bernard ont pris la d�fense du mariage. Mais enfin, c'est un suspect. Il a besoin d'avocats pour faire �clater son innocence. Et ces avocats plaident coupable. Le mariage, c'est le moindre mal. Il prot�ge (mal! l'experience le montre) mais enfin, il prot�ge, ou devrait prot�ger contre la fornication : propter fornicationem habeat quisque uxorem, les docteurs disent cela en latin . Erasme reprendra les arguments. Au fond, toute l'Eglise continue � penser, et � professer, que l'�tat de virginit� est bien sup�rieur � l'�tat de mariage. Tr�s rares ceux qui - tel l'alsacien Gelier, de Kaisersberg - osent 315 proclamer que "l'int�grit� charnelle n'�st pas une vertu ni m�me la parti essentielle d'une vertu" -, car toute l'essence d'une vertu r�side dans l'�me; cet appel � la conscience individuelle et � sa libert� de jugement n'est du reste pas sans danger ; que de faciles contresens � commettre : faciles et si tentants? - Geiler n'est pas suivi . Gabriel Biel se contente, pour sa part, d'affirmer qu'un arbre se juge aux fruits, et le mariage � ses fins, qui sont, d'abord, la conservation de l'humain lignage. Mais s'i1 �voque l'exemple, trop encourageant, des patri- arches (le landgrave de Hesse �coute d�j�, d'une oreille attentive); s'il observe ing�nieusement que tous ceux qui furent dans l'arche furent mari�s ; s'il note que le Christ voulut �tre incarn� au sein d'une Vierge, mais d'une Vierge mari�e - il n'en met pas moins l'accent avec une sorte de joie maligne, avec un plan non douteux de revanche, sur les tribulations qu'engendre fatale- ment la vie conjugale - et sur la vielle mais �ternelle distinction des noces " charnelles ", ce moindre mal, et des noces " spirituelles ", les seules vraiment et parfai- tement recommandables. Non, en v�rit�, le climat du mariage, son climat moral et r�ligieux, n'�tait pas excellent. Et le contraste �tait net, entre la majest� proclaim�e de l'institution, son indissolubilit� service par toutes les autorit�s, aveuglement - et sa modestie de rem�de empirique. Ce mariage �tait un sacrement. Un sacrement particulier du reste, dont les mari�s �taient les seuls ministres. Mais c'�tait, si j'ose dire, un sacrement de tol�rance. Revenons d'ailleurs au mot de Geder. " L'int�grit� charnelle n'est pas une vertu." Vertu, le mot qu'il faut dire, finalement, si l'on veut comprendre le point de des hommes du xvie si�cle, et le n�tre, si diff�rent 316 du leur. Plus pr�cis�ment, le mot qu'il convient d'expli- quer : car nous n'avons pas plus d'Histoires de la vertu que d'Histoires de l'amour. Ou du vice, son contraire - et du p�ch�, produit chr�tien du vice. Du p�ch� qui, pour les contemporains de Marguerite, n'est pas seule- ment une fausse manoeuvre, une fausse vis�e, un insuc- c�s - un rat� et, par la m�me, un acte contre nature - mais une atteinte � la raison, cette v�ritable nature de l'homme - et donc, puisque la raison est un don de Dieu � l'homme, une atteinte, une offense � Dieu . Ainsi le p�ch�, c'est-�-dire entre Dieu et la cr�ature. Entre eux seuls. Ainsi dans ce debat en t�te � t�te, le la�c d�pourvu de tout pouvoir de lib�ration, de toute prise sur le p�ch�, n'a pas � intervenir. Il n'est pas juge. Certes, il peut, et il doit r�primer s'il y a lieu des �carts dangereux, qui rompent la paix de la cit�. Il peut, il doit, s'il le faut, punir des meurtres, des larcins, des violences qui d�coulent du p�ch�. Mais il ne s'agit l� que de r�pression p�nale. D'application des lois qui r�gissent la cit�. Redresser, corriger, c'est cuyder. Outrecuyder. D�passer, outrepasser, et de beaucoup, ses pouvoirs et ses moyens d'homme ch�tif et p�cheur. Comme � faire le bien par ses propres forces, l'homme est impuissant � rem�der au vice. A Dieu d'op�rer, s'il le veut, cette gu�rison; � Dieu seul, par sa gr�ce, dans la mesure o� il le pla�t de l'accorder. La grace, seule, peut restituer, � l'homme ce que le vice lui a fait perdre... D�s lors, pourquoi s'�tonner, si Marguerite ne juge pas? Pourquoi se scandaliser parfois - comme nous la faisons tout natureullement - du silence des devisants? 317 Nous leur demandons de protester, de s'indigner, de bl�mer. Mais leur bl�me ne serait qu'une sorte de paro- die, et sacril�ge - qu'une substitution indue, et d'ailleurs ridicule, du sens humain � la gr�ce divine. C'est au- jourd'hui, dans notre monde � nous, que ces malfa�ons se produisent. Dans notre monde o� le procureur et son substitut, usurpant les fonctions que nos p�res reconnaissaient � Dieu seul se sont mis non plus seule- ment � punir, � frapper, � r�primer - mais � se pro- noncer sur la valeur morale de tels ou tels actes ; � rechercher les intentions secr�tes ; � peser la vertu et le vice non plus sur les balances de l'Archange - celles que lui pr�te un Dieu irrit� et vengueur qui est aussi un Dieu de mis�ricorde, mais sur lies balances contesta- bles d'une Th�mis la�que et bourgeoise. Un dernier mot. Le prestige manque au mariage : nous venons de chercher pourquoi. L'amour manque aussi. Encore plus, et peut-�tre n�cessairement. Non pas certes qu'il n'y ait point, en ces temps, de mariages d'amour. L'Heptam�ron atteste le contraire. C'est Marguerite qui nous conte l'histoire de la soeur du comte de Jossebelin . On ne la marie pas, de pro- pos d�lib�r� : il ne faut pas �mietter entre dix enfants le capital de la maison. Mais elle n'est pas ma�tresse de son coeur - et la voil� qui s'�prend d'un pauvre et beau gentilhomme, nourri d�s son enfance dans la maison de Jossebelin. Il r�pond � ce simple amour - et, sans que personne en sache rien, fors un pr�tre et quelques femmes, ils s'�pousent. Mariage clandestin - mais valide , puisque les deux �poux consentent : et que consensus facit nuptias - c'est le vieil adage du 318 droit romain. Le comte de Jossebelin n'est pas roma- niste - et il entend d'une autre oreille. Ce mariage lui semble un attentat non pas aux bonnes moeurs - il n'a pas la faiblesse de s'en croire le gardien - mais aux droits qu'il s'arroge sur sa soeur . Une insulte mortelle � la famille de Jossebelin, ce mariage non autoris� par la parent�. On ne le tolerera pas. Et fort de ce qu'il croit son droit, il fait f�rocement tuer le mari devant la femme, sous ses propres yeux. Apr�s quoi, il exile la malheureuse au fond des bois, dans un ermitage - o� elle meurt finalement en odeur de saintet�. Or, il est significatif que les devisants approuvent non pas la sauvagerie du comte - elle est tout de m�me un peu excessive et le brutal n'a pas la loi pour lui - mais cette violente oppositon au mariage d'amour. Ne jamais se marier " pour son plaisir " et sans " le consentement de ceux � qui on doit porter ob�issance " - voil� la r�gle tutelaire . " Car mariage est un �tat de longue dur�e, qu'il ne doit �tre commenc� l�g�rement, ni sans l'opinion de nos meilleurs parents et amis. " Sagesse traditionnelle. Et Marguerite conclut, avec une philosophie d�sabus�e : on ne saurait " si bien faire qu'il n'y ait pour le moins autant de peine que de plaisir" dans le saint �tat de mariage. Apr�s tout, la soeur du comte a eu sa part de joie. Elle l'a durement pay�e. C'est la r�gle... 319 Le vrai, c'est que, par-derri�re la conception chr�- tienne du mariage - y a la conception h�braique. Et celle-ci d�j� revenait � �liminer du mariage l'amour. Cal- vin, expliquant aux Genevois, le jeudi 30 janvier 1556, le chapitre xxiv du Deut�ronome, le leur montrait fort bien : Dieu a dit de sa bouche sacr�e, quand il a parl� de cr�er la femme : " Faisons une aide � l'homme." Il n'a point dit : " Faisons-lui une femme. " De fait, toute th�orie chr�tienne du mariage impose � la femme l'ob�issance � son mari. La loi h�bra�que pareil- lement. Le mari n'est pas l� pour faire l'amour, mais pour commander - ce mari que sa femme n'a point appel� de ses voux, le plus souvent ni de son d�sir; ce mari qui, dans les trois quarts des cas, lui a �t� impos� sans qu'on la consulte ; ce mari qui est son chef, sinon son ma�tre et devant qui, dira joliment Calvin un jour d'abandon - devant qui il n'est pas question qu' "elle hausse la t�te comme une biche " : ne lui doit- elle pas �tre " plus sujette qu'� p�re et m�re "? L'amour c'est assez exactement l'inverse. C'est la femme "ma�tresse". La femme r�gnante et ador�e. La femme qui donne ou refuse ses faveurs, � son gr�, libre- ment. La langue conjugale, ici, recourt � d'autres mots. L'�pouse n'a pas de faveurs � distribuer ou � garder pour elle. Elle est cr�anci�re de " droits " (comme l'�poux) et d�bitrice de " devoirs ". Le mariage, dira cr�ment Calvin " c'est un joug mis par Dieu au col de l'homme ". En la personne de la femme, d'abord . Or, les contemporains de Marguerite, les heros des nouvelles se mettent volontiers sous le joug de tr�s bonne heure. A peine sortis de l'adolescence, les voil� contractants d'une union qui deborde, et de beaucoup, le domaine de l'amour et de la sexualit�. Elle se conclut 320 � vie. Elle n'est plus r�vocable. On est libre de ne pas s'y engager - mais, tous les auteurs s'accordent sur ce point : une fois qu'on a dit oui, " on est pris " -- Et cette union ne se contente pas de rejoindre, au cours de br�ves rencontres plus ou moins espac�es, un toi et un moi distincts. Elle vise � former un nous. Elle le cr�e d'office. Elle groupe toi et moi sous une m�me raison sociale. Au jour de son mariage "elle" perd son nom et prend son nom � "lui". Somme tout, l'union conju- gale r�alise la mise en commun de deux existences, a- vec tout ce que cette mise en commun implique de par- ticipations � d'humbles, multiples et quotidiennes r�ali- t�s. Elle comporte des charges support�es � deux; elle s'assigne des fins poursuivies en plein accord : charges et fins qui n'ont rien � voir avec le libre amour . Le trousseau de clefs pendu � la ceinture - c'est vraiment pour la femme l'embl�me de cette union: ce n'est pas pr�cis�ment un embl�me amoureux. Enfin cette union est publique, et social. Elle ach�ve d'int�grer le jeune homme, elle int�gre d'un seul coup la jeune femme � la societ�. - Ceci fait, reste l'amour. L'amour ou plut�t, pour proscrire ce mot trouble, et toutes les �quivoques qu'il peut entretenir - pour parer notamment � toute confusion avec cette lente initiation des Fran�ais (et d'abord au d�but et presque uniquement, des Fran�ais de cour) aux complications de cette technique physique, de cette gymnastique de l'amour sensuel qui, pendant tout le si�cle les mit, coll�giens candidement �merveill�s, � l'�cole de ces docteurs d'Italie que recouvrait le seul nom de l'Ar�- tin - l'amour, ou plus exactement l'�ducation sen- 321 timentale. Cette �ducation sentimentale dont le besoin ne date pas du xixe si�cle, et d'un roman cel�bre. Cette �ducation sentimentale qui, seule, compl�te un homme. Parfait l'homme dans un homme. Assure � l'homme qui se l'est procur�e ce sentiment de ma�trise, de pl�nitude, d'enti�re possession de soi-m�me, jus- que dans ses profondeurs secr�tes - qui seul r�alise en lui l'id�al le plus raffin� de son temps... Cette �ducation sentimentale -au xixe si�cle, elle s'op�re par la liaison. Et la plupart du temps, avant le mariage. Liaison pr�nuptiale, comme disent psycho- logues et m�decins dans leur vilain langage adminis- tratif. Libre aux moralistes d'en penser ce qu'ils veulent. Ce n'est pas la question. Le psychologue, lui, prend les liaisons pour des faits; il cherche simplement (mais ce n'est pas simple!) � d�finir le r�le qu'elles jouent dans la formation du caract�re, dans l'evolution de la personne m�me. Ce r�le, impossible qu'il en sous-estime le valeur. La liaison, c'est un essai . C'est une ex�- rience que l'homme poursuit, dans des conditions qui s'opposent radicalement de celles du mariage. La liaison ne cr�e pas, entre l'homme et la femme, une commu- naut�. Elle r�alise une appartenance temporaire, pr�- caire, perp�tuellement r�vocable, sans engagement po- sitif, ni contrat. Appartenance r�duit � de certains do- maines;mais d'autres en sont exclus. Par exemple, la liaison ne comporte normalement ni enfants, ni char- ges support�es en commun. Elle conna�t le cadeau. Elle ignore la communaut� de biens. Elle n'est pas publique ou, 322 plus exactement, elle n'est pas reconnue; elle n'est pas officielle; elle n'est pas sanctionn�e. Elle laisse en pr�sence un toi et un moi distincts qui n'ont pas pro- nonc�, qui refusent de prononcer les mots qui lient. Elle ne cr�e pas de nous. Mais dans une sph�re �troite, elle laisse approfondir sensations, �motions, sentiments. Elle d�veloppe. Elle �largit. Elle enrichit. Au xixe si�cle, avant le mariage. Au xxe, grande r�volution en cours : beaucoup d'hommes jeunes, beaucoup de femmes jeunes ont tendance � faire dans le mariage m�me - dans le mariage sinon d'amour, du moins d'inclination : l'amour est rarement le fait, quand il existe vraiment, de deux personnes du couple - l'�ducation sentimentale que leurs p�res, disons, que beaucoup de leurs p�res, en tout cas, avaient demand�e � la liaison pr�nuptiale. - Au xvie si�cle? Au xvie si�cle, tous, et toutes excluent la solution du xxe si�cle. Tous et toutes r�poussent le mariage d'amour. Avec force, avec violence, avec indignation. Ecoutez la sagesse de Montaigne prolongeant de quelques d�cades la sagesse des devisants : " On ne se marie pas pour soi ... On se marie autant sinon plus, pour sa post�rit�, pour sa famille. " Et donc, c'est la famille, gardienne de la race, qui doit intervenir. Qui doit faire le mariage. Montaigne approuve. Il aime qu'on " conduise " un mariage " plut�t par mains tierces que par les propres". L'amour? Qu'on le cherche hors mariage. C'est l�, l� seulement qu'il se trouve. Et Montaigne ne s'indigne pas contre ceux qui partent � sa recherche. Mais ceux qui m�lent les genres? " C'est une esp�ce d'inceste, d'aller employer � un parentage v�n�rable et sacr� les efforts et les extravagances de la licence amoureuse." - Le mot est dur : mais quoi? on ne fait pas plus de sa femme sa ma�tresse que de sa ma�tresse sa femme. 323 Montaigne sur ce dernier point n'est pas moins cat�go- rique. " Peu de gens ont �pous� des amies qui ne s'en sont repentis ." Et le plus illustre exemple n'en est-il pas celui du p�re des dieux et des hommes lui-m�me: " Quel mauvais m�nage a fait Jupiter avec sa femme, qu'il avait premi�rement pratiqu�e et jouie par amou- rettes"? Ne confondons pas les genres, sagesse classique. Surtout lorsqu'ils sont " � l'opposite " N'adult�rons pas le mariage, si nous pratiquons l'adult�re. Amour, ma- riage : "on fait tort � l'un et � l'autre de les confon- dre " . Montaigne n'innove pas. Montaigne enregistre. Il est de son temps. D'un temps ou l'homme se marie de bonne heure. L'homme qui n'est pas pr�coce, d'aucune fa�on. Qui, pour cent raisons trop visibles, rest beaucoup moins que nos contemporains. L'homme qui, dans ses ann�es d'adolescence, m�ne une dure vie physique d'apprenti cavalier et d'apprenti jouteur, d'escrimeur et de lutteur, de chasseur et de soldat qui lui laisse fort peu de temps et de loisir pour les oisivet�s amoureuses. Rappelons-nous qu'au t�moignage de ces hommes eux- m�mes, cette vie les usait terriblement vite. Tous nous le disent et avouent pour cette raison m�me, qu'ils ne sont pas, loin de l�, des amants hors ligne. Au petit Jean de Saintr�, humili� et raill� sur ce chapitre par le gros et gras et luxurieux abb� qui ne triomphe pas seulement de lui � main plate, mais au dire autoris� de la dame des Belles Cousines, dans d'autres combats encore - r�pondent les confidences d'Hircan l'avantageux, d'Hir- can le conqu�rant, lui-m�me: "H�las! Madame, ricane- t-il un jour : si vous saviez la diff�rence qu'il y a d'un gentilhomme qui, toute sa vie a port� le harnois et suivi la guerre, aupr�s d'un varlet bien nourri sans bouger 324 d'une lieue...'vous excuseriez cette pauvre veuve. " Une veuve surprise avec un muletier par un gentilhomme qu'elle amusait de propos vertueux. - Et aux varlets s'ajoutent les moines : " Eh! eh ! dit Geburon : ils sont hommes aussi beaux, aussi forts et plus repos�s que nous autres, qui sommes tous cass�s du harnois ..." Lieux communs de cassuistique galante. 0r, la vie qu'ils m�nent si elle fait de ces hommes de m�diocres amants, ne leur laisse gu�re le temps d'approfondir leurs sentiments. De se polir par la courtoisie. Et s'ils veulent se donner cette �ducation sentimentale dont sentent le besoin, imp�- rieusement, ceux d'entre eux tout au moins qui veulent sortir du commun - quand et comment peuvent-t-ils le faire? Dans le mariage? Impossible. Alors? Alors, Amadour, du m�me coup, l'ambitieux Amadour prend pour femme Avanturade, cette confortable utilit� - et pour " dame", Floride, cet id�al. Qu'il ne d�sesp�re pas, au contraire, de r�aliser. Partage. Satisfaction raisonnable, satisfaction parfaite de deux exigences sinon contradictoires, du moins distinctes. Ici " cette religieuse et devote liaison ", le mariage , en metant les choses au mieux, " cette douce soci�t� de vie" qui (lors- que par grand hasard on tombe sur la femme excellente qui vous convient parfaitement) "t�che de repr�senter les conditions de l'amiti�" . T�che, dit le prudent Montai- gne... En tout cas, ici, la vie commune,la perp�tuit� de la race, les devoirs et les travaux partag�s en commun. Et l�, l'Amour, " son feu plus actif plus cuisant et plus �pre "; l�, l'acquisition, l'aprentissage, l'exp�rience de l'Amour et de tout ce qu'il engage. De l'Amour, ce besoin. Ce luxe. Cette richesse... Or, le probl�me chronologique se pose en termes exacts 325 et rigoureux. D'abord l'apprentissage, d'abord l'Amour: apr�s quoi logiquement, l'application, le mariage? Impossible et absurde. Que les mots ne nous trompent pas. Nous parlons d'apprentisage, mais apprentisage de quoi? De la vie sentimentale, et non pas de mariage. Qui commence par poser en principe l'antinomie fon- ci�re et radicale de la liaison amoureuse et de l'union conjugale, ne saurait relier par un lien direct ces deux esp�ces antagonistes. A quoi se prendrait ce lien? Et si le mariage est bien le contraire de l'amour - � quoi la connaissance de l'amour peut-elle servir dans le ma- riage? - Mais sans exp�rience de l'amour, sans exp�- rience sentimentale, un homme est-il un homme? Vraiment un homme, sup�rieur et complet? - La conclusion s'impose, d�s lors qu'on r�pond oui. La liaison d'abord, le mariage ensuite; la pr�face avant le livre? Voil� qui n'a pas de sens. Succesivement, non. Parall�- lement, oui. Et c'est la solution d'Amadour - qui s'�tonnerait bien, sans doute, de nos �tonnements. De nos dissertations pour comprendre des choses aussi simples. Et, plus encore, de nos mines scandalis�es. Peut-�tre, si tout ceci est fond�, comprend-on mieux maintenant, et le sens de l'Heptam�ron et ces " �tranges rapports de l'amour et du mariage" dont il ne suffit pas de s'�tonner. Il les faut expliquer. Il les faut �prouver dans l'�me des hommes d'autrefois. Des contemporains de Marguerite. En toute sympathie d'historien pour le pass�. Peut-�tre cessera-t-on de mal interpr�ter les silences de Marguerite, et ses indifferences, et ses placi- dit�s? - Marguerite, n�e en 1492. Ceci dit beaucoup. Sinon tout.

 

 

Esta es la traducci�n castellana de la mitad del cuento de Hoffmann El hombre de la arena. Son tantos los problemas de las dos versiones castellanas de m�s circulaci�n sobre el cuento, una que se edit� junto con el art�culo de Freud Lo siniestro Die Unheimliche y otra que est� en los dos tomos de cuentos de Hoffmann de editorial Alianza que es increible que haya pasado tanto tiempo sin llamarse la atenci�n sobre esos problemas que vuelven ilegible el problema que tan genialmente y bellamente hizo cuento Hoffmann solo puede achacarse al hecho de que los psicoanalistas no leen los libros que miran. Buenos Aires, Adrian Ortiz

 

 

... E. T. A. Hoffmann El hombre de la arena 74 ...sollozaba fuerte. Lotario apareci� en el jard�n y Clara tuvo que contarle lo que hab�a sucedido; como �l amaba a su hermana con toda su alma, sent�a cada una de las palabras de sus quejas como un golpe en lo m�s �ntimo, de forma que el disgusto que sent�a en su pecho a causa del visionario Nataniel, se transform� en c�lera terrible. Corri� en seguimiento de Nataniel y le repro- ch� con duras palabras su loca conducta respecto a su querida hermana. Nataniel respondi� con violencia. Y un �iluso y extravagante loco� se enfrent� con �un desgraciado y vulgar ser humano�. El duelo fue inevitable. Acordaron batirse a la ma�ana siguiente, detr�s del jard�n, conforme a las reglas al uso. Llegaron mudos y sombr�os. Como Clara hubiese o�do la disputa y viese que el padrino, al atardecer, trajese los floretes, imagin� lo que iba a suceder. A la hora designada, las armas estaban sobre el c�sped que, muy pronto, iba a te�irse de sangre. Lotario y Nataniel se hab�an despojado ya de sus levitas, y con los ojos brillantes iban a abalanzarse el uno sobre el otro, cuando Clara apareci� en el jard�n. Sollozando exclam�: -�Monstruos, salvajes, matadme a m�, antes de que uno de vosotros caiga, pues no quiero sobrevivir si mi amado mata a mi hermano, o mi hermano a mi amado! Lotario dej� el arma y mir� al suelo silenciosamente. Nataniel sinti� en su interior la tristeza y el amor desbordante que hab�a sentido en los bellos d�as de su primera juventud. El arma homicida cay� de sus manos, y se arroj� a los pies de Clara: -�Perd�name, adorada Clara! �Perd�name, hermano mio, querido Lotario! Lotario se emocion� al ver el profundo dolor de su hermano, y derramando los tres abundantes l�grimas abraz�ronse reconciliados, y juraron no separarse jam�s. Desde aqu�l d�a Nataniel se sinti� aliviado de la pesada carga que le habia oprimido hasta entonces, y le pareci� como si se hubiese salvado del oscuro poder que amenazaba aniquilarle. Permaneci� tres d�as m�s antes de marcharse a G., adonde deb�a volver para cursar el �ltimo a�o de sus estudios universitarios y se acord� de que al cabo de este tiempo se establecer�a para siempre en su pais natal, con su prometida. 75 A la madre de Nataniel se le ocult� todo lo referente a Coppelius, pues era bien sabido que le produc�a horror su nombre, ya que tanto a ella como a Nataniel le recordaba la muerte de su esposo. * Al llegar a G., Nataniel se sorprendi� mucho al ver que su casa hab�a sido pasto de las llamas, que s�lo dejaron en pie dos o tres lienzos de pared ennegrecidos y calcinados. Seg�n le dijeron, el fuego comenz� en la botica y varios amigos de Nataniel que viv�an cerca de la casa incendiada, pudieron salvar algunos de los objetos, instrumentos de f�sica y papeles, todo lo cual llevaron a otra habitaci�n alquilada a nombre del estudiante. Nataniel no pod�a suponer que estuviera situada frente a la del profesor Spalanzani. Desde la ventana se pod�a ver muy bien el interior del gabinete donde, con frecuencia, cuando las cortinas estaban descorridas, se ve�a a Olimpia muda e inm�vil, y aunque se destacaba clara- mente su silueta, en cambio los rasgos de su rostro solo borrosamente. Nataniel se extra�� de que Olimpia permaneciese en la misma actitud horas enteras, sin ocuparse de nada, junto a la mesita, aunque era evidente que de vez en cuando le miraba f�jamente; hubo de confesarse que en su vida habia visto una mujer tan hermosa. Sin embargo, su amor a Clara le llenaba el coraz�n, preserv�ndole de las seducciones de la austera Olimpia, y por eso el joven dirig�a s�lo de tarde en tarde algunas miradas distra�das a la estancia habitada por aquella hermosa estatua. Cierto d�a, en ocasi�n de estar escribiendo a Clara, llamaron suavemente a su puerta; al abrirla, vio la desagradable figura de Coppola; un estremecimiento nervioso agit� a Nataniel; recordando los argumentos de Clara y los datos qu� le diera el profesor Spalanzani acerca de aquel individuo, avergonz�se de su primer movimiento de espanto, y con toda la tranquilidad que le fu� posible dijo al inoportuno visitante: -No necesito bar�metros, querido amigo. �Idos, por favor! Pero Coppola, entrando en la habitaci�n, dijo en un tono ronco, mientras su boca se entreabr�a con una 76 odiosa sonrisa y le refulg�an los ojitos entre sus largas pesta�as grises: -�Eh, no s�lo tengo bar�metros, no s�lo bar�metros! �Tambi�n tengo okos, belli oko! Nataniel, espantado, exclam�: -�Maldito loco!, �c�mo es posible que tengas ojos!... �Ojos!... �Ojos! Al instante Coppola hizo a un lado sus bar�metros y fue sacando de sus bolsillos Lorgnetten und Brillen mon�culos y anteojos que dej� sobre la mesa: -Brill -Brill auf der Nas zu setze, �Anteojos, anteojos para pon�rse sobre la nariz,.., �sos son mis okos... mis belli okos! Y al decir esto, Coppola continu� sacando Brille anteojos, de modo que la mesa se llen�, y empezaron a brillar y a refulgir en ella. Miles de ojos palpitaban y miraban, blickten und zuckten, convulsiva, espasm�dica y fijamente kramphaft und starrten hacia Nataniel; quien pasmado no pod�a apartar la vista de la mesa, y Coppola continuaba sacando m�s anteojos Brille, y cada vez eran m�s salvajes y feroces las llameantes y restallantes miradas que traspasaban con sus rayos ardientes y rojo songuineolentes el pecho de Nataniel. Sobrecogido por un espantoso malestar grito: -�Para ya, detente, maldito hombre! Y sacudi�ndole por el brazo detuvo a Coppola, que se preparaba a seguir sacando gafas del bolsillo, aunque la mesa estaba enteramente cubierta de ellas. Coppola, sonriendo a duras penas, se desprendi� de �l, al tiempo que dec�a:-"Ah!... no los queres... pues aqu� ten�s unos belli anteojos", y despu�s de recoger todas las gafas, empez� a sacar una serie de grandes y peque�os largavistas Perspektiv. En cuanto todas las gafas estuvieron guardadas, Nataniel qued� tranquilo como por encanto, y acord�ndose de Clara, record� que el fantasma s�lo estaba en su imaginaci�n, ya que Coppola era s�lo un gran mec�nico y �ptico, y en modo alguno el abominable doble Doppelg�nger y espectro Revenant de Coppelius. Adem�s, las gafas que Coppola hab�a puesto en la mesa no ten�an nada de raro, ni tampoco nada fantasmal los Brillen anteojos, de modo que, algo confuso por haberse entregado a la violencia, Nataniel quiso reparar esto comprando algo a Coppola. Eligi� un peque�o anteojo Tachenperspektiv, cuya montura le llam� la atenci�n por su exquisito trabajo, y, para probarlo, mir� 77 a trav�s de la ventana. Nunca en su vida hab�a tenido un anteojo con el que los objetos pudieran verse tan clara, n�tida y patentemente. Maquinalmente mir� hacia la habitaci�n de Sapalanzani; como usualmente vi� a Olimpia sentada ante la mesita, los brazos apoyados y las manos cruzadas. �Entonces vio por primera vez el hermoso semblante de Olimpia. S�lo los ojos le parecieron muy extra�amente fijos y muertos. Luego a medida que miraba m�s y m�s finamente a trav�s del anteojo, le pareci� que los ojos de Olimpia irradiaban p�lidos rayos de luna. Le pareci� como si por primera vez naciera en ella el sentido de la vista, y que su mirada brillaba cada vez m�s viva. Nataniel se qued� estupefacto junto a la ventana, contemplando cada vez m�s intensamente a la bella y celeste Olimpia. Un ruido, un murmullo, un carraspeo lo despert� como de un profundo sue�o. Coppola estaba detr�s de �l: �Tre pesos, tre�. Natanael se hab�a olvidado completamente del �ptico, r�pidamente le pag� das Verlangte. �No bonos los anteojos, bonos anteojos? Pregunt� Coppola con su odiosa voz ronca y la sonrisa maliciosa. �Si, si, si!, respondi� Natanael disgustado. �Adieu, querido amigo!� � Coppola abandon� la habitaci�n no sin antes echar varias miradas de reojo a Natanael. Lo sinti� re�r fuerte por las escaleras. �Entonces claro, pens� Natanael, se rie de m� porque le he pagado el peque�o largavista Perspektiv muy muy caro � demasiado caro!�. Mientras profer�a en voz baja estas palabras, en el Hall, a trav�s de la habitaci�n hubo un profundo y horroroso gemido de muerte Todesseufzer, que a Natanael paraliz� de angustia. Pero not� de inmediato que el mismo hab�a suspirado. �Cuanta raz�n ten�a Clara, se dijo para s�, cuando me ten�a por un absurdo visionario; pero lo que m�s me angustia ahora y al mismo tiempo me parece absurdo, incluso m�s que absurdo es el pensamiento idiota de haber pagado demasiado caro los anteojos de Coppola y eso ahora me parece angustiante; aunque la causa de ello no la veo.� Ahora se puso a terminar la carta para Clara pero una mirada a trav�s de la ventana 78 lo convenci� de que Olivia a�n est� all� sentada, se levant� de un salto, tom� el largavista Perspektiv de Coppola y no pudo quitarlo del seductor verf�hrerischen rostro de Olimpia hasta que su amigo y hermano Siegmund compa�ero del colegio vino a buscarlo para ir a la clase del profesor Spalanzani. Desde aquel d�a los visillos de la habitaci�n estuvieron siempre perfectamente corridos, y el enamorado estudiante perdi� el tiempo haciendo guardia durante dos d�as con el largavista Perspektiv de Coppola. Al tercer d�a incluso las ventanas fueron cerradas. Completamente desesperado e impulsado por ansias y ardientes deseos salio de la ciudad. La figura de Olimpia se multiplicaba a su alrededor como por encanto, la veia flotar por el aire, brillar a trav�s de los setos floridos y reproducirse en los cristalinos arroyuelos. Nataniel no se acordaba ya de Clara, s�lo pensaba en Olimpia y gem�a y sollozaba: �Oh estrella de mi vida, no me dejes solo en la tierra, en la negra obscuridad de una noche sin esperanza!�. Cuando Natanael volvi� a su casa observ� que un gran bullicio reinaba en la de Spalanzani. Las puertas se abr�an, limpi�banse las ventanas, y numerosos obreros iban de un lado a otro llevando muebles, mientras que algunos colocaban tapices con extraordinaria atividad. Natanael se qued� asombrado, cuando en plena calle Siegmund apareci� y le dijo ri�ndose: �Qu� me dices de nuestro viejo amigo Spalanzani? Natanael le asegur� que no sab�a nada del profesor y que estaba asombrado de que aquella casa silenciosa y sombr�a estuviera en pleno bullicio y actividad. Siegmund le dijo que Spalanzani dar�a al d�a siguiente una gran fiesta, un concierto, y un baile, al que asistir�a lo m�s notable de la Universidad. Se rumoreaba que Spalanzani iba a presentar en sociedad a su hija Olimpia, a la que hasta ahora, hab�a mantenido escondida, fuera de la vista de los hombres. Natanael encontr� una invitaci�n al llegar a su casa y se encamin� a la vivienda del profesor Spalanzani a la hora convenida, con el coraz�n palpitante, cuando ya rodaban otros carruajes y las luces brillaban en los adornados 79 salones. La sociedad all� reunida era numerosa y muy brillante. Olimpia, engalanada con un gusto exquisito, era admirada por su belleza y sus perfectas proporciones. S�lo se notaba algo extra�o, un ligero arqueamiento del talle, posiblemente debido a que su talle de avispa estaba en exceso encorsetado. Andaba con una especie de rigidez, que desagradaba y que atribu�an a su timidez, acentuada al encontrarse ahora en sociedad.. El concierto comenz�. Olimpia tocaba el piano con gran habilidad e incluso cant� un aria con voz sonora y brillante que parecia el vibrante sonido de una campana. Nataniel estaba extasiado, pero como llegara un poco tarde le toc� estar en la �ltima fila, y apenas pod�a ver el semblante de Olimpia, deslumbrado por las luces de los candelabros; instintivamente saco el anteojo de Coppola y se puso a mirar a la bella Olimpia. Ah... le pareci� que ella le miraba con miradas anhelantes, que una melod�a acompa�aba cada mirada amorosa y le traspasaba ardientemente. Las art�sticas inflexiones de su voz le parecieron a Nataniel c�nticos celestiales de un coraz�n enamorado, y cuando reson� el largo trino por todo el sal�n, a su cadencia crey� que un brazo amoroso le ce�ia y extasiado no pudo evitar esta exclamaci�n: "�Olimpia!� Las personas m�s pr�ximas se volvieron y muchas se echaron a re�r. El organista de la catedral puso un semblante muy serio y dijo simplemente: "Bueno, bueno�. El concierto llegaba a su fin. El baile comenz�. �Bailar con ella... bailar con ella...�, todos los deseos de Nataniel tend�an hacia este objetivo. �Pero, c�mo atreverse a invitar a la reina de la fiesta? En fin, no supo bien c�mo, pero poco despu�s de empezar el baile se encontr� junto a Olimpia, a la que nadie hab�a sacado a�n, y apenas osando balbucir alguna palabra, tom� su mano. Helada estaba la mano de Olimpia, y se sinti� agitado por un espantoso fr�o de muerte, fij� en Olimpia sus ojos, y pronto le invadieron completamente el amor y los deseos y en un instante sinti� que en las heladas manos hab�a pulso y sangre vital 80 corr�a en las venas. Tambi�n Nataniel sent�a en su interior una amorosa voluptuosidad, as� es que enlaz� con su brazo el talle de la bella Olimpia y atraves� las filas de los invitados. Crey� haber bailado al comp�s, aunque sent�a que la rigidez r�tmica con que Olimpia bailaba a veces le obligaba a detenerse, y entonces se daba cuenta de que no segu�a bien los compases de la m�sica. No quiso bailar con nadie m�s, y si alguno se hubiera acercado a Olimpia para solicitar un baile, de buena gana le hubiera matado. Solamente sucedi� esto dos veces; para asombro suyo, Olimpia estuvo sentada durante todo el baile, as� es que pudo sacarla cuantas veces quiso. Si Nataniel hubiera tenido ojos para ver otra cosa que no hubiera sido Olimpia, de seguro que se hubiera encontrado con m�s de una pelea, pues era evidente que por los rincones los j�venes se re�an de �l, y hasta un sin fin de miradas curiosas se dirig�an a la bella Olimpia. �iPodr�a saberse por qu�! Excitado por la danza y el vino, Nataniel hab�a perdido la timidez. Sent�ndose junto a Olimpia, tom� su mano entre las suyas y le habl� de su amor con todo el fuego de la pasi�n que sentia, aunque ni Olimpia ni �l mismo comprend�an bien lo que trataba de expresar. Pero �sta mir�ndole fijamente s�lo suspira- ba: �Ah... ah... ah...!� Nataniel exclam�: �Oh, mujer celestial, que me iluminas desde el cielo del amor! �Oh, Criatura que domina todo mi ser!�, y cosas por el estilo, pero Olimpia �nicamente respond�a: ��Ah, ah!� Durante esta singular conversaci�n, el Profesor Spa- lanzani pas� varias veces por delante de los felices enamorados y los mir� sonriendo de una manera extra�a. Poco a poco Nataniel se dio cuenta con temor que el brillo de las luces disminu�a en la sala vac�a. Hac�a mucho que la m�sica y el baile hab�an cesado. "Separaci�n, separaci�n", grit� Spalanzani salvaje y fuertemente, Natanael bes� la mano de Olimpia, roz� sus labios, helados labios encontraron los suyos ardientes! Apenas hubo tocado las heladas manos de Olimpia se sinti� invadido por un terror interior, s�bitamente le vino el sentido de la leyenda de la novia muerta; pero Olimpia r�pidamente le abraz� 81 y en el beso parecieron los labios volver a la vida. El profesor Spalanzani atraves� lentamente la sala vac�a, sus pasos resonaban huecos, y su figura, que proyectaba una larga sombra, ten�a un aspecto fantasmag�rico y horrible. �Me amas?, musit� Nataniel; pero Olimpia suspir�, poni�ndose de pie: ��Ah! �Ah!� ��S�, amada m�a, criatura encantadora y celestial -dec�a Nataniel-, t� me aclaras todo y me explicas la existencia!� �Ah! �Ah!, replic� Olimpia en el mismo tono. Nataniel le sigui� y fueron con el Profesor. �Ya veo que lo ha pasado muy bien con mi hija -dijo, sonriendo-. Bueno, mi querido Nataniel, tendremos mucho gusto en que venga a conversar con mi hija, y su visita siempre ser� bienvenida.� A Nataniel le pareci� que se le abr�an las puertas del Cielo. El baile de Spalanzani fue durante mucho tiempo tema de conversaci�n. A pesar de que el Profesor les hab�a obsequiado espl�ndidamente, no pudo evitar la cr�tica, especiamente, recayeron los comentanos sobre la callada y r�gida Olimpia, que, no obstante su hermoso aspecto ex- terior, demostraba ser una est�pida, lo cual justificaba que Spalanzani se hubiera abstenido tanto tiempo de presen- tarla en p�blico. Nataniel se encolerizaba al o�r estas cosas, pero callaba; pues cre�a poderles demostrar a estos tontos que su propia estupidez les imped�a darse cuenta del maravilloso y profundo car�cter de Olimpia. �Dime, por favor, amigo m�o -le dijo un d�a Segismundo-; dime, por favor, �c�mo es posible que un hombre razonable como t� se pueda enamorarse de una mu�eca!� Nataniel, encolerizado, fue a responder; pero reflexion� y repuso: �Dime, Segismundo, �c�mo es posible que un hombre con tan buenos ojos como t� no haya visto los encantos y los tesoros ocultos en la persona de Olimpia? Mejor es que no hayas visto todo eso porque ser�as mi rival, y uno de los dos tendr�a que morir.� Segismundo comprendi� en qu� estado se encontraba Nataniel y desvi� la conversaci�n, diciendo que en amor era muy dif�cil juzgar. "Es muy extra�o, pero todos nosotros juzgamos del mismo modo a Olimpia. No te enfades, hermano, si te digo que nos 82 parece r�gida y como inanimada. Su cuerpo es propor- cionado, como su semblante, es cierto... Podr�a decirse que sus ojos no tienen expresi�n ni ven. Su paso tiene una extra�a medida y cada movimiento parece deberse a un mecanismo; canta y toca al comp�s, pero siempre lo mismo y con igual acompa�amiento, como si fuera una m�quina. Esta Olimpia nos ha inquietado mucho, y no queremos tratarnos con ella; se comporta como un ser viviente, aunque en realidad sus relaciones con la vida son muy extra�as.� Nataniel se disgust� mucho al o�r las palabras de Segismundo, pero hizo un esfuerzo para contenerse, y al fin, dijo muy serio: Todos ustedes son unos j�venes prosaicos y por eso Olimpia los inquieta. �S�lo a los caracteres po�ticos se les revela lo que es semejante! Solamente me mira a m�, y sus pensamlentos son para m�, y yo s�lo vivo en el amor de Olimpia. Es posible que no logr�is entablar con ella una conversaci�n vulgar, propia de los caracteres superficiales. Habla poco, es cierto, pero las escasas palabras que dice son para m� como verdaderos jerogl�ficos del mundo del amor, y me abren el camino del conocimiento de la vida del esp�ritu para la consideraci�n del m�s all�. Vosotros no com- prend�is nada, y es en vano.� �Que Dios te proteja, hermano! dijo Segismun- do bondadosamente Y casi con tristeza-; pero creo que vas por el mal camino. Puedes contar conmigo cuando... �No quiero decir nada m�s!... Nacaniel pareci� conmoverse al o�r estas palabras y le estrech� cordialmente la mano, antes de separarse. En cuanto a Clara, Nataniel la hab�a olvidado por completo, como si jam�s hubiera existido, y para nada se acordaba tampoco de Lotario ni de su madre. S�lo viv�a para Olimpia, y pasaba los d�as enteros junto a ella, y le hablaba de su amor, de la ardiente simpat�a que sent�a, y fantaseaba acerca de las afinidades electivas ps�quicas, y Olimpia escuchaba esto con suma atenci�n. Nataniel iba sacando de su escritorio todo lo que hab�a escrito, poes�as, fantas�as, visiones, novelas, cuentos, y cada d�a aumentaba el n�mero de sus composiciones con toda 83 clase de sonetos, estancias, canciones, que le�a a Olimpia, que jam�s se cansaba de escucharle. Nunca hab�a tenido una oyente tan magn�fica. No tej�aa, no cos�a, no miraba por la ventana, no daba de comer a ning�n p�jaro, no jugaba con ning�n perrito ni con ning�n gatito, no hac�a pajaritas ni ten�a algo en la mano, ni disimulaba un bostezo fingiendo toser; en una palabra, horas enteras permanec�a con la vista fija en los ojos del amado, sin moverse, ni menearse y su mirada era cada vez m�s ardiente y m�s viva. S�lo cuando Nataniel, al terminar, se levantabase llevaba su mano a los labios para depositar en un beso, dec�a: ��Ah! �Ah!...�, Y luego: ��Buenas noches, amor m�o!...� ��Qu� encantadora eres! -exclamaba Nataniel en su cuarto- �S�lo t�, s�lo t� me comprendes!� Se estreme- c�a de placer, al pensar qu� resonancia ten�an sus palabras en el �nimo de Olimpia, pues le parec�a que Olimpia hablaba en su interior y en sus obras se manifestaban las palabras suyas. As� debia de ser, pues Olimpia nunca habl� m�s de las palabras mencionadas. Algunas veces, en momentos de lucidez, por ejemplo al levantarse por la ma�ana, reflexionaba sobre la pasividad y el laconismo de Olimpia. Entonces dec�a: ��Qu� son las palabras? La mirada de sus ojos dice mas que toda la elocuencia de los hombres. �Puede , acaso, una hija del Cielo d�scender al c�rculo mezquino y obligarse a vulgares relaciones?!� El profesor Spalanzani parec�a regocijarse con la relaci�n entre su hija y Natanael. Daba a �ste indudables signos de quererlo bien, y cuando finalmente Natanael se atrevi� a insinuar un enlace con Olimpia, sonri� con todo su rostro y dijo que dejar�a a su hija una completa libertad de elecci�n. Animado por estas palabras y con el coraz�n anhelante, al d�a siguiente se decidi� a suplicar a Olimpia que expresara en claras palabras, lo que desde hac�a tiempo en amables miradas amorosas hab�a dicho, que ella quer�a ser suya para siempre. Busc� el anillo, que su madre le hab�a regalado al despedirse, y que �l quer�a dar a Olimpia como s�mbolo de su apasionamiento, ofreciendolo como s�mbolo de su en germen floreciente vida con ella. 84 Las cartas de Clara, Lothar le cayeron sobre la mano, indiferente las arroj� a un lado, encontr� el anillo, se lo meti� en el bolsillo y corri� a lo de Olimpia. Ya en la escalera, al llegar al rellano, oy� un estr�pito espantoso; parec�a que el estudio de Spalanzani estallaba. Una de patadas, estr�pito, una de choques - Golpes contra la puerta, entre medio de maldiciones e insultos: Deja - Deja - Infame - Loco! - �Quieres robar mi cuerpo y mi vida? - Ja Ja Ja- Esto no es lo que hab�amos convenido - yo, yo hice los ojos - yo el mecanismo - al diablo est�pido con tu trabajo del mecanismo - maldito perro hacedor de simples relojitos - vete al diablo - Satan - par�! - confeccionista de cart�n - bestia sat�nica - par�! - fuera! - dej�!!. Eran las voces de Spalanzani y del desagradable Coppelius. Natanel sacado de s� y tomado por una angustia sin nombre, se precipit� en la habitaci�n. El Profesor Spalanzani ten�a por los brazos una figura femenina, mientras que el italiano Coppola la ten�a por los pies, los contendientes tiraban violentamente para aqu� y para all� en completo furor disputando por su posesi�n. Retrocedi� completamente horrorizado cuando reconoci� la figura de Olimpia die Figur f�r Olimpia, luego con loca furia quiso sacarles a los contendientes su amada, pero en ese mismo instante Coppola, dotado de herc�lea fuerza, oblig� a su adversario a soltar las manos de la figura die Figur y le asest� con ella misma tan temible golpe que lo arroj� por el piso luego de dar contra una mesa llena de retortas, vasos, alambiques, cilindros; Luego Coppola carg� al hombro la figura die Figur y se fue por la escalera lanzando una pavorosa carcajada mientras se escuchaba que los pies de la figura iban golpeando y retumbando contra los escalones de la escalera. Natanael permaneci� helado - solo ahora claramente vi� que la cabeza muerta de Olimpia estaba sin ojos, con las cuencas como negros agujeros, ella era una mu�eca inanimada. Spalanzani se levant� del piso, fragmentos de vidrio le hab�an ocasionado heridas en la cabeza, en el pecho y en los brazos de las que corr�an peque�os arroyuelos de sangre. 85 Pero recuperando sus fuerzas dijo 'C�rre tras �l, corre tras �l, �que esper�s? Coppelius, Copelius me ha robado mi mejor aut�mata - Veinte a�os de trabajo - Cuerpo y vida puestos en ella - el trabajo de la maquinaria - el lenguaje - el paso - Mi - los ojos - los ojos robados a vos - maldito - condenado - Vete en busca de �l - tr�eme a Olimpia - aqu� tienes tus ojos! - Entonces vio Nataniel un par de ojos sangui�olientos que estaban en el suelo que lo miraban fijamente, Spalanzani los recogi� con su mano sana y los arroj� contra �l alcanz�ndolo en su pecho. Apenas sinti� su contacto; Nataniel pose�do de un acceso de locura, comenz� a gritar, expresando las cosas y los pensamientos m�s incoherentes: "!Hui... hui... hui! - Horno de fuego - horno de fuego! !Revu�lvete, horno de fuego! - divertido... divertido! - Muneca de madera, hui, bella mu�eca de madera, vu�lvete!�, y precipit�ndose sobre el Profesor, trat� de estrangularlo. Lo hubiera hecho si en aquel instante, al o�r el ruido, los vecinos no hubieran acudido y se hubieran apoderado de su persona; fue precise atarle fuertemente para evitar una desgracia. Segismundo, aunque era muy fuerte, apenas si pudo suetar al loco furioso. Mientras, gritaba, con una voz espantosa: "Mu�eca de madera, vu�lvete! y se puso a dar pu�etazos. Finalmente, entre varios hombres pudieron acercarse a �l, le sujetaron y le ataron. Sus palabras sonaban como si fueran los rugidos de un animal, de este modo fue conducido a un manicomio. �Detente, amable lector! Antes de continar refiri�ndote lo que le sucedi� al infeliz Nataniel, voy a decirte, pues me imagino que te interesar�s por el diestro mec�nico y fabricante de aut�matas Spalanzani, que �ste se restableci� en poco tiempo y fue curado de sus heridas. Mas apenas se hall� en estado de resistir el traslado a otro punto, le fu� preciso abandonar la Universidad, pues la historia de la que Natanael acababa de ser v�ctima, hab�a causado una completa irritaci�n general, por el hecho de haber introducido en razonables salones (a los que Olimpia hab�a hecho visitas con �xito) una aut�mata en medio de personas vivientes. Hab�a juristas que consideraban tanto m�s punible a�n el enga�o cuanto que estaba dirigido contra el Publikum p�blico y elaborado con tanta fineza que nadie (salvo algunos estudiantes astutos) hab�a notado nada aunque despu�s todo el mundo se alabara de haber tenido muchas sospechas. Aunque estos �ltimos no trajeran a la luz ning�n suceso de tal naturaleza. �Podr�a acaso por ejemplo resultar sospechoso que en un elegante t� contra toda norma Olimpia estornudara m�s de lo que bostezara?. En primer lugar opinaba el Elegante, se hubiese manifestado la cuerda del mecanismo oculto, etc, etc. El profesor de poes�a y ret�rica tom� una dosis de rap�, estornud� y dijo gravemente: "Honorables Caballeros y Damas! �no han reparado donde radica la madre del cordero? Todo es una Alegor�a, una completa Met�fora! - Comprendanme! - Sapienti sat! Pero muchos respetables hombres no se calmaron con ello. La historia del aut�mata hab�a echado profundas raices en sus almas y en los hechos se desliz� una horrorosa dsconfianza hacia las figuras humanas menschliche Figuren. Y entonces muchos, para alcanzar la convicci�n de que no amaban a ninguna mu�eca de madera exigieron que la amada cantara y bailara fuera de comp�s, que se detuviese a leer, que tejiese, que jugara con su perrito etc, etc, pero ante todo que no se limitase a oir sino que verdaderamente tuviese pensamientos y sentimientos. Muchos lazos amorosos se estrecharon a�n m�s, pero otros por el contrario se deshicieron f�cilmente. 'Verdaderamente no se puede seguir as�' dec�an unos y otros. En los salones de t� inauditamente se bostezaba y no se estornudaba para que no se encontrara esto sospechoso. Spalanzani debi�, como se dijo, huir para evitar un proceso criminal por haber enga�ado a la sociedad humana con una aut�mata. Coppola tambi�n se hab�a esfumado. Natanael se despert� como de un mal, horroroso sue�o, abri� los ojos y sinti� como si lo reanimara un sentimiento de bienestar infinito invadiendolo un calor dulce y celestial. Estaba en su cuarto, en la casa paterna, en su cama, Clara inclinada hacia �l, y sentados enfrente su madre y Lothar. 'Finalmente, finalmente, oh mi querido Natanael. Ya est�s salvado de una dif�cil enfermedad - ahora sos de nuevo m�o!' As� habl� clra directo al alma profunda y estrech� a natanael entre sus brazos. Pero mientras derramaba cristalinas l�grimas. El murmur� profundamente: 'Mi -Mi Clara!'. Siegmund que no hab�a querido abandonar a su amigo en medio de su graves necesidades, entr� en la habitaci�n. Natanael le estrech� la mano. 'T�, fiel amigo no me has abandonado!'. Todo rasgo de locura hab�ase borrado. Pronto se restableci� por medio de los cuidados de la madre, la amada, el amigo. La felicidad volvi� a reinar en la casa. Un viejo t�o del que nadie esperaba nada, hab�a muerto y hab�a dejado a la madre una casa cerca de la ciudad, con una nada despreciable herencia. Toda la familia se propon�a ir all�, la madre, Natanael con su Clara, con quien pensaba casarse y Lothar. Natanael estaba m�s amable que nunca, ani�ado, como hab�a sido antes, y se daba cuenta ahora del car�cter maravilloso, puro de Clara. Nadie recordaba yade los sufrimientos del pasado. S�lo cuando Segismund se desped�a de �l, Natanael dijo: "Por dios, hermano! Iba por el mal camino, pero justo a tiempo un �ngel me condujo por la buena senda! Ya lo creo, fue Clara.' Segismund no le permiti� seguir hablando, por temor a que fuera otra vez a inflamarse y ponerse furioso. Lleg� el tiempo en que los felices cuatro se dirigieron a la quinta. Al mediod�a iban atravesando las calles de la ciudad. Hab�a comprado algo. La alta torre de la municipalidad arrojaba su sombra sobre el mercado. "Ey, dijo Clara, subamos y miremos desde all� los alrededores!' Dicho y hecho. Los dos, Natanael y Clara, subieron, la madre fue con las compras a casa y Lothar, que no quiso subir una escalera tan extensa , quiso esperarlos abajo. All� fueron los dos amantes, brazo con brazo subiendo la alta galer�a de la torre y contemplando absortos los grandes �rboles, los bosques y las siluetas azules de las monta�as que parec�an una gigantesca ciudad. 'Mir� aquel arbusto que se mueve all� abajo, dijo Clara. natanael mec�nicamente hurg� en los bolsillos de su chaqueta, encontr� la Perspektiv los largavistas de Coppola y mir� lateralmente. - �Clara estaba delante del anteojo!' -Sinti� que su pulso se alteraba y la sangre herv�a en sus venas - P�lido como la muerte clav� fijamente su mirada sobre Clara, pero r�pidamente incandescentes y chispeantes r�os de fuergo a trav�s de los ojos desorbitados, rug�a horrorosamente como una bestia acosada. Luego salt� en el aire riendo y chillando en un tono ronco y feroz: 'Mu�eca de madera, vuelvete ... mu�eca de madera vuelvete' y con fuerza convulsiva atrap� a la joven queriendo tirarla. Pero Clara en un estado de angustia de muerte se aferraba a la balaustrada. Lothar oyendo los gritos, adivinando algo horrible intent� subir la escalera y se encontr� con que las dos puertas estaban cerradas. Clara se quejaba. Fuera de s� por la furia y la angustia se arroj� contra la puerta que finalmente se abri�. Se o�a la voz de Clara 'Ayuda, salvadme, salvadme'. Se perd�a la voz en el aire. Este loco la est� matando, se dijo Lothar. Tambi�n la puerta de acceso a la galeria estaba cerrada. La desesperaci�n le di� energ�as descomunales con las que hizo saltar la puerta. Clara poseida por el espanto, enmpujada por el loco Natanael sobre la balaustrada estaba a medias en el aire y aferrandose con una mano a la baranda. R�pido como un rayo tom� Lothar a su hermana y asest� un golpe en el mismo momento en el rostro a Natanael que solt� su presa y cay� al suelo. Lothar baj� con su hermana desmayada en sus brazos. Estaba salvada. Natanael entretanto corr�a como un energ�meno por la plataforma, saltando en el aire y gritando: 'Horno de fuergo, revuelvete - Horno de fuergo revuelvete'. Los hombres al escuchar los salvajes gritos se aproximaron, entre ellos Coppelius

 

 

[A nuestro entender una posibilidad de comparaci�n, contraste, interpretaci�n, lectura, despliegue de las dos versiones del p�rrafo fundamental del Schreber de Freud es la que efectua Lacan a partir del seminario sobre el hombre de los lobos y que luego retoma a lo largo de sus seminarios partiendo de un sector del cap�tulo VII de ese historial. Es desde tal acto de elecci�n-corte que Lacan elige desplegar un hito fundamental de su lectura de Freud.] 1) Sem 1, Sem 4, del 3 de Febrero de 1954 [Miller titula �Le moi et l�autre� Y pone como ep�grafes: �La resistencia y la transferencia. El sentimiento de la presencia. Verwerfung ≠ Verdr�ngung. Mediaci�n y revelaci�n. Las inflexiones de la palabra.�] [pag. 99 de la versi�n estenogr�fica] [pag. 49 versi�n Miller du Seuil] La �ltima vez llegamos a un punto en el que en suma nos pregunt�bamos: �cu�l es la naturaleza de la resistencia?. Hoy quisiera hacer algunas observaciones, inducirlos en un cierto modo de aprehension de un fen�meno tomado a nivel de la experiencia, en el momento en que algo, como iran a ver, por relaci�n a un cierto modo de tratar nuestro vocabulario, que tiene muchas facetas -lo que no quiere decir que tenga ambig�edad- yo quisiera hacerles ver de una cierta manera adonde podemos reconocer la fuente de lo que parece ser, en la experiencia orientada por el an�lisis, la resistencia. Han sentido bien la ambig�edad - y no solo la complejidad- de nuestra aproximaci�n en relaci�n a ese fen�meno que se puede llamar resistencia. En muchos testimonios, en muchas formulaciones de Freud pareciera que la resistencia emanara de lo que est� para revelarse, de lo que se llama en otros t�rminos lo reprimido, lo verdr�ngt, incluso lo unterdr�ckt. Los primeros traductores tradujeron unterdr�ckt por sofocado �touff�, lo cual es muy flojo. �Acaso es lo mismo lo verdr�ngt que lo unterdr�ckt? No entraremos en estos detalles. Lo haremos s�lo cuando hayamos empezado a aprehender, a ver establecerse las perspectivas, las distinciones entre estos fen�menos. ...... ...... [pag. 109 version estenogr�fica] [pag. 53 de la versi�n Miller du Seuil] Para quienes asistieron a mi comentario sobre El hombre de los lobos -ahora ya tan lejano, hace ya a�o y medio- quisiera recordarles algunos puntos particularmente impactantes de este texto. Cuando arribamos al momento en que Freud aborda la cuesti�n del complejo de castraci�n en su paciente -que es algo que surge, emerge, en diferentes lugares de la observaci�n, pero que evidentemente est� en una relaci�n funcional extremadamente particular con la estructuraci�n de este sujeto- Freud se formula (y nos formula) algunas cuestiones. Por ejemplo la siguiente: en cierto momento, en el que en este sujeto entra en cuesti�n la angustia de castraci�n, vemos aparecer toda una serie de s�ntomas, que se situan sobre el plano al que com�nmente llamamos anal; toda suerte de manifestaciones intestinales y al final de cuentas la cuesti�n que plantea es �sta: nosotros interpretamos todos estos s�ntomas en el registro de lo que se llama la concepci�n anal de las relaciones sexuales, es decir en el registro de una cierta etapa de la teor�a infantil de la sexualidad. �C�mo es esto? Dado el hecho mismo que la castraci�n haya entrado en juego en este momento, algo que es evidentemente muy singular, �l nos explica esto: cuando el sujeto devino, por intermedio de diferentes elementos, en el primer rango de los cu�les sit�a la maduraci�n, a una primera maduraci�n infantil o premaduraci�n infantil, a la que el sujeto adviene en ciertas etapas, estando maduro para realizar, al menos parcialmente, una estructuraci�n m�s espec�ficamente genital de la relaci�n interpersonal de sus padres- �l nos dice esto: los mecanismos (est� aqu� la observaci�n) que entran en juego para que el sujeto rehuse la posici�n homosexual que es la suya en esa relaci�n, en esta realizaci�n de la situaci�n ed�pica, el sujeto rehusa, rechaza rejette (la palabra alemana es �verwirft�) todo lo que es de este plano, precisamente del plano de la realizaci�n genital. Retorna a su verificaci�n anterior de esta relaci�n afectiva, se repliega sobre las posiciones de la teor�a anal de la sexualidad. En otros t�rminos, esto de lo que se trata es algo que incluso no es una represi�n en el sentido de algo que habr�a sido realizado sobre un cierto plano y luego es rechazado repouss�. Una represi�n, dice Freud, es otra cosa que pasar abajo. Eine Verdr�ngung ist etwas anderes als eine Verwerfung. Y en la traducci�n francesa que tenemos, debida a personas cuya intimidad con Freud tal vez habr�a debido iluminar -pero sin duda no basta haber portado una reliquia de una personalidad eminente para estar autorizada a convertirse en su guardiana...! [l�ase Princesa Marie Bonaparte]- se traduce: �Una represi�n refoulement es algo distinto a un juicio un jugement que rechaza y elige qui rejette et choisit. �Por qu� traducir Verwerfung por juicio? Es dif�cil de traducir, estamos de acuerdo, y sin embargo la lengua francesa... [Recordemos la versi�n castellana de Lopez Ballesteros del mismo p�rrafo (pag. 1984, T. II, ed. Biblioteca Nueva) : �Una represi�n es algo muy distinto de un juicio condenatorio�.] [La versi�n de Amorrortu: �Una represi�n es algo diverso de una desestimaci�n�. (Aunque la traducci�n no es buena ayuda el que esta versi�n ponga las palabras alemanas entre par�ntesis] SR. HYPPOLITE: �Rechazo? Rejet? S�, rechazo rejet. E incluso en la ocasi�n rehusamiento refus. �Por qu� introducir s�bitamente all� un juicio? �Esa es la teor�a del juicio? En cuanto a la cuesti�n de la verdad aproximada con la que jugamos ac�, a saber que la introducci�n brusca del juicio, en un nivel donde en ninguna parte hay huella alguna de un Urteil, nada de tal cosa en este par�grafo!. Nada de tal cosa en ese par�grafo de Freud! Hay Verwerfung. M�s lejos, tres p�ginas m�s adelante, en la l�nea 11, despu�s de la elaboraci�n de las consecuencias de esta estructura, ubica las cosas para concluir y nos dice: ...kein Urteil �ber seine... Es la primera vez que Urteil aparece en el texto y es para cerrar un p�rrafo. Pero en el p�rrafo al que nos referimos antes no hay juicio alguno. �No se ha emitido juicio alguno acerca de la existencia del problema de la castraci�n�. ...aber es war so gut, pero eso est� ah�, als ob sie nicht existierte, como si no existiera. Creo que en el orden de la pregunta que nosotros planteamos, sobre qu� es la resistencia, sobre qu� es la represi�n, esta importante articulaci�n nos indica que en el origen para que incluso la represi�n sea posible, es preciso que exista otra cosa, un m�s all� de la represi�n, algo �ltimo, ya constituido primitivamente, un primer n�dulo de lo reprimido, que no s�lo no se confiesa sino que, por que no se formula, literalmente es �como si no existiese� (aqu� solamente sigo a Freud). Y sin embargo, en cierto sentido, se halla en alguna parte puesto que -Freud nos lo dice constantemente- es el n�cleo de lo reprimido, es el centro de atracci�n que llama hacia s� a todas las represiones ulteriores. Si esto no est� dicho a prop�sito de la resistencia, est� sin embargo dicho bajo muchas formas. Dir�a que constituye la esencia misma del descubrimiento freudiano. A saber, que al fin de cuentas no hay necesidad alguna de recurrir a una predisposici�n innata, a�n cuando �l la admita en la ocasi�n como un cuadro general, simplemente que en principio �l no se sirve jam�s de eso para explicar c�mo se produce una represi�n de tal o cual tipo, ya sea hist�rica u obsesiva. Lean Neue Bemerkungen �ber Abwehr-Psychoneurosen, el segundo art�culo de 1896 sobre las psiconeurosis de defensa. Si la represi�n toma ciertas formas es en raz�n de la atracci�n del primer n�cleo de lo reprimido que en ese momento se debe a una cierta experiencia a la que Freud llama �la experiencia original traum�tica�. Cuesti�n a retomar a continuaci�n: �qu� quiere decir trauma? Ha sido necesario que la relativicemos de una manera particular y la cuesti�n de lo imaginario... Todo esto es interesante. Pero ese n�cleo primitivo es algo que se sit�a m�s all� de las etapas y los avatares de la represi�n. De alguna manera es su fondo y su soporte. Suspendo un instante este tema del �hombre de los lobos�. Volveremos sobre ello porque en la estructura de lo que le sucede al hombre de los lobos ese momento completamente singular de la Verwerfung de la realizaci�n de la experiencia genital, es algo que tiene una suerte completamente particular y que Freud mismo en la continuidad del texto la diferencia de todas las otras. Ahora bien, cosa singular que ese algo que est� de alguna manera excluido de todo lo que es la historia del sujeto, de todo lo que el sujeto es capaz de decir -porque al fin de cuentas es uno de los resortes de esta observaci�n- fue necesario el forzamiento de Freud, verdaderamente fue necesaria la t�cnica empleada por Freud para que se llegue al final, a saber, para que la experiencia repetida del sue�o infantil tome su sentido y permita no la revivicencia sino la reconstrucci�n de la historia del sujeto de una manera directa. Nosotros iremos a ver si algo - y qu�- ha aparecido en la historia del sujeto. Lo suspendo por el momento. Tomemos las cosas por otra punta de lo que Freud nos ha ense�ado a ver, tomemos la Traumdeutung. Y la parte consagrada a los procesos on�ricos, a los Traumvorg�nge. La primera parte, donde nos da, consiente en relatar lo que se desprende de todo lo que ha elaborado en el curso de este libro, que es fundamental, este cap�tulo comienza por esta frase magn�fica: �Es muy dif�cil dar cuenta mediante una descripci�n de una sucesi�n...� porque �l retoma una vez m�s, reelabora todo lo que ha explicado sobre el sue�o: �...la simultaneidad de un proceso complicado y al mismo tiempo abordar cada nueva exposici�n sin una idea preconcebida.� [Aqu� hay algo extra�o, podr�a ser que por un equ�voco de Lacan se hayan mezclado una frase del cap VII del hombre de los lobos con frases del cap�tulo VII �Psicologia de los procesos on�ricos� de la Traumdeutung, salvo que fuese una extra�a coincidencia. Porque en el comienzo del texto del hombre los lobos, Cap. VII �Er�tica anal y complejo de castraci�n� Freud expresa: Diese sonst nicht schwierige Arbeit findet eine nat�rliche Grenze, wo es sich darum handelt, ein vieldimensionales Gebilde in die Ebene der Deskription zu bannen. �Por lo dem�s este trabajo no demasiado dif�cil encuentra un l�mite natural en el hecho de tratar de pasar al plano de la descripci�n una formaci�n pluridimensional.� La traducci�n de Lopez Ballesteros, pag. 1979, T. II, ed. Biblioteca Nueva: �Esta labor, no excesivamente dif�cil por lo dem�s, encuentra un l�mite natural al tratarse de concentrar en el plano de la descripci�n un producto multidimensional.� Versi�n Amorrortu, pag. 67 Tomo XVII: � Este trabajo, no dif�cil en lo dem�s, encuentra un l�mite natural donde se trata de confinar en el plano de la descripci�n una figura multidimensional�.] Esta frase representa las dificultades mismas que yo tengo tambi�n aqu� para retomar sin cesar el problema que est� siempre presente en nuestra experiencia y que es preciso bajo diversas formas, arribar a recrearla cada vez bajo un �ngulo nuevo y que parece aislado. �Qu� nos dice Freud en la primera parte del estudio de los procesos del sue�o, es decir a nivel de ese cap�tulo donde habla del fen�meno del olvido? Es preciso leer estos textos. Es necesario hacerse el inocente cada vez. Verdaderamente hay algo en este cap�tulo, un progreso donde sentimos, donde tocamos con los dedos algo verdaderamente muy singular. A prop�sito del olvido del sue�o y de su sentido, a prop�sito de todas las objeciones que se pueden efectuar sobre la validez valabilit� del recuerdo del sue�o: �qu� es lo que es el sue�o? �Es exacta la reconstituci�n que hace de eso el sujeto? �Tenemos garant�a alguna de que no sea agregado algo que podr�amos llamar una verbalizaci�n ulterior? �No es que todo sue�o no es m�s que una suerte de cosa instant�nea a la cual la palabra del sujeto liga toda una historia? Freud descarta todo esto y m�s, descarta todas las objeciones mostrando que no son fundadas y mostrando que no es ese el asunto, mostrando m�s y m�s esta cosa completamente singular de que en suma m�s el texto que el sujeto suministra es incierto, m�s significativo es. Que es en la duda misma que el sujeto plantea sobre ciertas partes del sue�o que �l atiende y escucha lo que est� aqu� para revelar su sentido, se vera que justamente es esta la parte importante. Es porque el sujeto duda que es preciso estar seguro. Pero a medida que el cap�tulo avanza, el procedimiento se afina a un punto tal que en el l�mite casi, el sue�o m�s significativo ser�a el sue�o casi completamente olvidado sobre el cual el sujeto no podr�a decir nada. Las cosas van tan lejos como eso porque al fin de cuentas es aproximadamente eso lo que Freud dice: �Frecuentemente uno puede reencontrar por medio del an�lisis todo lo que el olvido ha perdido. En toda una serie de casos algunos restos stehengebliebenen Brocken permiten reencontrar no el sue�o, lo cual es accesorio, sino los pensamientos del sue�o.� [Versi�n Amorrortu: 'Todo lo que el olvido carcomi� en el contenido del sue�o a menudo puede ser rescatado por el an�lisis; al menos en toda una serie de casos es posible, desde un s�lo jir�n que qued� en pie, descubrir, no por cierto el sue�o -pero ello nada importa- sino los pensamientos on�ricos'. ...pero muestra tambi�n que en el olvido del sue�o no ha faltado un prop�sito hostil [vale decir, generado por la resistencia] ] [Alles, was das Vergessen am trauminhalt gekostet hat, kann man oft durch die Analyse wieder hereinbringen; wenigstens in einer ganzen Anzahl von F�llen kann man von einem einzelnen stehengebliebenen Brocken aus zwar nicht den traum -aber an dem liegt ja aunch nichts-, doch die traumgedanken alle auffinden. ...da� beim vergessen des Traums eine feindselige [d.h. vom Widerstand ausgehende] Absicht nicht gefehlt hat.] �Algunos restos� justamente es lo que les digo. No resta m�s nada. �Pero qu� es lo que le interesa? Evidentemente aqu� caemos sobre esos �pensamientos del sue�o Traumgedanken� Y cada vez que hablamos del t�rmino �pensamiento� no hay nada m�s dif�cil de manejar para la gente que ha aprendido psicolog�a, y como nosotros hemos aprendido psicolog�a, estos pensamientos van a devenir algo a lo que dan vuelta sin cesar la gente habituada a pensar... Pero quizas respecto de �estos pensamientos del sue�o� estamos suficientemente esclarecidos por toda la Traumdeutung como para darnos cuenta que no es totalmente lo que se piensa cuando se hacen estudios (sobre la fenomenologia del pensamiento, pensamiento sin im�genes o con im�genes...etc esas cosas que nosotros llamamos corrientemente pensamiento) puesto que esto de lo que se trata todo el tiempo es de un deseo. Y dios sabe que a ese deseo nosotros lo hemos aprendido a percibir en el curso de esta b�squeda como un singular anillo al que vemos aparecer y desaparecer a trav�s de una especie de juego del anillo que pasa de mano en mano y al fin de cuentas no sabemos nunca si eso va a situarse del lado inconsciente o del lado consciente. Ese deseo guarda a�n algunas cuestiones y despu�s de todo alg�n misterio, porque al fin de cuentas cuando uno mira de cerca el deseo del que se trata, no plantea nada menos que la cuesti�n que nosotros hab�amos planteado al final de nuestra �ltima sesi�n: �El deseo de qui�n? Y sobre todo �de qu� falta? Pero lo importante es lo que vemos aqu�. Y lo que vemos aqu� asimismo est� ilustrado por un ejemplo, no tomo m�s que �ste, a nuestro alcance en una peque�a nota que extrae de las Vorlesungen (Lecciones de Introducci�n al psicoan�lisis). [La Traumdeutung especifica que se trata de un agregado efectuado en 1919] Freud nos habla de una enferma a la vez esc�ptica y muy interesada por �l que despu�s de un sue�o muy largo en el curso del cual algunas personas le hablan de su libro sobre el Witz (el chiste) y le hablan bien. Y todo esto -ustedes ven como es aqu� manifiesto- no parece arrojar cosas de una gran riqueza. Enseguida es cuesti�n de algo y todo lo que resta del sue�o es esto: �...canal, quizas otro libro donde hay esta palabra canal, algo donde es cuesti�n de canal... ella no lo sabe ... todo es completamente obscuro�. Freud toma esto como ejemplo de un an�lisis de sue�o. Resta �canal� y no se sabe a qu� se refiere eso, ni de donde viene ni adonde va, quizas se trata de un libro, quizas de otra cosa pero no se sabe qu�. Y bien �es eso lo que es lo m�s interesante� dice �l, cuando uno tiene que v�rselas no solamente con un peque�o resto sino con un peque�o resto que tiene alrededor un aura de incertidumbre. �Qu� es lo que arroja esto? (Lo que voy a decirles no es lo m�s interesante pero da toda la historia). Es que al d�a siguiente (no el mismo d�a) ella cuenta que ha tenido una idea que se liga con todo esto y es precisamente un chiste: en una traves�a de Dover a Calais, un conocido escritor y un ingl�s, en el curso de la conversaci�n el ingl�s cita un dicho c�lebre: �de lo sublime a lo rid�culo no hay m�s que un paso�. El escritor responde: �Si, el Pas de Calais� (lo que no es particularmente gentil para su interlocutor). Ahora bien el Pas-de-Calais es el Canal de la Mancha, uno vuelve a encontrar �canal� all� �y al mismo tiempo qu�? Es preciso verlo bien, eso tiene la misma funci�n que ese surgimiento en el momento de la resistencia, evidentemente se trata de esto: la enferma esc�ptica ha debatido largamente respecto del m�rito del libro de Freud sobre el chiste. Se trata de que despu�s de su discusi�n y en el momento en que su convicci�n, su discurso vacila... no sabe m�s adonde ir. En ese momento aparece exactamente el mismo fen�meno -como dec�a el otro d�a Mannoni, y su expresi�n me pareci� muy feliz, hablaba como partero: �la resistencia se presenta por el costado transferencial�. [Observar con detenimiento la cuesti�n de la resistencia] �De lo sublime a lo rid�culo, no hay m�s que un paso�, es el punto en que el sue�o se engancha al auditor (esto es, Freud); evidentemente �canal� no es mucho pero despu�s de las asociaciones hay all� algo que es indiscutible. Despu�s de este peque�o ejemplo quisiera tomar otros y debo decir que si extendi�ramos nuestra investigaci�n, ver�amos cosas muy singulares, en particular la estrecha conexi�n manifestada por todo este cap�tulo, porque dios sabe que Freud es sensible en su agrupamiento de los hechos. No es por azar que las cosas vienen a agruparse en ciertos cap�tulos. Por ejemplo cuantas veces sucede en el momento en que el sue�o toma cierta orientaci�n, suceden en el sue�o fen�menos que son fundamentalmente de orden lingu�stico, una falta de lenguaje que comete el sujeto, con plena consciencia en el sue�o mismo de que se trata de una falta de lenguaje, donde un personaje interviene para corregirlo o para hacerle remarcar la falta. Poniendo esto en acuerdo, en armon�a con ese momento, ese fen�meno de la adaptaci�n a algo del discurso y una adaptaci�n en un punto cr�tico, una adaptaci�n que se realiza no solamente mal sino que se desdobla bajo nuestros ojos. Por el momento dejemos de lado esto. Tomemos sin embargo (lo he encontrado esta ma�ana un poco por azar) una cosa c�lebre que Freud public� en 1898, el primer cap�tulo de la Psicopatologia de la Vida Cotidiana. Freud se refiere, a prop�sito del olvido de nombres, al problema que ha tenido un d�a en relaci�n con un interlocutor en un viaje, para evocar el nombre del autor del c�lebre fresco de la Catedral de Orvieto, que como ustedes saben es una vasta composici�n que manifiesta los fen�menos esperados para el fin del mundo y todo lo que gira alrededor de la aparici�n del Anticristo. Esto de lo que se trata y que quiere evocar, el nombre del autor de este fresco, es Signorelli y no se le ocurre. Otros nombres acuden en su lugar, es este no es este, se le ocurren Botticelli, Boltraffio, pero no llega a evocar Signorelli. Lo encuentra gracias a un procedimiento anal�tico. Lo hace a continuaci�n y lo toma como ejemplo de su b�squeda y he aqui lo que eso arroja: ese peque�o fen�meno no surge as� como as� de la nada, est� inserto en un [con]-texto que est� en relaci�n con una conversaci�n que est� manteniendo con un se�or y lo que se ve en los antecedentes es muy interesante. Est�n yendo en ese momento de Ragusia hacia el interior de la Dalmacia. Casi est�n a nivel del l�mite del imperio austroh�ngaro, en Bosnia-Herzegovina. Y esa palabra, Bosnia, viene a prop�sito de cierto n�mero de an�cdotas, y Herzegovina tambi�n, pues algunas observaciones refieren a la disposici�n particularmente simp�tica de cierta clientela musulmana por relaci�n a una cierta perspectiva primitiva, a esta manera extremadamente decente en esa gente completamente integrada al estilo de la cultura isl�mica. Como frente al anuncio por parte del m�dico de una muy mala nueva, por ejemplo que la enfermedad es incurable (el interlocutor de Freud parece ser en efecto un m�dico que tiene una pr�ctica en esa regi�n ), la gente, que ha dejado manifestar cierto sentimiento de hostilidad respecto del m�dico, y dirigiendose a continuaci�n a �l le dicen: �Herr, si hubiera habido alguna cosa para hacer, usted seguramente hubiera sido capaz de hacerla�. Entonces, en presencia de algo que es preciso aceptar aparece la actitud muy cort�s, medida, respetuosa respecto del m�dico llamado �Herr� en alem�n. Todo esto forma el fondo sobre el cual se establece a continuaci�n la conversaci�n, y el hecho es que, Freud dice que a partir de cierto momento su atenci�n fue llevada hacia otra parte, incluso cuando �l contaba la historia, estaba pensando en otra cosa. Y esta otra cosa le hab�a sido acercada por la historia m�dica, por esta actitud de estos clientes tan simp�ticos y por algo que le hab�a venido al esp�ritu sobre dos temas: por una parte sobre el hecho del precio que �l sab�a daban estos pacientes, especialmente isl�micos, a todo lo referente a las funciones sexuales, �l literalmente le hab�a escuchado a uno de ellos decir : �si eso no va m�s, la vida no vale la pena ya de ser vivida�, a un paciente que lo hab�a consultado por perturbaciones de la potencia sexual. Por otra parte �l lo hab�a evocado en uno de los lugares donde hab�a parado en su traves�a, donde se hab�a enterado de la muerte de uno de sus pacientes al que hab�a tratado durante mucho tiempo. Es decir, algo de lo que uno no se entera sin cierta conmoci�n, nos dice. No hab�a querido comunicar estas cosas a su interlocutor porque no estaba muy seguro de su valorizaci�n en lo atinente a los procesos sexuales. Por otra parte expresamente no hab�a detenido su pensamiento sobre el asunto de la muerte de su paciente. Dice que hab�a retirado toda su atenci�n de lo que estaba en tren de decir. Y Freud hace un peque�o dibujo (uds. puede reportarse a ese texto, hay un dibujo muy lindo en la edici�n de Imago) donde escribe todos los nombres: Botticelli - Boltraffio - Herzegovina - Signorelli... y abajo los pensamientos reprimidos refoul�es, el sonido �Herr�, la cuesti�n /muerte y sexualidad los Verdr�ngte Gedanken/... Y de alguna forma el resultado es de alguna manera lo que resta: la palabra �Signor� ha sido atraida por el �Herr� (esas gentes que se expresan tan bien) - �Traffio� ha sido atraido por el hecho de que en Trafoi hab�a recibido el choc de la mala nueva concerniente a su paciente. Y si de alguna manera ha podido reencontrar, en el momento en que su discurso intenta reencontrar el nombre del personaje que hab�a pintado los frescos de Orvieto, es lo que resta disponible, estando dado que un cierto n�mero de elementos radicales hab�an sido atraidos por lo que se llama lo reprimido refoul�, las ideas concerniente a las historias sexuales de los musulmanes y por otra parte al tema de la muerte. �Qu� quiere decir esto? Lo reprimido no estaba tan reprimido que digamos, puesto que a continuaci�n encuentra lo reprimido del discurso del que no ha hablado a su compa�ero de viaje. Pero al fin de cuentas todo ocurre en efecto como si estas palabras, estos vocablos constituyesen palabras porque tienen una vida de palabras individuales - estas palabras constituyen la parte del discurso que Freud ten�a verdaderamente para decir. Y �l nos lo dice bien, a partir de este momento, �es lo que no he dicho�, pero lo que lo que no ha dicho en el fondo es igualmente lo que comenzaba �l mismo a decir, es eso lo que le interesaba, es eso que estaba presto a decir a su interlocutor y por no haberlo dicho �qu� ha quedado a continuaci�n en su conexi�n con este mismo interlocutor? Solamente han quedado restos, pedazos, deshechos, si se puede decir, de esta palabra. �Es que ustedes ven aqu� cuan complementario es el fen�meno que ocurre al nivel de la realidad en relaci�n al que ocurre a nivel del sue�o? A saber, �cuanto de aquello a lo que asistimos tiene relaci�n con una palabra ver�dica?. Porque al fin de cuentas de qu� se trata en ella si no del absoluto del que habla, a saber, de la muerte que est� aqu� presente y que es lo que Freud nos dice que ha preferido no afrontar y no simplemente en raz�n de su interlocutor. Y dios sabe si el problema de la muerte para el m�dico no es vivido tambi�n como un problema de dominio maitrise. Tambi�n en este asunto ha perdido. Igualmente es siempre as� como sentimos la p�rdida del enfermo, especialmente cuando lo hemos tratado largo tiempo. Y bien, es esto lo que decapita exactamente a �Signorelli�, porque todo se concentra alrededor de la primera parte de ese nombre, por toda su resonancia sem�ntica, es en la medida en que la palabra no es dicha, donde la palabra puede revelar el secreto m�s profundo del ser de Freud, es en la medida en que ella no es dicha que �l ya no puede engancharse al otro m�s que con los restos de esta palabra, ten�a algo de lo que ya no hay m�s que restos. El fen�meno del olvido es aqu�, manifiesto en algo que literalmente es la degradaci�n de la palabra en su relaci�n con el otro. Y es aqu� adonde quiero llegar a trav�s de todos estos ejemplos, a esta significaci�n ambigua -ustedes ver�n que la palabra es v�lida- a esta significaci�n ambigua y esto en la medida en que es precisamente en la medida que la confesi�n del ser en el sujeto no arriba a su t�rmino que se produce algo por lo que la palabra se ve llevada literalmente enteramente sobre la vertiente en que ella se engancha con el otro. Digo ambigua porque bien entendido esto no es ajeno a su esencia de palabra, si puedo decirlo, el enganchar con el otro. La palabra precisamente es exactamente esto: mediaci�n, y es sobre todo esto que les he ense�ado hasta el presente, mediaci�n entre el sujeto y el otro. Y bien entendido esta mediaci�n implica la realizaci�n del otro en la mediaci�n misma, a saber, que es un elemento esencial de esta realizaci�n del otro el hecho de que la palabra pueda unirnos a �l. Es la faceta sobre la cual he insistido siempre porque es sobre ella que nosotros nos desplazamos sin cesar. Pero por otra parte esta palabra -lo subrayo- en la perspectiva de Freud (no podemos llamarla expresi�n. Este verano escrib� a prop�sito de la �funci�n y campo de la palabra� sin poner, e intencionadamente, el t�rmino �expresi�n). Es imposible no ver que toda la obra de Freud se despliega en el sentido de la revelaci�n y no de la expresi�n. El inconsciente no est� expresado si no por deformaci�n, mediante Entstellung, por medio de distorsi�n, por medio de transposici�n. En todos los sentidos del descubrimiento freudiano hay algo a �revelar�. Es en relaci�n a esta otra faceta de la palabra que es la revelaci�n, en la medida en que la palabra no se dice se produce precisamente eso a lo que llamamos resistencia y que es justamente de lo que hoy buscamos el sentido mismo. [Creo que a esto s�lo es posible desplegarlo via Wittgenstein y su famosa oposici�n entre decir y mostrar.] O como lo escribe muy curiosamente al final de un art�culo que es una de las cosas a la vez m�s horribles que puede haber y a la vez es tan inocente y c�ndido, el art�culo de Richard Sterba que se llama �el destino �Das Schicksal� que centra toda la experiencia anal�tica alrededor del desdoblamiento del ego, del cual una parte va a venir en nuestra ayuda contra la otra que va en el sentido contrario, al final no puede salir de eso. Est� aqu� todo lo que viene a la palabra, lo que empujado hacia la palabra. En tanto hay algo que vuelve fundamentalmente imposible este advenimiento de la palabra, �ste es el punto resorte, el punto pivote esencial alrededor, es que en el an�lisis la palabra bascula enteramente sobre su funci�n de relaci�n al otro y todo es del nivel donde se produce el enganche al otro. [Trabajar con Traumdeutung y con Psychopathologie] I Vergessen von Eigennamen den h�ufigen Fall des zeitweiligen Vergessens von Eigennamen nicht nur vergessen, sondern auch falscherinnert. Ersatznamen Verschiebung da� diese Verschiebung nicht psychischer Willkur �berlassen ist, sondern gesetzm��ige und berechenbare Bahnen einh�lt. a) Der Grund f�r das Entfallen des namens Signorelli... Entfallen, wegfallen, weglassen [La importancia del das Entfallen, en relaci�n al concepto jur�dico, perteneciente al conjunto sem�ntico al que pertenece forclusi�n] einen zweite Anekdote Sexualgenu� Verzweilung bei Sexualgenu� vs Resignation bei Todesgefahr Ich unterdr�ckte die Mitteilung dieses charakteristischen Zug. Ich lenkte meine Aufmerksamkeit auch von der Fortsetzung der gedanken ab Ich mu� den Einflu� eines Motive bei diesen Vorgang anerkennen. Unterbrechung der Mitteilung Ich wollte also etwas vergessen, ich hatte etwas verdr�ngt. Abneigung und F�higkeit zu erinnern Reunion del 18/09/00 Traumdeutung Kap. VII Das Vergessen der Nabel des Traums, el ombligo del sue�o Aus einer dichteren Stelle dieser Geflechter erhebt sich dann des traumwunsch wie der Pilz aus seinem Mycelium In den bestgedeuten Tr�umen mu� man oft eine Stelle im Dunkel lassen... �Al reconstruir el sue�o desde la interpretaci�n se sigue sosteniendo esa estructura? Las dos dimensiones de Wittgenstein del decir y el mostrar pueden ayudar a sostener esas dos dimensiones de la Urverdr�ngung y la Verdr�ngung o de la Verdr�ngung y de la Unterdr�ckung o de la Verwerfung? Parece inspirarse directamente en ello Lacan al hablar de dos dimensiones del inconsciente, el de expresarse y el de mediaci�n. Porque la dimensi�n de la expresi�n supone que el sujeto no est� vuelto sobre el modo como se encuentra vuelto hacia el otro. Se vuelve sobre ello cuando hay una ca�da de la otra dimensi�n. Este proceso es lo que hemos puesto en relaci�n con lo que quiebra el nombre. El quiebre del nombre supone una operaci�n que desdobla los lugares de la Verdr�ngng y de la Unterdr�ckung o Verwerfung.

 

 

DIE VERNEINUNG. LA DENEGACIÓN

POUBELLICATION N� 4,

Buenos aires, octubre de 1993. Sección: Traducción.

Texto en alemán y traducción castellana (traductor Adrian Ortiz)del artículo de Freud "Die Verneinung" "La denegación".

 

El modo en que nuestros pacientes suministran sus asociaciones durante el trabajo analitico es ocasion de efectuar algunas interesantes observaciones. "Ahora Ud. va a pensar que quiero decirle algo ofensivo, pero realmente no tengo esa intencion". Comprendemos. se trata de la repulsa mediante proyeccion, de una asociacion lisa y llana en tren de surgir. O bien: "Ud. pregunta quien puede ser esta persona del sueño. No es mi madre". Nosotros rectificamos: "Entonces, es la madre". En la interpretacion nos tomamos la libertad de prescindir de la significacion de la denegación y tomamos en consideracion exclusivamente el contenido de la asociación. Es decir, es como si el paciente hubiese dicho: "Ciertamente he asociado con esta persona del sueño a mi madre, pero no me produce el menor placer admitir dicha asociacion". En ocasiones puede conseguirse de un modo muy cómodo un rebuscado esclarecimiento de lo reprimido inconsciente. Se pregunta: "�Que es lo que Ud. considera como lo mas inverosímil en tal situacion? �Que es lo que Ud. opina es lo mas alejado de ella?". Si el paciente cae en la celada y nombra eso -aquello que de acuerdo a lo que puede pensar, es lo mas alejado de lo que se trata- habrá admitido así aquello de lo que verdaderamente se trata, casi siempre. Una bonita analogia de esta prueba se produce frecuentemente en el neurotico obsesivo que ya ha sido introducido a una cierta comprensión de sus síntomas. "He tenido una nueva representacion obsesiva. Inmediatamente he asociado al respecto que podria significar lo siguiente. Pero no, eso no puede ser verdad porque si no, no se me podríaa haber ocurrido". Aquello con lo que pretende desbaratar la cura. es, naturalmente, el verdadero sentido de la nueva representacion compulsiva. Un contenido de pensamientos o representaciones reprimido, puede abrirse paso entonces. hacia la conciencia, bajo la condición de que sea pasible de denegación. La denegacion es un modo de tomar conocimiento de lo reprimido, esto es, se trata verdaderamente de una cancelacion de la represión pero, por cierto, sin admision de lo reprimido. Se ve aqui como se diferencian la función intelectual del proceso afectivo. Con ayuda de la denegacion se deshace sólo una de las consecuencias de los procesos de la represion, aquella que impedia llegar a la consciencia a ciertos contenidos de representaciones. De ello resulta un modo de admision intelectual de lo reprimido con mantenimiento de lo esencial de la represion. En el transcurso del trabajo analitico se produce frecuentemente otra modificacion muy importante y sorprendente de esta misma situación. Logramos incluso vencer la denegación e imponer una completa admision intelectual de lo reprimido y sin embargo con ello no ha sido cancelado el proceso de represion propiamente dicho. Las anteriores observaciones acerca del origen psicológico de la funcion del juicio intelectual nos han conducido a la concepción de que su tarea consiste en la afirmacion o denegación de un contenido de pensamiento. En el fondo, denegar algo en el juicio implica: "Esto es algo que desearía poder reprimir". La condena es el sustituto intelectual de la represión , su "No" una marca de la misma, un certificado de origen, algo asi como el "Made in Germany". Por medio del símbolo de la denegación el pensar se libra de las restricciones de la represion y se enriquece con contenidos de los que no puede prescindir en su tarea. La funcion del juicio tiene que efectuar esencialmente dos decisiones. Debe adjudicar o negar a una Cosa (Ding) una propiedad, y debe conceder o impugnar a una representación la existencia en la realidad. La propiedad sobre la cual tiene que decidir puede haber sido, originalmente, buena o mala, provechosa o perjudicial. En el lenguaje de las más antiguas mociones pulsionales orales: "Esto lo quiero tragar o lo quiero expulsar" y en una posterior transposición: "Esto lo quiero incorporar a mi o a esto lo quiero excluir de mi". El primitivo Yo-Placer desea introyectarse todo lo bueno -como lo he expuesto en otra parte- y arrojar fuera de si todo lo malo. Lo malo, lo ajeno al yo, lo situado fuera, son al principio idénticos para él. La otra de las decisiones de la funcion del juicio, aquella que gira alrededor de la real existencia de una Cosa (Ding) representada, es un interes del Yo-Real definitivo, desarrollado a partir del Yo-Placer inicial (Prueba de realidad). No se trata entonces de si algo percibido de una Cosa (Ding) debe ser incorporado o no al Yo, sino de si algo existente en el Yo como representacion puede ser también reencontrado en la percepcion (realidad). Esta es, como se ve, nuevamente una cuestion de afuera y dentro. Lo No real (Nichtreale), meramente representado, subjetivo esta sólo dentro, lo otro, real, tambien se encuentra en el afuera. En este desarrollo ha sido dejada de lado la consideración del principio del placer. La experiencia ha enseñado que no sólo es importante el hecho de que una Cosa (Ding) (objeto de satisfacción) posea una propiedad "buena", obteniendo así la admision en el Yo, sino que tambien es importante si está en el mundo exterior, de modo que pueda apoderarse de ella de acuerdo con la necesidad. Para comprender este desarrollo debe recordarse al respecto que todas las representaciones proceden de las percepciones, que son repeticiones de las mismas. Entonces, en el origen, la mera existencia de la representacion ya es una garantia de la realidad de lo representado. La oposicion entre lo subjetivo y lo objetivo no existe desde el comienzo. Se establece por primera vez cuando el pensar posee la posibilidad de hacer presente nuevamente algo que alguna vez fue percibido, mediante la reproduccion en la representacion. sin que fuese preciso que el objeto subsista en el afuera. El fin primero y más próximo de la prueba de realidad no es entonces encontrar en la percepcion real el objeto correspondiente a lo representado, sino volverlo a encontrar, convencerse de aún existe. Una contribución posterior a la distincion entre lo subjetivo y lo objetivo procede de otra de las posibilidades de la facultad de pensar. La reproducción de la percepción en la representación no es siempre su fiel repetición, puede estar modificada por deslizamientos o por mezclas de diferentes elementos. La prueba de realidad tiene entonces que controlar cuan lejos llegan estas transposiciones. Pero se reconoce como condición del establecimiento de la prueba de realidad el hecho de que se hayan perdido los objetos que hubieron de suministrar primeramente una satisfacción real. El juzgar es la acción intelectual que decide la elección de la acción motora, poniendo término al aplazamiento del pensar, y va del pensar al actuar. Tambien acerca del aplazamiento del pensar he tratado en otro lugar. Es posible considerarla como una acción de prueba, un testeo motor con mínimos gastos de descarga. Nos preguntamos: �Donde ha ejercitado el yo tal prueba? �En qué lugar ha aprendido esta técnica que ahora emplea en los procesos del pensar? Esto sucedió en la terminal sensorial del aparato psiquico, en el nivel de las percepciones sensoriales. De acuerdo con nuestras hipótesis la percepcion no es en absoluto un proceso pasivo. sino que el yo envia periódicamente pequeñas cantidades de carga al sistema perceptivo mediante las cuales evalua los estimulos exteriores, retirándose luego de cada uno de estos tanteos de prueba. El estudio del juicio nos abre quizas por primera vez el panorama del origen de una funcion intelectual a partir del juego de las mociones pulsionales primarias. El juzgar es el eficaz desarrollo posterior del primitivo resultado de la incorporación o expulsión del yo de acuerdo al principio del placer. Su polaridad parece expresar la oposición de los dos grupos pulsionales supuestos por nosotros. La afirmación -como sustituto de la unificación- pertenece al Eros. la denegación -sucesora de la expulsión- pertenece a la pulsion de destrucción. El tan común placer de denegar, el negativismo de algunos psicoticos, se puede comprender probablemente como un signo de la desintegración pulsional mediante retracción de los componentes libidinales. Pero el establecimiento de la funcion del juicio es posible en tanto la construcción del símbolo de la denegación ha posibilitado al pensar un primer grado de independencia respecto de las consecuencias de la represión y con ello también de la compulsion del principio de placer. Con esta concepción de la denegación concuerda muy bien el hecho de que en el análisis no se encuentre ningun "no" proveniente del inconsciente, y que el reconocimiento del inconsciente por parte del Yo se exprese en una formula negativa. Ninguna prueba es más fuerte respecto a una exitosa apertura del inconsciente que cuando el analizante reacciona con la siguiente expresion: "Eso no lo he pensado nunca" o: "Sobre ello no he pensado en absoluto". Traducción: Adrian Ortiz, Buenos Aires, agosto de 1993.- ########################################################################

DIE VERNEINUNG (1925) S. Freud

Die Art, wie unsere Patienten ihre Einfälle während der analytischen Arbeit vorbringen, gibt uns Anlaß zu einigen interessanten Beobachtungen. �Sie werden jetzt denken, ich will etwas Beleidigendes sagen, aber ich habe wirklich nicht diese Absicht.� Wir verstehen, das ist die Abweisung eines eben auftauchenden Einfalles durch Projektion. Oder: �Sie fragen, wer diese Person im Traum sein kann. Die Mutter ist es nicht." Wir berichtigen: �Also ist es die Mutter.� Wir nehmen uns die Freiheit, bei der Deutung von der Verneinung abzusehen und den reinen Inhalt des Einfalls herauszugreifen. Es ist so, als ob der Patient besagt hätte: Mir ist zwar die Mutter zu dieser Person eingefallen, aber ich habe keine Lust, diesen Einfall gelten zu lassen.�. Gelegentlich kann man sinn eine gesuchte Aufklärung über das unbewußte Verdrängte auf eine sehr bequeme Weise verschaffen. Man fragt: �Was halten Sie wohl für das Allerunwahrscheinlichste in jener Situation? Was, meinen Sie, ist Ihnen damals am fernsten gelegen?" Geht der Patient in die Falle und nennt das, woran er am wenigsten gauben kann, so hat er damit fast immer das Richtige zugestanden. Ein hübsches Gegenstück zu diesem Versuch stellt sich oft beim Zwangsneurotiker her, der bereits in das Verständnis seiner Symptome eingeführt worden ist. "Ich habe eine neue Zwangsvorstellung bekommen. Mir ist sofort dazu eingefallen, sie könnte dies Bestimmte bedeuten. Aber nein, das kann ja nicht wahr sein, sonst hätte es mir nicht einfallen können." Was er mit dieser der Kur abgelauschten Begründung verwirft, ist natürlich der richtige Sinn der neuen Zwangsvorstellung. Ein verdrängter Vorstellungs- oder Gedankeninhalt kann also zum Bewußtsein durchdringen, unter der Bedingung, daß er sich verneinen läßt. Die Verneinung ist eine Art, das Verdrängte zur Erknntnis zu nehmen, eigentlich schon eine Aufhebung der Verdrängung, aber freilich keine Annahme des Verdrängten. Man sicht, wie sich hier die intellektuelle Funktion vom affektiven Vorgang scheidet. Mit Hilfe der Verneinung wird nur die eine Folge des Verdrängungsvorganges rückgängig gemacht, daß dessen Vorstellungsinhalt nicht zum Bewußtsein gelangt. Es resultiert daraus eine Art von intellektueller Annahme des Verdrängten bei Fortbestand des Wesentlichen an der Verdrängung . Im Verlauf der analytischen Arbeit schaffen wir oft eine andere, sehr wichtige und ziemlich befremdende Abänderung derselben Situation. Es gelingt uns, auch die Verneinung zu besiegen und die volle intellektuelle Annahme des Verdrängten durchzusetzen - der Verdrängungsvorgang selbst ist damit noch nicht aufgehoben. Da es die Aufgabe der intellektuellen Urteilsfunktion ist, Gedankeninhalte zu bejahen oder zu verneinen, haben uns die vorstehenden Bemerkungen zum psychologischen Ursprung dieser Funktion geführt. Etwas im Urteil verneinen, heißt im Grunde: "Das ist etwas, was ich am liebsten verdrängen möchte." Die Verurteilung ist der intellektuelle Ersatz der Verdrängung , ihr "Nein" ein Merkzeichen derselben, ein Ursprungszertifikat etwa wie das "made in Germany". Vermittels des Verneinungssymbols macht sich das Denken von den Einschránkungen der Verdrängung frei und bereichert sich um Inhalte, deren es für seine Leistung nicht entbehren kann. Die Urteilsfunkrion hat im wesentlimen zwei Entscheidungen zu treffen. Sie soll einem Ding eine Eigenschaft zu- oder absprechen, und sie soll einer Vorstellung die Existenz in der Realität zugestehen oder bestreiten. Die Eigenschaft, über die entschieden werden soll, könnte ursprünglich gut oder sclecht, nützlich oder schädlich gewesen sein. In der Sprache der ältesten, oralen Triebregungen ausgedrückt: "Das will ich essen oder will es ausspucken", und in weitergehender Übertragung: "Das will ich in mich einführen und das aus mir ausschließen." Also: "Es soll in mir oder außer mir sein." Das ursprüngliche Lust-Ich will, wie ich an anderer Stelle ausgeführt habe, alles Gute sich introjizieren, alles Schlechte von sich werfen. Das Schlechte, das dem Ich Fremde, das Außenbefindliche, ist ihm zunächst identisch." Die andere der Entscheidungen der Urteilsfunkfion, die über die reale Existenz eines vorgestellten Dinges, ist ein Interesse des endgültigen Real-Ich, das sich aus dem anfänglichen Lust-Ich entwickelt. (Realitätsprüfung.) Nun handelt es sich nicht mehr darum, ob etwas Wahrgenommenes (ein Ding) ins Ich aufgenommen werden soll oder nicht, sondern ob etwas im Ich als Vorstellung Vorhandenes auch in der Wahrnehmung (Realität) wiedergefunden werden kann. Es ist, wie man sieht, wieder eine Frage des Außen und Innen. Das Nichtreale, bloß Vorgestellte, Subjektive, ist nur innen; das andere, Reale, auch im Draußen vorhanden. In dieser Entwicklung ist die Rücsicht auf das Lustprinzip beiseite gesetzt worden. Die Erfahrung hat gelehrt, es ist nicht nur wichtig, ob ein Ding (Befriedigungsobjekt) die "gute" Eigenschaft besitzt, also die Aufnahme ins Ich verdient, sondern auch, ob es in der Außenwelt da ist, so daß man sich seiner nach Bedürfnis bemächtigen kann. Um diesen Fortschrirt zu verstehen, muß man sich daran erinnern, daß alle Vorstellungen von Wahrnehmungen stammen, Wiederholungen derselben sind. Ursprünglich ist also schon die Existenz der Vorstellung eine Bürgschaft für die Realität des Vorgestellten. Der Gegensatz zwischen Subjektivem und Objektivem besteht nicht von Anfang an. Er stellt sich erst dadurch her, daß das Denken die Fähigkeit besitzt, etwas einmal Wahrgenommenes durch Reproduktion in der Vorstellung wieder gegenwärtig zu machen, während das Objekt draußen nicht mehr vorhanden zu sein braucht. Der erste und nächste Zweck der Realitätsprüfung ist also nicht, ein dem Vorgestellten entsprechendes Objekt in der realen Wahrnehmung zu finden, sondern es wiederzufinden, sich zu überzeugen, daß es noch vorhanden ist. Ein weiterer Beitrag zur Entfremdung zwischen dem Subjektiven und dem Objektiven rührt von einer anderen Fähigkeit des Denkvermögens her. Die Reproduktion der Wahrnehmung in der Vorstellung ist nicht immer deren getreue Wiederholung; sie kann durch Weglassungen modifiziert, durch Verschmelzungen verschiedener Elemente verändert sein. Die Realitätsprüfung hat dann zu kontrollieren, wie weit diese Entstellungen reichen. Man erkennt aber als Bedingung für die Einsetzung der Realitätsprüfung, daß Objekte verlorengegangen sind, die einst reale Befriedigung gebracht hatten. Das Urteilen ist die intellektuelle Aktion, die über die Wahl der motorischen Aktion entscheidet, dem Denkaufschub ein Ende setzt und vom Denken zum Handeln überleitet. Auch über den Denkaufschub habe ich bereits an anderer Stelle gehandelt. Er ist als eine Probeaktion zu betrachten, ein motorisches Tasten mit geringen Abfuhraufwänden. Besinnen wir uns: Wo hatte das Ich ein solches Tasten vorher geübt, an welcher Stelle die Techik erlernt, die es jetzt bei den Denkvorgängen anwendet? Dies geschah am sensorischen Ende des seelishen Apparats, bei den Sinneswahrnehmungen. Nah unserer Annahme ist ja die Wahrnehmung kein rein passiver Vorgang, sondern das Ich schickt periodisch kleine Besetzungsmengen in das Wahrnehmungssystem, mittels deren es die äußeren Reize verkostet, um sich nach jedem solchen tastenden Vorstoß wieder zurückzuziehen. Das Studium des Urteils eröffnet uns vielleicht zum erstenmal die Einsicht in die Entstehung einer intellektuellen Funktion aus dem Spiel der primären Triebregungen. Das Urteilen ist die zweckmäßige Fortentwicklung der ursprünglich nach dem Lustprinzip erfolgten Einbeziehung ins Ich der Ausstoßung aus dem Ich. Seine Polarität scheint der Gegensätzlichkeit der beiden von uns angenommenen Triebgruppen zu entsprechen. Die Bejahung - als Ersatz der Vereininung - gehört dem Eros an, die Verneinung - Nachfolge der Ausstoßung - dem Destruktionstrieb. Die allgemeine Verneinungslust, der Negativismus mancher Psychotiker ist wahrscheinlich als Anzeichen der Triebentmischung durch Abzug der libidinösen Komponenten zu verstehen. Die Leistung der Urteilsfunktion wird aber erst dadurch ermögliht, daß die Schöpfung des Verneinungssymbols dem Denken einen ersten Grad von Unabhängigkeit von den Erfolgen der Verdrängung und somit auch vom Zwang des Lustprinzips gestartet hat. Zu dieser Auffassung der Verneinung stimmt es sehr gut, daß man in der Analyse kein "Nein" aus dem Unbewußten auffindet und daß die Anerkennung des Unbewußten von seiten des Ichs sich in einer negativen Formel ausdrüdrt. Kein stärkerer Beweis für die gelungene Aufdeckung des Unbewußten, als wenn der Analysierte mit dem Satze: "Das habe ich nicht gedacht", oder: "Daran habe ich nicht (nie) gedacht", darauf reagiert

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